8 de febrero de 2022. 10 años de la muerte de Luis Alberto Spinetta. ¿Qué escribir sobre él que no se haya escrito? ¿Cómo atrapar en tinta y papel breve una vida inabarcable, inasible? Ahí están los libros, muchísimos, y se puede empezar por ellos. Un intento, al menos. Envalentonados ellos por necesidades espirituales y buscadores virtuales, pero no solo: el primero lo publicó el mismo Luis junto a sus compañeros de Almendra, y algunos amigos historiadores e ilustradores, en un año tan temprano y previrtual como 1971. Los libros y sus buenas memorias, entonces. Miles y diversos.
Libros y memorias de Luis Alberto Spinetta
Entre ellos, los que hablan de un disco puntual (Tigres en la lluvia, La Aventura de Invisible en el jardín de los presentes, Martín Graziano). Los que analizan letras de alguno de sus grupos (Almendra, Nadja). Los iconoclastas (Los libros de la buena memoria). Los que ensayan sobre su poesía (Iniciado del alba, Sandra Gasparini). Los que abordan el personaje superando la mera biografía (Una vida hermosa, Miguel Grinberg). Los que recortan la vida en un show, como El concierto del aire, trabajo de Miguel Dente y Lucas Fernández, sobre las Bandas Eternas. Los que ubican a Luis en el orden de lo mitológico (Spinetta, mito y mitología, Mara Favoretto). Los que lo miran a través de otros (Luisito, Jorge Kasparian). Los que lo biografían con él presente (Crónica e iluminaciones, Eduardo Berti). Los que insisten con el modo presencial, pero haciendo base en canciones temporalmente aleatorias, tal el caso del maravilloso y revelador Martropía, de Juan Carlos Diez. ¡Y hasta una biblia spinetteana hecha de tela!, también de Kasparian.
Hay entonces un puntal de evocaciones por ahí, para resolver, aunque sea en parte, la carencia inicial.
Discos, canciones y conciertos
También –axial- están los discos, sus canciones, eternas, inmortales canciones, recurrentes en su ontología para no perder la brújula vital. Está lo que dicen los otros de él. Los que lo convivieron y conocieron. Están también los que tocan lo que él tocaba. Los homenajes. Las fotos. Los audios. Su hermosa familia. Está todo como para extrañarlo lo menos posible. Pero se extraña. Igual se extraña. Muchísimo se extraña, Luis.
Y de acá una punta, al menos para completar una página más en el gran libro que lo cuenta. ¿Qué se extraña? Si el Flaco está en todos lados, sobre todo profundamente tallado en las almas de quienes amaron, aman y amarán su ser y su música. Pero se extrañan los conciertos. Algo de todos, de todas, se murió cuando cada quien cayó en la cuenta de que ya jamás –después del tremendo Bandas Eternas de Vélez- iba a verlo en vivo en un escenario, mostrando sus nuevas y sorprendentes piezas, trayendo alguna gema pasada, diciendo esos ocurrentes chistes, presentando inspirados músicos, músicas.
¡No poder ir al ver al Flaco!… Angustia, injusticia, vacío existencial. Aquel 'flaco de mi vida, vos sos la alegría, de mi corazón', que tronó en Exactas –en agosto de 1990- ante un tipo que estaba cantando una cosa tan sinuosa y espectral como “Frazada de cactus”. Aquellas luces oníricas que iluminaban “Bomba azul”, durante la presentación de Pelusón of Milk en el Gran Rex, año y medio después. Aquellos crepúsculos inolvidables de Cosquín al grito de 'Flaco, no te mueras nunca'. O las dos noches de diciembre de 1989, cuando presentó a tracción acorde alterado el maravilloso Don Lucero en Obras, con David Lebón de traje blanco descosiéndola en “Despiértate nena” y Fito Páez en “Oboi”.
Bendito aquel, bendita aquella, que también lo haya escuchado cantar temas perdidos como “Mosca muerta” o “Chocolate”, en la legendaria presentación del Teatro del Globo, en abril de 1969. O en las apoteósicas presentaciones de Artaud, en el Astral. O la versión de “Parvas” que enloqueció a riojanas y riojanos en el teatro Suseex, durante la primera parada de la gira de Almendra, en 1980, arriba de un Mercedes 1114, cuando casi ningún grupo de rock se había llegado hasta allí. Y el Luna de Invisible de agosto de 1976, obvio, ese Luna alucinante con el geniecito de Tomás Gubitsch y su Gibson Stereo, más Pomo y Machi, al servicio del Jardín de los presentes.
Después los recuerdos subjetivos, personalísimos. Hasta se extrañan los recuerdos. Por caso, el del día antes que se anoticiara su enfermedad. O el del mismísimo 8 de febrero –domingo, para colmo- cuando se fue. Nadie quisiera recordar qué estaba haciendo ese día, pero es imposible. Al recibir la noticia, la mirada de este cronista quedó congelada mil años en ese extraño techo que cubre la avenida principal de Capilla del Monte. En la nada, o sea. Y después, el trazo rutero que une el lugar con San Marcos Sierras escuchando Alma de Diamante, una y otra vez.
Las notas de Spinetta
Leer al Flaco en artículos periodísticos (no son muchos si se mensura a partir de su vida artística) es otro buen ejercicio para matizar ese reflejo pertinaz del último día. Leerlo a él, imaginando su voz, y si se puede en aquellas notas que daba a medios no hegemónicos, bien del palo. Leerlo de a retazos, fragmentos. Seguir sus huellas surrealistas, divinas, metafísicas traducidas en aforismos. Leerlo aleatoriamente, imaginando escuchar su voz.
* “Los poetas no son poetas de media hora, los poetas son los poetas de toda la vida. Y los poetas de toda la vida han tenido que transitar por caminos jodidos y por caminos hermosos. Han ido por lecho de brasas y por lecho de flores” (algún día del verano de 1977, a Miguel Grinberg)
* “Crear cosas hermosas depende de una vida hermosa. Y depende de una vitalidad para vivir esa intensidad” (idem anterior)
* “Yo no sé realmente qué queda por transgredir que ya no haya sido transgredido; es un aspecto de la revolución que está preocupando a las revolucionarios.” (diciembre de 1988, revista Crisis)
* “Somos la madre de un preso que es la Argentina, y lo queremos pero lo odiamos, porque nos hace pasar una vida del culo y, sin embargo, es una tierra maravillosa y sabemos que tiene gente recontra inteligente. Que hay talento y miles de riquezas…” (idem)
* “Por momentos creo que para escribir poesía hay que volcarse por una especie de corriente del sufrimiento, que pareciera estar ligado a la profundidad de la escritura. Algo de eso hay, pero tampoco todo lo que se escribe se relaciona con el sufrimiento”. (1991, revista La Maga)
* “La tecnología es tan natural como la guitarra de blues; lo importante es que le demos un destino humanístico (…) No podemos criticar a la tecnología en sí, lo que podemos hacer es imaginar maneras en que nos dé placer” (julio de 2005, revista Pugliese)
* “El hecho de perder a un músico como Pappo provoca cambios espirituales en quienes lo hemos amado. Un cambio adentro, muy profundo” (idem).
* “Cuando hice últimamente rock medio pesuti, me pareció muy propicio el momento, y justamente, igual que ahora, nunca se aflojó la lírica. Algunas voces se alzaron reclamando acústicos, o sea que siempre me preguntan la misma cosa. Los tonos, los riffs, son elementos comunes en nuestro estilo. Si no entendemos cómo pasar de la balada al ritmo denso, no nos vamos a atrever y nos quedamos en alguno de los extremos. Ya sea fuerte o no, todo es música, así que... hay que aflojar con el inventario y sumar inventiva”. (Junio de 2008, Página/12)
* “Si dijera el mañana, sería una fanfarronada... pero uno intenta ver en el futuro y siempre hay un hilo de esperanza que une nuestra fuerza hacia adelante con el sentimiento de un cambio que se necesita inexorablemente, para que la vida sea mejor.” (Idem, sobre su disco Un mañana)
Apenas intentos, al cabo, para sostener la mirada en una persona que tuvo un propósito: hacer un poco más bella la vida de los otros. El mismo lo dijo: que la vida sea mejor.