Cristina Comandé tardó 20 años en hablar sobre su secuestro y las torturas que recibió; sobre las personas con las que compartió cautiverio en la Comisaría 6ta de la Ciudad de Buenos Aires y Puente 12. Y cuando finalmente lo hizo, ya no paró. Desde entonces, se convirtió en una de las impulsoras más activas de la lucha por la Memoria y la Justicia para ella, para quienes no salieron de aquellos “campos de concentración”, como solía llamar a los centros clandestinos donde sufrió el terrorismo de Estado, y sus familiares, a quienes acercó la Verdad de manera literal. Muchos supieron el destino de sus seres queridos gracias a su testimonio. Falleció esta tarde a los 67 años y será velada hoy hasta las 24 en la empresa Zucotti y mañana martes de 12 a 14. Luego será trasladada al cementerio de la Chacarita.
“Se nos fue una compañera que luchó por un mundo de justicia y fue perseguida, secuestrada, llevada a la tortura y el horror”, la recordaron sus compañeres de la Comisión Vesubio y Puente 12, donde Cristina volcó todo su compromiso para que los crímenes que ella, el resto de les sobrevivientes y les 30 mil detenidos desaparecidos de la última dictadura cívico militar argentina sean reparados en la Justicia. Desde allí “aportó datos claves para identificar el lugar donde estuvo secuestrada, los represores que allí ejercieron la crueldad sin límites, y los/as compañeros/as con quienes compartió el cautiverio”, sostuvieron en un mensaje con el que la despidieron vía redes sociales.
Cristina comenzó a militar en la Juventud Guevarista a los 20 años, como integrante de un grupo de base en la ciudad de Buenos Aires. Era, por entonces, estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires. Dos años después, el 16 de septiembre de 1976, una patota de la Federal se la llevó secuestrada de la casa familiar, donde aún vivía con mamá, su papá y sus dos hermanos. Primero la llevaron a la Comisaría 6ta, ubicada en el barrio de San Cristóbal, donde la torturaron por primera vez. Luego, a Puente 12. La liberaron tres meses después, el 30 de diciembre.
Durante muchos años, Cristina Comandé creyó que contarle a alguien lo que había sufrido equivalía a torturarlo. “Una vez le conté a mi familia lo que había pasado y una vez le conté a mis amigos. Y ya no hablé más”, relató en una entrevista, décadas después. Aquella determinación cambió cuando retomó sus estudios universitarios, interrumpidos por su secuestro, y vio su nombre en una lista de detenides desaparecides. Era 1996: “Entré en crisis. ¿Quién era yo, esa mujer que figuraba en una lista de desaparecidos, que se movía como si no le hubiera pasado nada?” Su postura cambió radicalmente.
Comenzó un recorrido por todos los organismos de derechos humanos hasta llegar a la Comisión. Allí, no solo empezó a desempolvar cada dato, cada nombre, cada detalle que guardó intacto en su memoria y que significó una pizca de reparación al dolor de ese no saber total que atravesaban tantas familias sobre qué había sido de sus hijes, hermanes, compañeres. Declaró en un juicio por la Verdad, también dejó su testimonio ante el Equipo Argentino de Antropología Forense.
Con la caída de las leyes de Impunidad y la reanudación del proceso de juzgamiento a genocidas, aportó datos clave a la investigación que aún dirige el juez federal Daniel Rafecas sobre los crímenes del Primer Cuerpo del Ejército. Tras años de búsqueda, reconstrucción y memoria, Cristina llegó a declarar ante un Tribunal, el TOF 6 de la Ciudad de Buenos Aires, que llevó a cabo el primer juicio de lesa humanidad que tuvo lugar por los crímenes de Puente 12 (también conocido como Cuatrerismo-Brigada Güemes y Protobanco) y condenó a Miguel Osvaldo Etchecolatz y a Federico Minicucci a prisión perpetua, además de otorgar penas menores a otros tres ex policías. El año pasado, la Cámara Federal de Casación penal revocó las absoluciones que ese tribunal había dictado para otros tres acusados.