El cuento por su autor
Escribí este cuento entre el solsticio de verano, en 2019, y los primeros meses de pandemia, guardado, como todos, en casa. El calor, la humedad, el anhelo de la lluvia y la reminiscencia de una pelopincho configuraron el escenario; el deseo insaciable de la adolescencia, por otro lado, es una quemadura difícil de olvidar.
A León, el adolescente asordinado que protagoniza esta historia, lo venía construyendo hacía ya un par de años. Sus cuentos terminaron conformando Lejos en el mapa, mi primer libro, una suerte de bildungsroman fragmentaria, que editó Salta el Pez en 2021. “Como gotas de agua perfectas” debería funcionar de manera autónoma y, a la vez, tomar un cariz distinto al entramarse con los otros cuentos.
Me tomó meses encontrar el final de esta historia. Y me siento agradecido por eso. Mientras las calles estaban vacías como un domingo a la madrugada interminable, yo tenía la cabeza ocupada por estos chicos, por el reflejo de la luz en la superficie de una pileta, por un clima de fiesta tardía, esperando despertarme cada mañana, un rato antes del trabajo, y descubrir la imagen final del cuento.
COMO GOTAS DE AGUA PERFECTAS
León pisa el borde de la manguera, el agua le hace cosquillas en la planta del pie. La pelopincho a medio llenar y el cuerpo caliente del verano. El cielo acaba de nublarse; hay viento y trae olor a lluvia que se mezcla con el de las plantas y la aspereza de la transpiración. Se moja la malla con la manguera. La presión de la tela, el agua tibia. Desata el nudo del cordón, baja la mano hasta la entrepierna y siente las primeras gotas de lluvia en la espalda.
El celular vibra en la mesa del patio. Sale de la pileta, en la pantalla hay una foto de Eliana poniendo los ojos bizcos.
—¿Hola?
—Amigo, estoy sin corpiño y se largó a llover y todo el mundo me mira.
—¿Qué?
Eliana se ríe.
—Me miran —dice—. Me miran la remera mojada. Estoy llegando —y corta.
La lluvia cae sobre el toldo de chapa. León sigue con la mano bajo la malla; imagina a Eliana empapada, con la remera contra el cuerpo, y se toca. Apoya la mano libre en la mesa y deja todo el peso de su cuerpo ahí. Eliana dice acá no, ahora no, León, mientras se levanta la remera. Él respira cada vez más agitado hasta acabar.
Todavía se está secando las manos en el baño cuando suena el timbre, dos veces. Se mira en el espejo, sonríe y se fija si tiene algún pedazo de comida en los aparatos. Abre la puerta, Eliana es una mezcla de colores que lo abraza. Él siente la tela mojada y el agua que chorrea entre los dos.
—Amigo, se nubló de golpe. ¿Vamos a la pelopincho igual?
Tiene los labios pintados de rosa natural, el delineado intacto a pesar de la lluvia y el pelo recogido en un rodete. León ve esas formas perfectas, como gotas, en el pecho, y vuelve a mirarla en seguida a los ojos.
—Dale —dice—, yo estaba en esa.
Eliana cruza el comedor, le habla con voz aguda a los perros que esperan dando saltos en el patio.
—Le dije a Pao que venga —dice—, y Pao le dijo a Nico.
—¿A Nico?
—Traen un vodka.
—Hace rato que no hablo con él.
—¿No se la pasan con los jueguitos ustedes?
—No, ya no.
Ella se saca el short y entra en la pelopincho. Tiene puesta una bombacha negra; la remera sin mangas apenas le llega a la cintura. La lluvia hace círculos en el agua. Eliana se apoya en una de las esquinas, patalea con suavidad y levanta la cara al cielo con los ojos cerrados.
—Amo —dice.
León, parado en el centro de la pelopincho como un árbol solitario en medio del campo, se lleva las manos a los bolsillos. Se escucha un trueno, los perros ladran y corren por el patio. Eliana abre los ojos, lo mira. Baja la vista y sonríe.
—Tenés suelto el cordón de la malla —se levanta y se le acerca. Agarra las dos puntas del cordón, tira de una para emparejarlas. León siente el tirón y aprieta los puños. Eliana termina el nudo, apoya el mentón sobre el hombro de él. Se quedan así unos segundos.
Suena el timbre.
—Esa debe ser Pao —dice ella en un susurro.
*
León está sentado en la bañera, con las piernas contra el pecho, la loza fría en la espalda. Eliana y Paola están a centímetros, bajo la ducha, en remera y bombacha. Enfrentadas, con el grifo en el medio, parecen dos estatuas enormes que custodian el ingreso a un estuario. Él junta más las piernas, trata de esconder la malla.
—No quiero ir a marzo —Eliana se frota la cara para sacarse el maquillaje.
—Si rendís en short, Pacheco te aprueba —dice Paola.
—Polémico.
—Lo dicen todas.
Eliana descorre la mampara, se envuelve en una toalla y se saca la remera. León siente que ahora está más desnuda que antes. Paola hace lo mismo y deja la remera en el barral. Eliana se saca la bombacha por debajo de la toalla y la escurre en la bañera. León mira el hilo breve de agua que cae; le gustaría poner las manos como un cuenco.
—¿Nos prestás unas camisas o algo? —dice Paola.
León no debería pararse. Se siente como en primer año, cuando llegaba la hora del recreo y tenía que quedarse sentado o usar un buzo que le quedara grande.
—Ahora les doy —dice—. Salgan un toque que hago pis.
Las chicas salen y dejan la puerta entornada. Él agarra la única toalla que quedó. Es la peor, la que tiene dinosaurios. Cierra la puerta, se saca la malla y se sorprende a sí mismo. Se da cuenta de que realmente quiere hacer pis, pero intenta y no puede. Enciende el extractor para tapar el ruido, empieza a tocarse. Alguien golpea la puerta. León se tapa con la toalla y tira la cadena justo cuando el picaporte hace un chasquido y Eliana asoma la cabeza.
—Llegó Nico —dice—. ¿Dónde están las llaves?
—Arriba del mueble. Ya salgo.
León le da la espalda; le parece que ella lo mira un poco antes de cerrar la puerta. Abre el cajón de la ropa sucia y saca un pantalón corto.
Cuando sale del baño ve a Nicolás totalmente seco en el medio del comedor, con un paraguas en una mano y una botella en la otra. León escucha las voces de las chicas en la habitación de sus padres.
Nicolás deja la botella en la mesa, le guiña un ojo. Extiende el paraguas hacia él, como si lo apuntara con un arma. Después lo sacude mojando el parquet. León entiende que le están dando una orden. Pasa de largo y va al patio para colgar las toallas húmedas.
*
León y las chicas están sentados en el piso de su cuarto. Eliana se puso una camisa; le queda muy suelta hasta que hace un movimiento de piernas y la tela vuelve a marcar los contornos de su cuerpo, los botones tirantes en el pecho. El ventilador lleva y trae olor a champú.
Nicolás entra a la habitación con cuatro vasitos de vidrio. Los llena hasta el tope.
—Juguemos al Yo nunca —dice.
León nota el olor a humedad que sube de su pantalón. No quiere que lo vean tomar. Nunca aprendió a hacer fondo blanco. El olor del vodka le cierra la garganta y siempre deja más de la mitad en el vaso. Además, le dijeron que pone cara de estar chupando un limón.
—Yo nunca hice un trío —dice Nicolás y toma un vaso.
Eliana larga una carcajada.
—Qué te hacés —dice.
—Banana —dice Paola.
Nicolás sonríe y vuelve a llenar su vaso. Como nadie lo está mirando, León respira hondo y se lleva el suyo a la boca. Un hielo de agua podrida o las trufas con whisky de su tía. Traga con esfuerzo y siente la garganta ardiendo. Mira el vaso: todavía tiene tres cuartos de vodka. Vuelve a servirse como si no quedara nada.
—¿Quién sigue? —dice Nicolás.
—¿Hace falta jugar a algo? —León se levanta. Le gustaría tomar un vaso de jugo para sacarse ese gusto de la boca—. ¿Y si hacemos un destornillador?
Los tres levantan la vista.
—Traje un Smirnoff, papá —dice Nicolás.
—Cómo le vas a poner jugo —Paola niega con la cabeza.
Lo miran como si se le hubiera caído un bebé al piso. León busca algo de música en la computadora.
—Un fondo todos juntos —dice Eliana.
Los tres levantan sus vasos. León agarra el suyo, hace el brindis parado. Cierra los ojos y abre bien grande la boca y tira el vodka adentro. Una ola caliente contra la campanilla. Sacude la cara como un perro que estornuda. Ve que las chicas sacan la lengua y que Nicolás tose tapándose la boca. Nadie se burla de nadie y todos los ojos están llorosos. Nicolás vuelve a llenar los vasos.
*
—Unos cuartetazos —Eliana pone una canción de Rodrigo y baila. León le mira las piernas, agarra la botella de vodka. Está por la mitad. Paola viene cantando a los gritos por el pasillo. Cómo le digo a mi mujer, canta, y León se llena el vaso y lo toma de un trago. Ahora apenas le quema la garganta. Siente una mano firme que lo toma por la cintura. Que ya no la quiero más. Una mezcla de olor a alcohol y perfume de madera. Alguien se aprieta contra él y lo agarra de la mano y empieza a mecerlo al ritmo de la música. Que otra ocupa su lugar. León cierra los ojos, escucha la risa de Nicolás cerca de su oreja. Le gusta ser llevado en el baile. Cuando abre los ojos ve que las chicas lo miran con una sonrisa y no sabe si es por el vodka o porque está moviendo la cintura de una manera nueva o porque Paola se muerde el labio pero se siente deseado. Nicolás tira de su mano y León hace un giro en el lugar. Las chicas aplauden. Empiezan a bailar entre ellas. Que sin tí, vivir no puedo, canta Paola; tropieza y cae sobre la cama. Eliana se le tira encima, le hace cosquillas. León siente que la fuerza que lo sostenía de la mano lo suelta de golpe. Se apaga la luz, escucha un chiflido a sus espaldas. Antes de que pueda dar un paso, lo empujan y cae sobre alguien.
—Ay —escucha la voz de Eliana y siente un pellizco en la pierna.
León le corre el brazo y trata de devolver el pellizco pero encuentra una almohada. Le apoyan una mano en el culo. Es una mano pequeña que lo acaricia. No ve nada, pero siente un cuerpo cerca de su cara. Nunca estuvo tan excitado en su vida. Saca la lengua para lamer, lo que sea. No sabe si es el cuello o la entrepierna; tiene un gusto salado. Escucha un gemido bajo. Ya no lo acarician, lo aprietan con fuerza. Se mete la mano dentro del pantalón. El colchón rebota como si alguien lo hubiera abandonado de un salto y se escuchan pasos alejándose. León pasa la mano que tiene libre por todo el cuerpo que está debajo de él.
—No quiero —la voz de Eliana.
León saca la mano. Siente que lo besan en la boca. Una lengua desaforada.
—Dale —dice Nicolás.
—No, tarado —la voz de Eliana se escucha cada vez más lejos, en el pasillo o en el living.
León se acostumbra a la oscuridad. Los ojos cerrados de Paola a centímetros de su cara. Vuelve a escuchar un gemido. La mano de ella desplaza la suya dentro del pantalón y él siente un calor repentino en la nuca. Lo están tocando. Estira los labios, lame la boca y el cuello de Paola. Ella se arquea y lo agarra con fuerza de la cintura.
—Tengo forros —León escucha el susurro en su oreja.
Paola lo corre a un costado, camina al rincón donde todos dejaron las cosas. “Va a pasar. Esto va a pasar”. Él se saca el pantalón y piensa en el forro. Recuerden, chicos, dijo el hombre con guardapolvo en el Normal, el pene debe estar bien erecto para aplicar el. Paola se tira al lado suyo.
—Ponételo —le da un paquetito azul.
—¿Están cogiendo? —la voz de Eliana en el pasillo.
—Vení, dale —dice Nicolás y cierra la puerta.
Paola se saca la camisa y León trata de abrir el paquete con los dientes. ¿Bien erecto? Nada de eso. Ella le pone las tetas en la cara y él abre el paquete con los dedos. La bombacha moviéndose sobre el bóxer. “Tiene que pasar”. Ella se mueve haciendo más y más presión.
—Qué onda —dice—, ¿no querés?
León dice que sí con la cabeza, se saca el bóxer y se toca con una mano. Le da vergüenza que lo vean tocándose. Agarra el forro de la punta y trata de hacerlo encajar. Ella se levanta, se saca la bombacha. Él se da cuenta de que lo puso al revés. Lo da vuelta y ahora sí. Cuando intenta deslizarlo hacia abajo ya no está firme. Pao se acuesta boca arriba, lo toma del brazo y lo atrae hacia ella.
—¡Están cogiendo! —grita Eliana en el pasillo.
León cierra los ojos y piensa en Eliana bajo la ducha. El agua tibia rozándole los pies, los pezones que se recortan contra los azulejos, la malla húmeda presionando y ahora la presión que siente contra la entrepierna de Paola; a nosotros se nos para, ellas se mojan, le había dicho su primo. León no sabe si es porque está el forro de por medio pero no siente nada mojado. La loza de la bañera contra su espalda cuando Eliana -¡están cogiendo!, sigue diciendo en el pasillo- agarró la toalla y León esperó ansioso que alguna torpeza la dejase desnuda. Pao se mueve cada vez más lento, él aprieta los dedos del pie y hunde la cara en la cama. Ahora no, León, estás loco, dice Eliana cuando él deja caer la toalla de dinosaurios y la besa en el cuello mientras se escucha el ruido de la puerta de calle, y Eliana gime y lo agarra del pelo.
—Mmmh —se queja Paola y León abre los ojos. Al fin—. Así, despacio —dice ella, y ahora es León el que suelta un quejido. Un ardor intenso, como si le hubieran hecho un pequeño corte en alguna parte.
Los dos se mueven con cuidado, a veces en sentidos contrarios, a veces en la misma dirección, y es como si estuvieran quietos. León sólo siente una molestia cercana al dolor y escucha la voz de Eliana y sus pasos ir y venir del otro lado de la puerta.
—Histérica, eso sos —grita Nicolás. Se escuchan golpes en la puerta—. Apuren. La botella.
—Vos seguí —susurra Paola.
León está todo transpirado y el ardor no se va. Siente que ya no puede aunque quisiera.
—Perdón —dice, y se tira a un costado en la cama. Paola resopla. Él se saca el forro. Tiene un poco de sangre en la punta. Lo mira de cerca y le parece ver que también hay un poco del lado de adentro. Lo apoya en el piso, sobre el paquetito azul. Paola se abotona la camisa. Vuelven a golpear a la puerta.
*
Paola se hace una colita en el pelo y sale del cuarto. León se pone el bóxer y ve a Nicolás que entra y prende la luz.
—Poquito duraste —dice.
León lo mira y no se le ocurre qué contestar. Siente un mareo leve y se da cuenta de que tiene muchísima sed. Camino a la cocina, escucha las voces de las chicas en el baño. ¡Están cogiendo!, la voz de Eliana sigue en su cabeza. La imagina apoyando la oreja contra la puerta del cuarto. Abre la canilla y toma tragos y tragos de agua.
Escucha la puerta del baño, ve a Eliana caminando hacia el patio. León se para en puntas de pie y mira a través de la pequeña ventana de la cocina. La ve apoyada en uno de los caños de la pelopincho, de espaldas a la casa. La única luz que hay es de la luna. Se sirve agua en un vaso y se asoma por la puerta. Los perros duermen bajo la bacha y hay olor a lluvia y a tierra mojada.
Eliana se hace un rodete, su pulsera refleja la luz. León se apoya en el marco de la puerta y cree escuchar, por encima de su propia respiración y de la música que viene del cuarto, los pies de ella moviéndose bajo el agua.