Promoción medieval

No es inhabitual que las marcas le pasen el trapito a sus logotipos de tanto en tanto, para hacer patente un cambio de estrategia, para adherir a nuevas tendencias, para no quedar obsoletos, etcétera. Dicho lo dicho, suele mirarse hacia el futuro, no hacia el pasado, al momento de renovar el look de sus estandartes; estrategia a la que deliberadamente le ha hecho corte de manga el joven Ilya Stallone, nom de plume de Ilya Denisov. Este muchacho ruso -diseñador gráfico que enuncia como pasiones “la ilustración, el diseño de logos, el branding”- ha tomado un enfoque ciento por ciento anacrónico en su más reciente proyecto, donde reinventa logos modernos… al estilo medieval. El nombre de su serie en curso, sin ir más lejos, no deja mucho espacio para la duda; lo llamó Medieval Branding nomás. “Últimamente estuve en Bielorrusia y, mientras turisteaba, visité varios castillos medievales, ámbito que me animó a crear estas obras, donde combino mi trabajo habitual con una atmósfera gótica, que adoro, siendo -como soy- aficionado a la historia”, cuenta el ocurrente varón, que aún arrimando propuestas completamente distintas, no carentes de humor, logra que cada rediseño sea inequívocamente representativa de cada firma. En su visión, Windows -por mentar un caso- luce como un vitral de catedral gótica a cuatro colores; Burger King presenta, entre panes, ingredientes varios, incluidos un par de reyes con coronita que intentan zafar de ser morfados; el lagarto de Lacoste se ha embuchado a un monje que, aún en sus minutos finales, persiste en el rezo; y los lustrosos aros de Audi han perdido su brillo, al convertirse en ruedas de carros de madera. Apenas algunos pocos ejemplos de cómo el chico Ilya ha traducido hábilmente los elementos centrales de los logos en variedades apropiadas para la Edad Media, con imágenes que seguramente hubiesen encantado por aquellos años. De haber existido las marcas, sobra aclarar.

Viajar así es un doble placer

El mejor pasaporte del mundo sí que existe, y nada tiene que ver a cuántos países permite viajar. Es obra y gracia del gobierno de Bélgica, que desde el pasado lunes 7 permite que sus habitantes encarguen esta auténtica monada, que invita a atravesar aduanas con estilo y, en el ínterin, jactarse del legado nacional en materia de noveno arte, es decir, las historietas. El trámite sigue valiendo lo mismo (65 euros los adultos, 35 los menores de edad) y vale cada céntimo, porque el flamante pasaporte belga lleva sus páginas decoradas por algunos de los personajes del cómic más queridos y célebres, que han nacido en esas latitudes y se han popularizado hasta el infinito y más allá. Entre ellos, Tintín, creado por el dibujante Hergé; los Pitufos, de Pierre “Peyo” Culliford; Blake y Mortimer, del escritor Edgar P. Jacobs; Dany y Pompón (Boule et Bill, su nombre original), de Jean Roba; Largo Winch, del autor Jean Van Hamme. Todos artistas belgas, obvio es decirlo, cuyas criaturas son pieza estelar del renovado diseño, que pretende “representar nuestra patria, sus artes y su cultura, con un toque de talento, experiencia, humor y humildad”, en palabras del Ministerio de Relaciones Exteriores de Bélgica, que aprovechó la ocasión del lanzamiento para agradecer a editoriales, autores y albaceas por dar su visto bueno y permitir así que la iniciativa llegara a buen puerto. Ojo, hay intencionalidad añadida detrás del nuevo documento viajero: amén de los bonitillos detalles aquí y allá, habemus 48 elementos de seguridad, ya no 24, que sirven para dificultar potenciales falsificaciones. Ergo, los dibujitos ofician de divertido recordatorio de algunos de los cómics más conocidos del país, auténtico orgullo nacional, y, asimismo impide indebidos fraudes; un cóctel sin fisuras listo para sellar.

Las aventuras de Dillon

Dillon emperifolla su árbol navideño cuando, de pronto, explota la estrella decorativa y es mágicamente teletransportado al Polo Norte. Allí lo persigue un alce, que lo empuja hasta un portal del tiempo que lo lleva a 1621, donde se une al primer Día de Acción de Gracias en la Estados Unidos colonial. Como si faltara emoción a esta novela gráfica, un pavo gigante se come al pequeño protagonista de la trepidante The Adventures of Dillon Helbig’s Crismis. Escrita “por el propio Dillon”, según firma su primorosa obra el autor, de apenas 8 años, que se ha vuelto un rotundo hit en la Biblioteca Comunitaria de Ada, en Boise, Idaho. Sucede que el párvulo -que además ilustró su novela con muchos lápices de colores, en un cuaderno de 81 páginas- quiso compartir la historia con el mundo. Entonces, sin avisar siquiera a sus padres, en una visita a la biblioteca esquivó a la vigilancia y lo deslizó en una de sus estanterías. A los pocos días, su madre le preguntó que había sido de The Adventures…, y Dillon confesó su picardía. Por miedo a que lo hubiesen tirado, mamá Helbig llamó a la sucursal, cuyo gerente -Alex Hartman- le dijo que efectivamente lo había encontrado, pero de ninguna forma lo había echado a la basura. Al revés: lo había leído y se declaraba fan número uno. “Incluso se lo leí a mi hijo de 6, que se mató de risa. Ahora es su libro preferido”, cuenta el bibliotecario, que ofreció a Dillon plantarle a su edición caserísima un código de barras y sumarlo al catálogo oficial. También lo condecoró con el Premio Whoodini al mejor novelista joven, creado específicamente para el osado pequeñajo, que se ha convertido en uno de los autores más requeridos de la biblioteca. Y es que, tras conocerse su adorable travesura, más y más gente empezó a anotarse en la lista de espera para retirarlo; hasta la semana pasada, la lista superaba las 150 personas. Frente al suceso, el escritor se ha lanzado a su siguiente odisea literaria: una secuela que involucra el Grinch y a su perro Rusty. También está trabajando en un libro sobre un armario que se come chaquetas, basado -en palabras del nene- “en un caso real, de mis días de preescolar”.

Foto: Raúl Ferrari

Yendo de persiana en persiana: de murales y músicas

Son caras entrañables, archiconocidas, de personajes que llevaron música y poesía a la vida de tantísimas personas, marcando un antes y un después con composiciones inoxidables, que no pierden una pizca de vigencia. Un feliz reencuentro, entonces, ver sus rostros mientras se patean las callecitas de Palermo, zona donde el artista Tian Firpo se ha ocupado de inmortalizar con sus murales a María Gabriela Epumer, Mercedes Sosa, María Elena Walsh, Spinetta, Gilda, Martha Argerich, Astor Piazzolla, Atahualpa Yupanqui, Federico Moura, Gustavo Cerati, Sandro, Charly García, y siguen las firmas. El proyecto, decididamente encantador, empezó su andadura en 2017, por obra del azar y de las buenas intenciones. Firpo, que reside en el barrio hace poco más de una década, quiso ayudar a su almacenero de Honduras y Coronel Díaz, al que siempre le vandalizaban la persiana del local. Se ofreció a pintar una pieza en gran dimensión, 7 por 3 metros, et voilá su primer Charly García a la intemperie, “una versión simplificada de la ilustración de Renata Schussheim para la portada de Música del alma”, comparte Tian con Radar.

Tras el auspicioso debut como muralista, salió luego al auxilio de “diferentes negocios amigos/vecinos” en las cercanías, interviniendo persianas de farmacias, kioscos, carnicerías, talleres mecánicos, mercerías, cerrajerías… “Así se fue gestando, involuntariamente y sin planificar, esta especie de galería a cielo abierto, que hoy muchas/os conocen como La esquina de la música”. Así las cosas, acaso su obra más conocida sea la más desafiante, dada su complejidad técnica: suya es la tan comentada, tan elogiada Avenida Charly García, como bautizó a su colosal mural del pasado año, del teclado Oberheim con el que Charly García grabó Yendo de la cama al living. Hecho, sobra aclarar, en la propia azotea del edificio del músico, en colaboración con Marcelo Ferrán, declarado de interés cultural por la legislatura porteña. “Pintar en altura nos reveló que las terrazas son espacios muertos increíbles para intervenir el paisaje urbano”, saca en limpio de la auspiciosa experiencia.

Por lo demás, confiesa que “trabajar en la calle es comparable con dar un show en vivo; implica un cierto tiempo de preparación y  hay poco margen para improvisar”. No toca de oído, ciertamente conoce el paño: entre 2014 y 2019, tuvo una banda rock/pop con Manuel Caizza, Verne, con la que lanzaron dos discos, Caer y levantar (2015) y Velocidad crucero (2018). “También fui director de arte y realizador de videoclips animados de Julián Baglietto, Cam Beszkin, Esteban Sehinkman…”, prosigue el también diseñador gráfico, que asimismo fue artista de la galería Pabellón 4 bajo curaduría de Néstor Zonana, y ha laburado como director de arte en agencias de publicidad, como fotógrafo.

Casi un devenir natural, entonces, que Firpo centre su obra en luminarias de la canción, universo que domina de mil maravillas. Lo cual no quita que, en un futuro para nada distante, amplíe a referentes de otros ámbitos. “Ahora mismo, de hecho, estoy preparando una serie con figuras del mundo literario. Sería increíble poder plasmarlas cerca de la Biblioteca Nacional”, adelanta este hombre de 43 años. Dicho lo dicho, ¡haya tranquilidad!, ¡ningún melómano encienda la chicharra de alarma!, que el muralista no le suelta la mano a La esquina de la música. A sus ya mencionadas obras, en breve se sumará “una representación de muchas figuras del tango, y más tarde, tengo pensando pintar a Rosario Bléfari”. El circuito afortunadamente seguirá creciendo, como se multiplican las obras digitales que publica en su cuenta de Instagram. Entre las últimas, la descollante Raros peinados nuevos: 40 ilustraciones de Charly García en 40 momentos hito de su carrera que ¿vivirá exclusivamente en la web? “Hace mucho que no expongo. -despeja dudas Firpo- Estoy trabajando en una muestra que incluya tanto piezas digitales como analógicas, con nuevas técnicas que estoy experimentando”.