“El conejito en Estados Unidos tiene un significado sexual, yo lo elegí porque es un animal fresco, tímido, vivaz, saltarín y sexy. Primero te huele, luego se escapa, luego vuelve, y tienes ganas de acariciarlo, jugar con él. Una chica se parece a un conejito” De este concepto partió Hugh Hefner para el diseño del logo de la revista que había creado: Playboy, un emporio misógino y patriarcal fundado en los años 50, construído en base a una idea muy sencilla: una revista para hombres.
El 24 de enero se estrenó en Estados Unidos la serie documental “Secrets of Playboy” (`Los secretos de Playboy”), basada en los testimonios del antiguo entorno de Hefner y de algunas mujeres que habitaron la mansión y que denunciaron humillaciones y abusos por parte del creador de la revista. No es la primera vez que se conocen historias sobre la constelación Playboy ni tampoco es el primer producto cultural que lo evidencia (hay libros, documentales e investigaciones), muchas mujeres a lo largo de estos 70 años han denunciado la explotación sexual, la reclusión en la mansión Playboy, los abusos y las consecuencias que produjeron. Hay historias de suicidios y muerte por sobredosis. Hay impunidad sobre los abusos de una élite que rodeaba el imperio Playboy.
En el 2020 salió la última publicación en papel y la empresa intenta alejarse lo más posible del apellido “Hefner”: “Como saben el Playboy de hoy no es el Playboy de Hugh Hefner” dice un comunicado de la empresa a partir de las polémicas desatadas por la serie; “Hoy, nuestra organización está dirigida por una fuerza laboral que es más del 80 por ciento femenina, y juntos estamos construyendo sobre los aspectos de nuestro legado que han tenido un impacto positivo, incluido servir como una plataforma para la libre expresión y un convocante de conversaciones seguras en sexo, inclusión y libertad”, dice otra parte del comunicado.
En la serie, algunas ex playmates (mujeres que fueron tapa) cuentan sobre las violencias, abusos y escándalos que padecían en la mansión de Playboy: el suicidio de la asistente de Hefner, Bobbie Arnstein en 1975 y la muerte por sobredosis de Adrienne Pollack, quienes se encargaban de suministrar drogas dentro de la mansión según el testimonio de Sonda Theodore, novia de Hefner durante los cincuenta. En los primeros capítulos ella relata que tomaba cocaína y quaaludes (un sedante hipnótico) para aguantar el ritmo de orgías diarias con hombres y mujeres que Hefner le imponía. Ella tenía 19 y el 50. Holly Madison, pareja de Hefner entre el 2001 y 2008 escribe en su libro Down the Rabbit Hole (2015) sobre la misma droga: “En los años 70 las llamaban 'abridores de piernas'.
En el episodio uno, la madre conejita PJ Masten alega que Hefner tenía videos sexuales de mujeres como "garantía" y en otro de los episodios dice: “Vi claramente que no éramos nada para él. Era como un vampiro. Chupó la vida de todas esas jovencitas durante décadas”. La serie viene a reafirmar sin demasiada profundidad lo que siempre se supo sobre un Hefner que hasta el último día de su vida mantuvo bata y pipa pudiendo sostenerse en un mito muy bien construido.
¿La revolución sexual?
¿Cómo se construyó ese personaje como cara de la “revolución sexual” y liberador de mujeres? ¿Cuáles son los pilares de una maquinaria pornográfica maintream que aún sigue vigente? Andrea Dworking en “Right-Wing Women: The Politics of Domesticated Females” (1983) dice “La liberación sexual de las mujeres fue practicada a gran escala durante los setenta en Estados Unidos y no funcionó. Es decir, no liberó a las mujeres. Su propósito fue liberar a los hombres para que utilizaran a las mujeres sin restricciones burguesas, y en eso tuvo éxito. Una consecuencia para las mujeres fue la intensificación de la experiencia de ser mujeres sexuales. El estándar sexual era coger (hombre-mujer) y las mujeres lo servían. No servía a las mujeres”.
Un ideal libertario comercializable: un “es lo que quieras que sea", destinado a hombres a los que se les daba la bienvenida a lo que el mismo Hefner llamaba Disney para adultos (varones). Para las mujeres una maqueta de vida de lujos, fiestas y glamour que nunca se iba a edificar, que por el contrario iba a crear una arquitectura de abusos y explotación sexual que hoy lejos de ser escombro, tiene resabios.
Un magnate acosador que murió antes del #Metoo
Hefner murió en el 2017, a los 91 años, para ese tiempo ya había vendido su mansión, todavía el #MeToo no había explotado en Estados Unidos y ya tenía asegurado el lugar para su tumba: al lado de Marilyn Monroe. Compró un nicho en el Westwood Memorial Park de Los Ángeles en 1992 para “pasar la eternidad junto a ella”. Para el magnate acosador la historia tiene sentido: la primera tapa de Playboy, en 1953, fue con la foto de Marilyn Monroe, inauguró un procedimiento basado en el no consentimiento y el abuso del entonces tipo canchero y seductor. Sin haber alcanzado la fama, Monroe había hecho esas fotos cuatro años antes, estaba endeudada y cobró por la sesión 50 dólares. Hefner encontró las fotos, las compró y las publicó sin el consentimiento de la actriz, que además nunca recibió el pago por esa publicación. Cinco años más tarde, en 1958, Elizabeth Ann Roberts de 16 años fue la foto central de la edición de enero, frente a la demanda por publicar fotos de menores, Hefner quedó libre de cargos, mientras que ella cumplió una sentencia de 15 días de prisión por desacato a la Corte. Elizabeth Anna Roberts se había negado a responder preguntas que perjudicarán a Hefner. El juez desestimó el caso, alegando que los editores ignoraban la edad de la chica al momento de fotografiarla. “Yo no sabía que ella tenía 16 años” fue el argumento. Así fueron los primeros años de la revista y sin embargo, nada podía detener una estructura misógina y violenta que duraría décadas sin ser detectada.
Playoboy: de la guerra fría al capitalismo salvaje
Paul Preciado en su premiado Pornotopía (Anagrama 2010) disecciona el imperio Playboy y desarrolla una teoría en donde el archipielago Playboy sirve de laboratorio para estudiar las mutaciones que van desde la guerra fría hasta un capitalismo caliente cuyos medios de producción son el sexo, las drogas y la información, y donde la arquitectura funciona como un escenario en el que se teatraliza la identidad masculina. La mansión, dice Preciado, funciona como una heterotropía (según Foucault, un lugar en donde se yuxtaponen diferentes espacios incompatibles) en donde en el mismo lugar conviven el departamento de soltero, la oficina desde donde se ideaba la revista, el estudio de televisión, el decorado cinematográfico, el centro de vigilancia audiovisual, la residencia de las conejitas y el burdel.
Dos mundos, un afuera y un adentro -se decía que Hefner casi ni salía de la mansión-, de un lado los prejuicios moralistas y el peligro de la Guerra Fría, en la casa salones de juegos en donde se podían ver a las llamadas conejitas desnudas nadando en piletas redondas y transparentes. Ese era el hogar de este nuevo hombre casado (Hefner se casaba siempre) que vivía rodeado de mujeres que aspiraban a convertirse en la tapa de la revista.
¿Son escombros lo que queda de la cultura Playboy? ¿Existe un legado de esta arquitectura? Hefner murió el 27 de septiembre de 2017, 8 días después Jodi Kantor y Megan Twohey publicaron en The New York Times una nota sobre los abusos del ex productor de Hollywood Hervey Weinstein, al poco tiempo estaba explotando el #MeToo en Estados Unidos y en el mundo. Hefner ya estaba cumpliendo su deseo de eternidad en el nicho contiguo al de Marilyn Monroe.