Una pareja construye un espacio para vivir. Cuando está terminado, antes de habitarlo, invita a un grupo de personas a recorrerlo. Las personas invitadas circulan individualmente por ese espacio nuevo y vacío. Miran, caminan, hablan. La pareja está compuesta por el realizador Gustavo Fontán y la escritora Gloria Peirano, quienes por primera vez dirigen juntos. El resultado es El piso del viento, un film que intenta rescatar el efecto de esa experiencia en cada una de las personas que van a un espacio nuevo de una casa, todo pintado de blanco y aún deshabitado. Entonces, el espacio en sí mismo se vuelve una experiencia. ¿Qué dejarán de sí mismos? ¿Qué se llevarán? ¿Qué mostrarán de lo humano? ¿Qué es una casa? ¿Qué se hace con el pasado? Las personas que habitan fugazmente ese lugar, recién construido, libre aún de toda huella, tienen reacciones muy distintas. Casi tanto como las maneras de pensar de cada una de ellas. El piso del viento se estrena este jueves en el Cine Gaumont.
"La idea de la película fue de Gloria", señala Fontán. En la casa de su pareja habían decidido construir un piso en lo que era un viejo altillo. "Es un espacio muy singular porque tiene un pasillo, líneas triangulares, curvas. Y lo habíamos pintado todo de blanco", comenta el cineasta, de vasta trayectoria. Fontán recuerda que Peirano se preguntaba qué pasaba si ambos invitaban a un conjunto de personas que no conocieran ese espacio. La idea era ver qué les sucedía cuando ingresaban en el lugar. "Ese fue el germen con un conjunto de preguntas como, por ejemplo, cuál es la relación entre un espacio y una persona, la intimidad, qué es el adentro y qué es el afuera, cómo se convive. Teníamos todas estas preguntas ligadas a nuestra vida y nos parecía que era un material que podía convertirse en cinematográfico", puntualiza Fontán.
-¿Cuánto de documental y cuánto de ficción tiene El piso del viento?
Gloria Peirano: -Es un cruce. Es lo real como imposible de alcanzar. Esas personas no son ellas, el espacio que es real no es el espacio sino que tiene que ver todo en el punto de la representación, en esa articulación con la representación. Apenas lo real accede al tamiz de algo de la representación, pierde su condición de realidad y se va transformando en otra cosa. Sí creo que la base, en este caso, es como si la curva fuera de la realidad a la ficción en ese sentido. No es ficción pura.
-Gustavo, ¿esta película es más del orden de lo sensorial, algo habitual en tu filmografía?
Gustavo Fontán: -Hay un cruce interesante en este hecho de codirigir. Y la película iba a tener un acento, una apuesta muy fuerte a la palabra, tanto desde los relatos de las personas invitadas como de los textos que escribió Gloria. Y eso para Gloria es más natural porque ella es escritora. Allí ella encontraba un territorio natural. Luego, la película también era si había una atención a los cuerpos, al flujo de la luz, a las sonoridades del viento. Y en esa amalgama encontramos una posibilidad de complementarnos. Una cosa que no dije es que esas preguntas que nos hacíamos, las hacíamos antes de la pandemia, porque la película fue rodada en 2017.
-¿Qué sentido cobra, entonces, en este contexto de pandemia?
G.F.: -Me parece que todas esas preguntas se resignifican. Incluso hasta el montaje de la película estuvo listo antes de la pandemia. Pero la pandemia nos puso a repensar esas preguntas para nosotros y entiendo también para los espectadores.
-Gloria, recién Gustavo decía que ustedes se preguntaron cuál es la relación entre un espacio y una persona, y entre un espacio y la memoria, entre otras cosas. ¿La idea fue mostrar diferentes puntos de vista, que no hay una sola respuesta?
G.P: -Claro, exactamente. O sea que el modo de habitar un espacio nuevo es absolutamente distinto, según la interacción que existe entre una persona determinada y un espacio, una casa. ¿Qué sucede si colocamos a personas que no conocen un espacio a recorrerlo? ¿Qué emociones surgen? Y la idea base de la película es eso. Apostamos a que las reacciones fueran completamente diferentes. Lo son. Y eso forma un material muy interesante. Son muy distintas las reacciones. Era esperable que fueran distintas, pero no eran tan esperable cuál era la especificidad de cada reacción.
-¿Es una película que habla a la vez del pasado y del futuro?
G.P.: -Sí, es una película que propone. Cuando vienen, les invitades, en general van hacia el pasado, van hacia la casa de la infancia o hacia la casa donde fueron felices. O hacia el amor, hacia el refugio, pero hay una tensión hacia el futuro que también está propuesta por el espacio que fue pensado también como un personaje. Cada invitade deja una huella en el espacio. Entonces, el espacio en sí mismo se va transformando. Ese piso blanco se va transformando. Esto, por supuesto, es toda una cuestión del montaje. No vinieron en ese orden, no sucedió de esa manera. Por supuesto es toda la construcción del espacio como un personaje, como lienzo. Todo esto es lo que intentamos.
-¿De qué modo reflexionar sobre el interior de una casa es también una reflexión sobre el afuera?
G.F.: -No hay campo sin fuera de campo, no hay espacio sin el afuera. Y ahí también las respuestas fueron múltiples y las experiencias son múltiples, incluso según los contextos. Uno puede pensar que el adentro y el afuera previo a la pandemia o en la pandemia no es el mismo. El adentro y el afuera en la dictadura o en épocas más amables no es lo mismo. Y esa ligazón entre la experiencia personal y la experiencia comunitaria está trazada también por la película porque probablemente no haya experiencias personales sin experiencias sociales. Y también puede pasar que el adentro sea siniestro. Por eso la película no tiene una respuesta unívoca y va amalgamando un conjunto de experiencias que podrían continuar y esperamos que continúen con lo que les espectadores depositen ante esas preguntas. Es decir, cómo interpelan esas preguntas a partir de la película a cada una de las personas que la vean.