La foto de tapa muestra a un chico tirado en el piso, boca arriba, la cabeza sobre un charco de sangre. El título del 27 de junio de 2002 tiene tres palabras: “Con Duhalde también”. El “también” de PáginaI12 era una alusión a Fernando de la Rúa, que siete meses antes había tomado el helicóptero dejando atrás la Presidencia y 36 muertos. Informa el texto de tapa: “La salvaje represión policial tras un choque con los piqueteros provocó dos muertos y cuatro heridos graves con balas de plomo, otros 90 heridos con balas de goma o contusos y más de 150 detenidos”.
El asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki (el de la foto de tapa) marcó uno de los peores momentos de la democracia. Como ocurre ante las crisis, la redacción de PáginaI12 se puso en tensión de entrada, el mismo miércoles 26 de junio, cuando llegaron las primeras informaciones de la represión en el Puente Pueyrredón y la masacre en la Estación Avellaneda. Cada periodista fue volcando datos que muy pronto tomaron forma en un papel con el croquis de Avellaneda, como para entender qué había pasado, y contenido en dos conclusiones. La primera, que los muertos no eran fruto de una interna piquetera, como habían querido intoxicar con sus llamadas al diario algunos funcionarios del gobierno nacional. La segunda, que la ejecución de los chicos había estado a cargo de la Policía Bonaerense. Quedó en el misterio si hubo culpables por encima del comisario Alfredo Fanchiotti, que terminó condenado a perpetua por los homicidios. Hubo menos dudas sobre las responsabilidades políticas. El ministro del Interior Jorge Matzkin llegó a hablar de “un plan de lucha organizado y sistemático” con uso de la violencia. El jefe de Gabinete Alfredo Atanasof alertaba contra el supuesto “caos” en que los movimientos sociales envolverían a la pacífica Argentina. En los días previos el jefe de Inteligencia Carlos Soria y su número dos Oscar Rodríguez llenaron a Eduardo Duhalde de informes sobre la presunta peligrosidad de los piqueteros. Soria está muerto. Lo mató su mujer en 2012 cuando era gobernador de Río Negro. Rodríguez está retirado. Atanasof sigue próximo a Duhalde.
Una redacción tensa es una redacción más atenta ante un hecho que se sale de lo normal. Incluso cuando al principio no se entiende nada y la interpretación de la realidad no cierra porque falta información. La tensión sale del oficio de periodista. Su origen es indefinible. La capacidad de olfatear esos momentos únicos se transmite de generación en generación, por anécdotas o por lecturas, y se percibe al instante. Empieza con un murmullo, se generaliza en un movimiento que se desparrama sobre todo el diario, sigue con preguntas en voz alta y avanza con hipótesis. Requiere de tanta lógica como conocimiento histórico, que es individual y de grupo porque la redacción es un hecho colectivo. Y precisa calle, mucha calle, en los dos sentidos de la palabra. Calle como experiencia acumulada y calle como práctica ineludible ante el desafío nuevo, cuando solo la crónica y la foto pueden llenar con seriedad los huecos que la mente ya empezó a dibujar ante el primer estímulo.
La tensión periodística no es insípida, inodora e incolora. En Página la intuición y el razonamiento funcionan con mayor intensidad cuando están en juego la vida y la muerte, cuando el responsable de la muerte es el Estado y cuando en el fondo de las cosas manda la injusticia social.
El diario del 27 había alcanzado a cubrir los hechos del 26. Quedaba clara la represión. La palabra “cacería” inundó títulos y textos. Aunque todavía no era posible saber que fue el autor de los asesinatos, el nombre de Fanchiotti figuró en las narraciones. Pero además esa edición de PáginaI12 muestra que el diario dimensionó muy rápido los problemas en juego.
Un problema era la supervivencia de Duhalde, el presidente interino cuyo mandato quedó puesto en duda. Como se sabe, Duhalde no llegó hasta diciembre de 2003 sino que convocó a elecciones anticipadas.
Otro gran problema giraba en torno de los peligros que se crean cuando desde los niveles más altos del poder político queda instalado el fantasma del caos. Ese fantasma permite luego la sobreactuación de los funcionarios y legitima la violación del Estado de Derecho.
El tercer grupo de problemas que el diario detalló en sus ediciones de aquellos días de junio apuntaba al modo en que la policía como cuerpo debe actuar en un contexto de protesta social y a la manera en que un oficial de policía debe recibir las órdenes. La historia indicaba que el “no matarás” debe ser explícito y ser advertido previamente de arriba hacia abajo con una certeza: el que hiera o mate no será protegido y quien no cumpla las órdenes, más allá de lo que resuelva la Justicia, perderá su carrera. PáginaI12 fue develando que el 26 de junio no existieron ni la orden ni la advertencia y dejó abierta la eventualidad de que los homicidios pudieran haber formado parte de un programa de escarmiento. Orden o muerte.
Ese momento luminoso del diario en medio de la oscuridad del plomo y la sangre ayudó a redondear valores y prácticas. A veces el recuerdo de los años de Néstor Kirchner suele estar asociado a un estereotipo y a una abstracción. El estereotipo, utilizado por quienes critican su política de seguridad callejera, dice que Kirchner alentó el desorden. La abstracción, usada por los que ven con simpatía la política del presidente que gobernó entre 2003 y 2007, anota que Kirchner no quiso criminalizar la protesta. Pero todo es más simple. La edición del 28 de junio de 2002 incluye una declaración del entonces gobernador de Santa Cruz. “El 27 por ciento de desocupación y los 19 millones de pobres abonan el clima de violencia social actual, donde los que no tienen trabajo se quejan y salen a cortar rutas y los que lo tienen se quejan porque se ven perjudicados”, decía Kirchner, y registraba que “indudablemente estamos viviendo una situación de alta conflictividad social en la que el gobierno nacional no debería reemplazar su falta de autoridad con autoritarismo”. Estaba a contrapelo de otros gobernadores, como el cordobés José Manuel de la Sota y el salteño Juan Carlos Romero, quienes preferían señalar su preocupación por el desorden.
Kirchner hizo entonces una síntesis: “No quiero ver más argentinos muertos en las calles”. En 2003 impuso la teoría cuando asumió la Presidencia y la convirtió en doctrina sobre el terreno en el 2004, cuando prohibió que la Policía Federal llevara armas a las manifestaciones. La traducción fue un cambio completo de cúpulas que Kirchner realizó y controló. Desplazó al jefe Eduardo Prados, que no quería una policía desarmada, y lo sustituyó por los comisarios Néstor Vallecca y Jorge Oriolo. Kirchner en persona les dio instrucciones de cómo debían bajar las órdenes y qué pasaría con quienes desobedecieran. Así estrenó el período más largo de la democracia sin muertos en medio de conflictos sociales, casi una rareza en un país donde “la política de tolerancia tuvo, desde siempre, enemigos declarados”, como escribió Sergio Moreno en la edición del 27 de junio de 2002.
“Empresarios, banqueros, gobernadores, ministros, legisladores, intendentes y dirigentes políticos de variado pelaje pero similar pensamiento” presionaron para reprimir la protesta, informó Sergio, que se enfermó y murió en octubre de 2006. El último párrafo de la columna publicada al día siguiente del asesinato en Avellaneda dice: “Clamaron (y claman) por endurecer la mano. Ayer se endureció”.