Desde París
 

Se puede ganar todo o una parte. El presidente francés, Emmanuel Macron, se llevó una parte de lo que estaba en juego el lunes cuando partió rumbo a Moscú para entrevistarse con el presidente ruso Vladimir Putin y luego hacia Kiev, la capital de Ucrania, con el mandatario ucranio Volodimir Zelenski para terminar su gira de poco más de 24 horas en Berlín. A falta de un acuerdo ya firmado Macron trajo la certeza de que el diálogo proseguirá. Nada dirán los escépticos, mucho quienes conocen los avatares diplomáticos, la profundidad de la crisis entre Rusia y Occidente a propósito de Ucrania, el ánimo de desencadenar una guerra de Washington y el carácter alucinante de las relaciones entre Putin y Macron. Según dijo en Kiev el jefe del Estado francés “es posible hacer avanzar las negociaciones”.

Macron se mostró optimista sobre la posibilidad de que se desemboque en “soluciones concretas y prácticas” para enfriar el conflicto. El presidente insistió en recordar que el presidente Putin “me dijo que él no provocaría una escalada. Pienso que esto tiene su importancia. El otro elemento radica en que no habrá bases fijas ni despliegue de equipo sensible en Bielorrusia”, agregó Macron refiriéndose a las maniobras militares conjuntas entre Moscú y Biolorrusia previstas hasta el próximo 20 de febrero.

Sin embargo, el dirigente francés admitió que no había conseguido un compromiso sobre el retiro de las tropas rusas de la frontera con Ucrania, donde habría entre 100 mil y 150 mil soldados. Contrariamente a lo que ciertos diarios guerreristas de Europa anunciaron (El País de España), Macron no dijo que ese compromiso ya estaba aceptado. Este martes, el presidente explicó que “nadie es naif. Los recientes despliegues están ligados a una situación tensa. Ayer yo no anuncié nada sobre este tema. Será fruto de un proceso que hemos abierto”. Proceso, es decir, tiempo, negociaciones y tacto. Más globalmente, Macron explicó que la desescalada en esa región no depende únicamente del tema de la OTAN (Alianza Atlántica) sino que “recubre otros temas” y, en este sentido, debemos continuar el diálogo con Putin”. La última escala de la gira relámpago de Macron incluyó Alemania, otro de los países implicados en las negociaciones donde también se encontraba el jefe de Estado de Polonia Andrzej Duda. Este último dijo que era posible “evitar la guerra entre Rusia y Ucrania”. 

Todo está envuelto entre gasas y posado sobre una cuerda floja. El lunes, Putin declaró que algunas de las ideas de Macron podrían “sentar las bases de progresos comunes. Haremos todo lo posible para encontrar un compromiso que satisfaga a todo el mundo”. Lo que sigue siendo innegociable es la posición de Moscú con respecto a su principal exigencia, es decir, la política occidental de ampliación de la OTAN, que incluye una propuesta para el ingreso de Ucrania, así como el retiro de los dispositivos militares desplegados en Europa del Este.

Putin tiene unos cuantos argumentos en la mano, tal vez más que los gurúes militaristas de la OTAN cuya existencia, desde la caída del Muro de Berlín en 1989, ha servido para sembrar caos y muerte antes que equilibrios políticos coherentes.

”Que te guste o no el acuerdo de Minsk,  mi belleza, te lo vas a tener que aguantar” le dijo Putin al presidente de Ucrania a propósito del plan de paz negociado en 2015 entre Kiev y Moscú y al que Velodimir Zelenski no le ve salida. Los medios occidentales se empeñan en poner a Vladimir Putin como el único reacio a una negociación. Sin embargo, la solución pasa por el mismo Zelenski y por Estados Unidos. Al presidente de Ucrania no le cierra un compromiso con Moscú y Washington está muy obstinado en demostrar que Rusia prepara una invasión “inminente” de Ucrania. Las capitales occidentales ya conocen el fin de las crisis con Rusia cada vez que porfían en ponerle tropas en Europa del Este o provocan invitando a Ucrania u otras repúblicas del antiguo bloque comunista a ingresar a la OTAN. Como ocurrió en Georgia en 2008, Rusia las invade.

La historiadora norteamericana Mary Sarotte (profesora en la Universidad Johns Hopkins) ha escrito uno de los libros más brillantes y documentados sobre esta crisis (Not One Inch). Mary Sarotte resalta en ese libro lo que pocos comentaristas toman en cuenta porque prefieren poner el conflicto bajo el argumento de una “guerra de Rusia contra Occidente” o la “última ocasión de salvar la democracia en el mundo” antes que observar detalladamente los hechos, lo que sí hace la profesora. Sarrotte anota que este conflicto con Ucrania excede su propia dimensión actual y se origina en la caída del Muro de Berlín, en 1989, y luego en el desmantelamiento de las repúblicas que formaban parte de la Unión Soviética (1991). Después de ese colapso se proclamó “el fin de la historia” y “Occidente hizo de esa historia lo que le dio la gana, empezando por dejar a Rusia afuera. Putin quiere reescribirla”. Mary Sarrote va mucho más lejos en su cuestionamiento de la postura de Occidente cuando resalta la forma en que la Alianza Atlántica ignoró a Rusia. La OTAN pasó en tres décadas de 16 a 30 miembros, se instaló en las orillas de Rusia y jamás invitó a Moscú a un acercamiento, aunque sea simbólico. El expresidente norteamericano Bill Clinton propuso en 1994 una “asociación por la paz”, pero la idea no prosperó. Los republicanos de Estados Unidos hicieron de la ampliación de la OTAN su caballo de batalla contra Rusia y una opción estratégica que condujo al desastre de hoy. A este respecto, la profesora escribe: ”No se puede ignorar a Rusia. Es el país más grande del mundo y posee un arsenal estratégico capaz de destruir el planeta en una hora. Es impensable que 30 años después del desmembramiento de la URSS Rusia no tenga aún su lugar en el dispositivo de seguridad de Europa”.

Ucrania es, en el fondo, un objeto que le sirve a Putin para reclamar contra una humillación continua y a los occidentales para seguir pisoteando a quien debería ser una aliado respetado y no un juguete de su arrogancia armada.

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