Una llama bicolor abre la puerta de un romance imposible y la fuerza del desencuentro puede ser desarrollo para un país a cielo abierto.
Siempre lo imaginario tiene un cementerio de promesas, pero cuando llegan flores blancas para reanimar la belleza de lo inútil, la soberbia cree advertir el fracaso. Este verano en Vaca Muerta queda girando en falso esa costumbre y la llave corona se involucra en gobernar el país de la poesía celeste y blanca, como si la pasión fuese la energía sustentable en el mundo del trabajo.
Este juego tracciona en lo profundo desde que Rene Lavand reparte las cartas que viajan desde la inutilidad a las vías del desarrollo nacional. Antes que el silencio encienda la chimenea de quebracho en Tandil, suena un timbre indiferente al compromiso y el amor publicitario es el boletero que entrega ticket ida y vuelta para despegar a otra dimensión que, en este viaje, deja de ser promesa.
Con la causa común de revivir Vaca Muerta, la pasión de Mercurio es la historia para vender una utopía. Las leyes propias del cinqueccento pueden ser el comienzo para repensar lo intangible y lo eterno en este fastidio con la realidad.
Ahora tiene sentido la charla con uno mismo y encontrar “El corazón del hombre”, libro de Erich Fromm que enseña a no transportar los sentimientos como si fueran carbón.
Es el momento de tomar distancia de la mesa para sentarse en el sillón de pana gastado a contemplar la película “Soñar soñar”, con la dirección del genio mendocino que vive en los corazones argentinos y de cuba. Automáticamente, las burbujas de detergente nacen desde la pérdida en el viejo caño galvanizado de gas natural y las manchas de la pintura epoxi se parecen a una obra de Willem de Kooning.
Sin querer, en la película de Leonardo Favio, busco el amianto extraviado en la estantería del container, porque es menester cubrir la escena de Carlos Monzón con ruleros mientras Gian Franco Pagliaro le rinde pleitesía a la belleza.
Esta audacia suma a la inspiración. La mitología de Atenas y Roma abren el paso siguiente en la elevación espiritual y en una charla con Vinicius en el ascensor, la “Garota de Ipanema” pone en marcha su motor para jugarse de lleno por lo que no fue.
En esta nave del placer, la resonancia de lo aparentemente inútil construye la épica en Mercurio, Dios del comercio. La plata líquida se interesa en Vaca Muerta y el emoji actual es como un analgésico sin receta para el amor impuro de Psique y Cupido.
Mercurio, remando sobre el equilibrio despoja a su autor y lo abandona caminando por las ventosas calles del pueblo petrolero. Ahí ve caer el sol que atraviesa la ventana de una panadería improvisada por la demanda. La afinidad con el comercio lo pone atento a que no haya escapes en las filas hacia el mostrador porque suenan distintas campanas que el clima árido distribuye.
Entre tantas, la que se escucha con más contundencia es el secreto fósil de un pacto oculto entre “El beso del amor” y la roca que perfora la extracción de hidrocarburos de la ingeniería petrolera.
Pero en los naipes del mago, el número impar revela que “Mercurio”, obra de Giambologna, desafía las leyes de gravedad y se resiste a quedarse inmóvil “Al borde del camino” con Mario Benedetti en las rutas argentinas.
Con la misma innovación de la Coupe Taunus, en pleno reviente de los años ´80, el cálculo fibonacci logra la belleza, casi dos siglos después, cuando el italiano Antonio Canova vuela a construir el beso que reanima a Psique, alrededor del año 1800.
La escuela de teatro de Cipe Lincovsky interviene esta historia en la fila y un trabajador tapa sus lágrimas con la máscara de soldar quien apoyando sus manos en la bandeja de mimbre perfora el pan extrayendo migas de trigo que el escultor italiano transforma en mármol alado.
La impronta de la dramaturgia sacude el polvo a la capacidad de asombro agonizando en el paisaje pétreo. El pozo de perforación abandonado es un volcán desnudo que llama la atención. No tanto por la ermita que está a su lado erosionada por el viento sino por el poder magnético del desarrollo productivo que lo alumbra.
Mercurio quiere llegar a la cima del placer que delatan las manchas de aceite que deja el reposo a oscuras de Psique y Cupido, pero se asombra cuando la relación prohibida, que atesoran en cada beso, quiebra la roca subterránea, hackeando la efectividad del fracking.
De pronto, como el embrión que quedó petrificado, el silencio de este pueblo se va contando a sí mismo y Mercurio, rápido de reflejos, construye un gasoducto que conduce hasta la hornalla de la familia argentina. Ahora el bronce es fuego y escapa del acoso de Afrodita.
La codicia de hoy suena fuerte para reemplazar “El beso del amor” y Mercurio desafía, con su libertad de movimiento, el fluido del combustible para que no se agote el fuego de la pasión en la cocina del trabajador. El Louvre, en estado inusual de frescura, queda desolado frente al abandono y Vaca Muerta ya se piensa en la noche de los museos.
En el camino de ripio y con la euforia de un principiante, Paco Jamandreu diseña el vestuario de la diosa del amor, para su desembarco en la patagonia y recuerda con orgullo “La gira del Arcoiris” en Europa.
Los celos del gigante francés vienen del sur y en un acto heroico, “La victoria de Samotracia”, busca la unidad de lagos argentinos e islas griegas del Pireo. Cuando el caos toma la posta, los amantes ya planean su vejez en el Pompidou cerca de un ventanal que da a la fuente del suizo Tinguely.
La fuerza de la complicidad de Psique y Cupido recibe las palmadas de una especie de superioridad que deja atrapada la furia de Venus. Mientras tanto “Mercurio” busca restaurar su protagonismo en el Museo “Bargello” de Florencia.
Cuando suena la alarma y todos buscan la realidad que aburre, “Los abuelos de la nada” cantan el “Himno de mi corazón” al borde del lago para que Nahuelito salga a saludar.