El 11 de marzo de 2008 el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner aumentó los derechos a las exportaciones de soja y girasol e introdujo un mecanismo de movilidad para no tener que modificar la alícuota cada vez que el precio variara. Era la tercera suba en menos de un año y medio y, si bien acompañaba el fuerte aumento registrado en la cotización internacional, las entidades rurales consideraron el hecho como la gota que rebalsó el vaso. Inmediatamente convocaron a realizar un cese de comercialización que incluyó cortes de rutas y se terminó extendiendo, con breves interrupciones, por más de cien días. Desde el inicio del conflicto, Sociedad Rural, Federación Agraria, Coninagro y CRA organizaron su relato presentándose como “el campo”, discurso que la gran mayoría de los medios de comunicación hizo propio sin ningún cuestionamiento. Con el paso de los días la protesta incluso empezó a ser reivindicada por algunos intelectuales y políticos como una gesta patriótica que reavivó la discusión sobre el federalismo fiscal, el papel del Congreso y los derechos ciudadanos. Se exaltó la unidad de las entidades rurales como gesto de madurez política y se caracterizó la búsqueda del diálogo, proclamada por los empresarios, como un indicador de responsabilidad frente a la “soberbia”, la “represión” y el “autoritarismo” gubernamental. El flamear de las banderas argentinas y las oraciones ecuménicas que se rezaron en los actos ayudaron a completar un discurso que buscó convertir un reclamo sectorial en una muestra de civilidad frente al poder central.
Las entidades rurales intentaron en todo momento reforzar el carácter supuestamente patriótico de su protesta para mostrarse como defensores de la causa nacional. El 7 de mayo difundieron una proclama política titulada “Carta abierta del campo a los argentinos” donde afirmaban que “con nuestra protesta y con lo que sostenemos, estamos actuando en beneficio de todo el país, para que no sólo esta generación sino también las de nuestros hijos y nietos puedan disfrutar de todos los alimentos que hoy tenemos disponibles pero cuya producción peligra”. “Todos somos el campo. Ponete la escarapela por el país. Ponete la escarapela por el campo”, era el slogan que cerraba la carta.
Esa frase no surgió de casualidad. Las entidades siguieron los consejos de un consultor experto en campañas políticas quien en varias reuniones con los dirigentes rurales había recomendado fortalecer la identificación del campo con la Patria para sumar apoyos. Esta operación ideológica de construcción de hegemonía, que supuso presentar los intereses de un grupo como si fueran los intereses de todos, resultó efectiva a partir de la utilización de ciertos íconos patrios, los discursos con tintes nacionalistas de los dirigentes rurales y la amplificación de los mismos por los medios de comunicación.
El acto organizado el 25 de mayo en el Monumento a la Bandera de Rosario fue parte de esa campaña comunicativa diseñada para generar consenso ciudadano en torno al lockout patronal. El diario La Nación lo dejó claro en una nota del 22 de mayo donde anticipaba cómo sería aquella concentración:”Como en 1810, habrá profusión de escarapelas. También se producirá una manifestación frente a un monumento nacional. Nueve fueron los hombres que, como integrantes de la Primera Junta de Gobierno de 1810, saludaron desde el Cabildo a los manifestantes, y nueve serán los dirigentes protagonistas del escenario de Rosario (entre presidentes y vicepresidentes de las cuatro entidades y el infaltable Alfredo De Angeli). Estas son algunas pruebas de que el acto convocado por las cuatro entidades rurales en Rosario intentará ser una copia fiel del 25 de mayo de 1810”. Esas operaciones discursivas tendientes a homologar al campo con la “patria” se sucedieron durante todo el conflicto.
La identidad es un proceso relacional que requiere de un otro. Por lo tanto, mientras “los gringos” del campo eran patriotas que se manifestaban para defender al país, los que se oponían aparecían calificados como “piqueteros”, “fuerzas de choque”, “patotas”, “militantes kirchneristas” o directamente “negros” acarreados por el gobierno nacional a cambio de prebendas. “´¡Vuelvan, vuelvan! ¡Los piqueteros están lastimando a la gente!´. Una rubia, a los gritos, pasó corriendo por la 9 de Julio en sentido inverso a los que iban hacia el Obelisco y desparramó la alarma, aunque no generó demasiado efecto. ‘Vamos a seguir igual. Si aparecen, nos vamos’, coincidieron Hernán y Justo González, dos primos oriundos de Santa Fe. ‘En la Plaza de Mayo están los negros’, dijo otro mientras la mayoría seguía su camino al grito de ‘si éste no es el pueblo el pueblo dónde está’”, podía leerse en una crónica de Clarín del 27 de marzo de 2008 sobre una manifestación en la que se enfrentaron opositores y oficialistas. “Al oír el grito de los piqueteros (‘Y ya lo ve/y ya lo ve/hoy los corremos otra vez’) muchos caceroleros huían despavoridos. Otros hacían frente: ‘Negros de mierda, ¿por qué no laburan?’”, se agregaba en otra nota de ese mismo día.
“Los manifestantes se agolpaban frente a las bolsas de consorcio, revolvían apurados y salían del amontonamiento sólo cuando habían conseguido su ración de gaseosas y sándwiches de jamón y queso. Listos para marchar; varios cortaban botellas, las llenaban con vino tinto y bailaban al ritmo de los bombos”, escribía La Nación el 2 de abril en la crónica de un acto en respaldo al gobierno. “Cientos de micros colapsaron desde el mediodía la Autopista 25 de mayo y la avenida 9 de Julio. De ellos desembarcaron militantes peronistas y de las organizaciones sociales, muchos empleados municipales que fueron ‘invitados’, sin mucha alternativa, a sumarse al acto. Y también muchas familias humildes que se subieron al colectivo con la promesa de una paga y sin saber muy bien a dónde iban”, relataba Clarín el 19 de julio sobre otro acto convocado para apoyar al oficialismo. Del otro lado, en cambio, cada manifestación era un gesto de patriotismo: “Un aluvión de autos y camionetas se estacionaron frente a la Sociedad Rural local para lo que fue una “fiesta patria”. No faltó nada. Hubo políticos, líderes sociales, auténticos gauchos, muchas mujeres y niños y el clásico merchandising de las asambleas que incluyó escarapelas, sombreros y banderas”, publicó Clarín el 10 de julio.
Frente a ese relato predominante, PáginaI12, en cambio, presentó el conflicto como una disputa por la distribución del ingreso impulsada por uno de los sectores más poderosos del país y denunció reiteradamente los cortes de ruta y el desabastecimiento que provocaron como una muestra de barbarie que quedó de manifiesto, por ejemplo, cuando se impidió el paso de ambulancias, se agredió a embarazadas, se tiraron millones de litros de leche, se balearon camiones y ómnibus, se quemaron pastizales, se incendiaron autos y se intimidó a políticos y artistas que no adhirieron al reclamo. De ese modo, el diario se puso del lado de enfrente al de esos supuestos “patriotas”, como lo viene haciendo desde hace 30 años, con sus errores y defectos, pero con una idea clara de lo que expresa y de lo que enfrenta.