La evocación trae primero las sensaciones y después los sonidos. La noche cálida llena de expectativa, el cruce de miradas cómplices con Héctor ante cada nueva maravilla, la certeza de que ni siquiera esas cinco horas serían suficientes ante la majestuosidad de una obra descomunal, Gustavo Cerati dos filas adelante con cara de asombro y éxtasis, las lágrimas que empezaron temprano y acompañaron casi todo el rato... Y en la memoria, entonces, regresa ese ruido de magia que acompañará hasta el último día. Ahora mismo, mientras se escriben estas líneas, la púa sobre el vinilo trae el mensaje de que “mañana es mejor”, pero aquella noche del 4 de diciembre de 2009, Luis Alberto Spinetta hizo lo impensable: por una vez, reunió a sus Bandas Eternas sobre el escenario montado en Vélez. El, que le huía a la “museificación” de su música, que a fuerza de obstinación había acostumbrado a su público a sus volantazos estéticos, se hizo y nos hizo el regalo de una noche más cercana a la comunión de almas que al simple show de rock.
Como si todo hubiese estado destinado a la perfección, la idea de revisar en reversa su recorrido artístico elevó aún más la trascendencia del concierto. Porque Spinetta arrancó en presente, con su banda de entonces, pero enseguida “Ella también” puso las primeras lágrimas en los ojos, con esa Luna de fondo en la que daban ganas de ir a mojarse los pies. Las diferentes encarnaciones solistas, Spinetta Jade, los Socios del Desierto y varios cruces (Juanse, Fito Páez, sus hijos Dante y Leeva, Cerati y Charly García) marcaron picos emocionales, aumentados por la generosa decisión de tocar canciones de otros artistas (cuando todo podría haber sido una autocelebración). Y pese a que sonaron “Asilo en tu corazón”, “Alma de diamante”, “No ves que ya no somos chiquitos”, “Bajan” y “Cementerio Club”, entre otras joyas, lo mejor todavía estaba por llegar.
Cuando la guitarra del Flaco se internó en la introducción de “Durazno sangrando” se hizo imposible que el corazón no quedara como una pelota desinflada. La segunda estrofa en la voz de Machi, las filigranas de Pomo en la batería... Invisible ahí, materializado en melodías y esa lírica imposible de Luis Alberto, como una aparición espectral y sin embargo corpórea. Y “Jugo de Lúcuma”, “Perdonado (niño condenado)” y sobre todo “Lo que nos ocupa es esa abuela, la conciencia que regula al mundo”, canciones con las que los spinettianos que no habían llegado a tiempo para ver al trío ni siquiera soñaban escuchar en vivo.
Y después Pescado Rabioso, que no es la mejor banda de la historia del rock argentino sólo porque después al Flaco se le ocurrió armar Invisible. Pero ahí nomás, ¿eh? Y ahí nomás estaban Black Amaya, Carlos Cutaia, David Lebón y el Bocón Frascino. Las uvas viejas de un amor en el placard ya no estaban amortajando la realidad de escuchar “Credulidad”, de saltar con “Me gusta ese tajo”, de que “Post crucifixión” llevara directo al recuerdo de aquella primera vez en un cine y Luis Alberto con una sirena en la espalda... Demasiado para los corazones, demasiada música, demasiado todo.
Pero, claro, no alcanzaba. Porque la imagen de cuatro tipos frente a un micrófono engarzando sus voces hasta el infinito con un himno como “Muchacha (ojos de papel)” era menester para cerrar ese otro retorno insospechado. Luis, Edelmiro Molinari, Emilio Del Guercio y Rodolfo García: Almendra estaba sobre el escenario y en el brillo de las lágrimas de que lloraban 37 mil personas se intuían historias personales ligadas a esos dos discos fundacionales. Cuanta ciudad, cuanta sed, cuanta música como antídoto contra todos los males de este mundo...
El mensaje de Conduciendo a Conciencia, que Luis más tarde incluiría en la carta que fue su despedida pública, se multiplicó sobre el escenario de Vélez. Primero, con la canción “8 de octubre” junto a Ricardo Mollo, luego con todos los músicos que participaron del concierto vistiendo la remera con el mensaje “Todos fuimos, todos somos, todos podemos ser”. Lo último que sonó en esa noche (lamentablemente) irrepetible fue “No te alejes tanto de mí”, una de las piezas más “populares” del Flaco. Gestos finales de generosidad, tras un tour de force emocional por 50 canciones que se convirtió en código, como en los ‘60 y los ‘70 lo era mencionar el nombre de Spinetta: quienes hayan ido al show de Las Bandas Eternas habrán encontrado estas líneas redundantes y hasta molestas, porque tienen esa noche tatuada en sus corazones. Sepan disculpar, pero escribir en PáginaI12 a veces ofrece la oportunidad de mostrar los tatuajes propios.
Y ya es mañana.