La última película de Paul Thomas Anderson, Licorice Pizza, tiene un tema que a veces queda a la sombra, difícil de tratar; y es esa sutil y tirana relación entre el tiempo, la edad y el género.
Contada con una singular manera adolescente de fantasear, agrandar, exagerar y llevar al límite toda cuestión; desde la California de los años setenta, la pieza muestra un vínculo de enamoramiento entre una joven, Alana que tiene 25 años, y Gary diez años menor que ella. Un enamoramiento tan platónico como erótico, real y carnal.
Apenas salí del cine le escribí a mi amiga, quien me la había recomendado. Intercambiamos sensaciones, análisis. Algo entre las dos insistía, nos pulsaba, nos conmovía. La identificación a ella, Alana, enamorada de ese chico 10 años más joven y menor de edad. Y había en particular una escena que nos daba vuelta, de la cual hablamos entre audios y textos. Una escena, que creo, tiene la fuerza de lo que intento plantear acá.
La protagonista, dudosa y contrariada le pregunta a su hermana: ¿Crees que es raro que pase tanto tiempo con Gary y sus amigos? Entonces reformula esta pregunta y asevera su verdad. Algo que a ella le pasa, una molestia, una incomodidad y vuelve a decir: Creo que es raro que pase tanto tiempo con Gary y sus amigos de quince años. Ella se pregunta por su propio tiempo entregado a ese joven de esa edad; o sea, a lo que debería hacer a su edad con su tiempo. Y aclaro, acá no se trata de la minoridad de él, porque ahí no hay nada para discutir.
Se trata de algo que se arranca de esta película en particular y que habla de algo en general: las feminidades no salen con chicos más chicos. Y si lo hacen es raro, claro, siempre para la feminidad.
Incluso las reseñas y críticas de las películas que leí, no se detienen en este punto. Parece tierno, conmovedor o algo curioso este amor indebido. Como si fuera tan fácil, como si la sociedad no condenara lo que sale del guión. Pero, ¿quién de lxs dos está saliendo del guión heteronormado?
En el heterocissexismo, un varón que sale con una chica más grande, cuestionable o no, es siempre considerado parte de su virilidad. Pero una chica que sale con alguien más chico, deja un rastro de incomprensión, un sinsentido y seguro es algo de lo que opinar ¿Qué está haciendo esa chica, como chica? ¿Quizás es un acto de desobediencia a su rol social? Y principalmente, ¿que está haciendo con su tiempo?
Entonces, esa pregunta que se hace la protagonista, que la lleva a tomar o no ciertas decisiones, que mueve, por momentos, y produce la trama, es una pregunta que toca su existencia en tanto mandato de género. Ella se cuestiona si está bien que comparta su tiempo (con todo lo que eso implica) con alguien que no es de su edad, es más chico. Ese tiempo que no es tanto, porque todavía queda suscrito a lo biológico y a la reproducción, en el que debería buscarse un hombre de verdad y no un niño, una pareja, una familia tipo y vivir esa vida que se le espera que viva.
¿No es raro? Una joven, casi adulta. ¿donde y que tendría que estar haciendo?
Sara Ahmed, la filósofa feminista dice que la producción de género opera sobre el modo en que los cuerpos ocupan espacios. Agregaría entonces, el modo en que esos cuerpos no solo ocupan espacios sino que también usan su tiempo a determinada edad.
Alana es una chica sin edad, sin tiempo y ocupa los espacios que supuestamente serían los espacios para un adolescente (cisvarón). Produce un quiebre o la inauguración de un nuevo lugar. Y ahí, creo, está la insumisión, ese pequeño gesto, en ese pliegue, no grandilocuente, si no casi imperceptible, el de burlarse de una temporalidad hegemónica y pactada por un guión.