Un hincha en los alrededores de un club balbucea recordando jugadas y apodos de jugadores, se emociona con la idea de una mujer con tres tetas o dos clítoris. Es un personaje del mismo creador que unos años atrás le daba vida al Presidente Handel, que en sus Cadenas Nacionales intempestivas se refería a la Argentina como Las Indias del Sur, a sus habitantes como sus queridos gauchos y lamentaba haber tenido que faltar a zumba para atender los contratiempos de la Patria. El responsable de esos y muchos otros personajes es Martín Rechimuzzi: politólogo, creador de contenidos, comediante por arriba y por abajo del escenario, domador de algoritmos, un renegado del fútbol y de esa costumbre de dividir desde la tierna infancia los nenes de las nenas

La generación que hoy tiene alrededor de 20 años lo identifica como YouTuber, Instagramer, Influencer. Otrxs, mayores, como columnista de El Destape Radio, de Futurock –donde condujo Furia bebé junto a Malena Pichot y Señorita Bimbo- o como un Tangalanga con marco teórico y perspectiva de géneros al frente de las bromas telefónicas que hacía desde sus tiempos en Radio Splendid.

Foto: Sebastián Freire

Quien quiera verlo en vivo ahora puede hacerlo en ¿Qué pasa hoy acá?, en el Centro Cultural Konex, junto a Erica Rivas. Se trata de una obra que –dice Rechimuzzi- fue pensada como un happening porque tiene “una dinámica que está muy abierta a lo que va pasando. Tenemos personajes fijos, sketches fijos, tenemos algunas ideas que nos interesa sostener pero siempre en movimiento. Con Erica siempre nos conmovió mucho El palacio de la risa, en el 91 y 92, con Urdapilleta, Tortonese, Gasalla. Queríamos tomar esos modos de masticación, esas ideologías. Tomar esos espíritus para hablar del presente. Nuestra imagen inicial en febrero de 2020 eran dos hermanas que estaban encerradas con un afuera hostil. Lo que después empezó a pasar en la realidad… Tensionando esa idea se nos despertaron nuevas formas de encierro: de los cuerpos, del tiempo, de las palabras”. 

Pero en tono de comedia…

-Sí. Lo narro como algo espeso pero en verdad hablamos de espectáculos, boludeces.

¿Qué te parece que están tomando prestado de Batato Barea, Alejandro Urdapilleta y del espíritu del Parakultural?

-Algo de la incomodidad. Al principio de los 90 hubo una especie de falta de utopía. Caído el Muro de Berlín, el capitalismo parecía ser el único horizonte posible, en una sociedad que ya venía de procesar la dictadura, el alfonsinismo. Había algo que estaba pasando, algo volcánico que se expresaba en esas locuras sobre el escenario, en esos arrebatos, en ese griterío. Algo de eso charlamos con Tortonese, quien nos ayudó a pensar lo que queríamos contar. Venían con el mundito contenido de lo que había pasado el día anterior. No separaban la obra del contexto. Eso es algo que nosotros también hacemos: estamos todo el tiempo haciendo la obra. No decimos “Ahora me pongo el traje y hago una de Tennessee Williams”.

¿Incorporan la coyuntura?

-No es sobre la coyuntura pero sí. El primer sketch es sobre las fantasías de modernidad, las corporaciones digitales, las criptomodenas, los laboratorios. Creo que en Argentina venimos narrando mucho las capacidades del Estado, es decir, lo que el Estado puede llegar a hacer a través de la política, que es mucho. Pero nos parecía interesante extender ese debate a cuáles son aquellas estructuras mucho más poderosas que los Estados que también tienen efectos contundentes en nuestra vida. No es que sea novedoso, es marxismo básico: el capital económico determinando a la expresión política. El antagonismo entre derecha e izquierda, sus expresiones políticas y los modelos de país que cada uno tienen están disponibles, se ven. Ahora, ¿qué pasa con estos modos de vida? Con los mecanismos de individualización, de control de a uno. Sin asumir que hay algo así como un gran enemigo que está ahí escondido, sino entendiendo que todos somos parte de esa estructura. Yo estoy por ejemplo muy maravillado con Tik Tok.

¿Por qué?

-Es un muestrario de humanidad. Para adquirir un carácter público no hace falta tener un oficio: no necesitás ser actor, ni periodista, ni filósofo. En otras redes está muy controlado el segmento: te muestra que el mundo se parece mucho a lo que vos pensás. Y al mismo tiempo la gente produce para, por ejemplo, Instagram. Pero TikTok es tu rutina registrada. Una vez que aprendés a jugar con el algoritmo te empezás a meter en mundos fascinantes, a los que no llegarías de ninguna otra manera. Estuve viendo mucho umbandismo por ejemplo. Podés ver cowboys reales en sus propios escenarios. Podés ver ultra ricos. No es una producción, con un guion de alguien que imagina cómo podrían ser esas vidas, de los cowboys, o los ultra ricos. Ves cómo viven, en qué están pensando de verdad. Si permanecés un tiempo, el algoritmo te empieza a conocer de una manera muy íntima. Lo que entendió la red es que no somos tan complejos como especie.

¿Y a vos qué te muestra?

-Debe pensar que soy un loco porque voy likeando cosas para que me vaya mostrando mundos extrañisimos.

Lo hackeaste para terminar con un cowboy…

-Lo que ocurre también es que podés tener un video con millones de reproducciones y cero seguidores, una cosa no tiene que ver con la otra. Es una red muy compulsiva, muy falopera. Sos famoso 15 días. Todo es más efímero. Es el post post post reality show.

¿Tu perfil de Tik Tok que tiene?

-Nada. Tengo una cuenta con mi nombre nomás. Siento que hacer humor ahí es imposible. Es dificil preparar una situación para TikTok.

¿Cómo te das cuenta qué tipo de escena, personaje o contenido es para una plataforma o para otra?

-Investigo bastante, trato de entender las redes, que no es nada fácil. Son unas plataformas de laburo, cada uno tiene su propia mecánica. Por cómo me expreso, me sería muy próximo Twitch. Pero en Twitch predomina la cantidad de horas que vos pasás por día, entonces para tener una monetización, para poder vivir de eso, tenés que pasar 12 horas por día ahí, y es inevitable terminar diciendo pelotudeces para estar 12 horas por día, entonces no me dan ganas. Para lo que yo hice en un momento, los personajes, Instagram era muy clavado. Tardé bastante igual para entrar a las redes, no tenía ni Twitter ni nada y lo fui entendiendo recientemente.

Empezaste en la radio…

-En realidad ya comencé en el teatro con Mosquito Sancineto en el under. Es raro llamarlo under porque eso hace suponer que hay que suponer que hay up... Fue una época maravillosa. Tenía 17 y la palabra y visión de Mosquito fue muy estructurante. Entrenábamos todos los días: una cosa muy soviética, cinco horas por día de práctica, cuatro shows por semana. Una linda colimba. Eramos una manada de pendejos irresponsables, insolentes, deseantes. A mí siempre lo que me gustó fue disfrazarme, jugar, intervenir en el sentido.

Varias veces contaste que en tu infancia entre muchas otras cosas experimentaste el estigma del niño marica. ¿Cómo dirías que convertiste eso en caudal expresivo?

-De chico al no jugar a la pelota y al querer todo el tiempo expresarme era el “niño trolo”, quedabas en el margen en ese momento, afortunadamente parece que eso hoy no pasa tanto. Me parece que la ESI en ese sentido marcó quiebres. No digo que no haya homofobia, para nada. Digo que una cosa es cómo pensamos las identidades y otra, la cuestión política. Pero sí me parece que hay un presente un poco más amable. Hoy tenés por lo menos más recursos para defenderte si alguien está ejerciendo sobre vos violencia por tu modo de ser. Yo no la pasaba mal porque tenía el humor. Así me defendía. Nunca me encerré. Cuando empecé a entender mi necesidad de ser muchas personas al mismo tiempo, me pude liberar. No hay un modo de vida sino miles. Eso es lo que me posibilitó la actuación.

Además del fútbol, ¿de qué otros códigos de la masculinidad te sentías afuera?

-Mi relación con las chicas. Me sentía más cómodo cuando no había solo chabones: me acuerdo que en los cumpleaños se usaba dividir por géneros. Una tortura. Y me siguió pasando toda la vida. No es que no puedo entender los lenguajes, digamos, clásicos y heteronormados, pero me sentía más cómodo cuando estábamos todos más mezclados y mezcladas. Sí estamos en un presente qué es un poquitito más amable para algunas cosas es siempre por la militancia histórica de todas las agrupaciones y personas, locos y locas “sueltas”.

¿Y hacia dónde imaginás que podrían dirigirse hoy esas militancias, no necesariamente orgánicas?

-El lenguaje inclusivo es un estribillo, entre otros, hacia algo más. Respecto a la identidades configuradas, que tal vez eran el eje de lucha de las militancias feministas y de la diversidad en otros momentos, yo creo que hoy con quién cojas no determina nada de lo que sos. Eso es algo que por ahí nosotros lo estamos conversando, pero a la generación que hoy tiene 20 es algo que les parece absolutamente obvio. Tampoco hay que asumir que esa generación lo entendió todo. La importancia del traspaso posiblemente sea ir recuperando la idea de que este presente es lo que es porque existió una militancia histórica de personas a quiénes les arrebataron su vida, por ser quienes eran. Y repito: no digo que no sean cosas que no pasen más, para nada. Pero sí creo que estamos en otro momento donde a todo eso lo estamos discutiendo.

¿Considerás que tu trabajo es en alguna medida un modo de activismo?

-Vivimos en un momento en el que la realidad digital parecería ser el plano donde se hacen públicas las militancias. Pero si me preguntás a mí, creo que es más contundentes la militancia territorial siempre. Sí me preguntás quiénes modifican más la realidad, te digo que son las personas que están haciendo militancias territoriales, no yo, que hago alguna boludez, que hago un vídeo o un posteo. Es mucho más cómodo mi oficio. Este presente tiene una particularidad: la incorporación compulsiva. Así todo se gasta y se pierde. Se pierde la capacidad de conmover, de significar. Parece que hubiéramos agotado los temas, que se hubieran saldado ciertas problemáticas, pero siguen estando. Lo que se gasta es la capacidad de interpelación.

Te has inspirado para algunos de tus personajes en Mauricio Macri y en Patricia Bullrich. ¿A qué persona pública jamás le dedicarías un personaje?

-Es que no es una decisión. No diría tampoco una inspiración. Siento que andan por ahí flotando y medio que se me meten, como fantasmagorías, una vez que algo me apareció en un juego, en un modo de hablar, primero produce un efecto en mi cuerpo. Y lo último es entender las referencias: de quién puede estar hablando ese personaje. Hay muchas disciplinas históricas teatrales que trabajan así: el teatro japonés, la comedia del arte. No es que me senté a decidir “Voy a hacer este personaje que tenga estás características”.

¿Qué contextos políticos te resultan más fáciles para hacer humor? Se suele decir que no hay nada más difícil que intentar hacer humor oficialista…

-Hacer humor oficialista es casi imposible porque el humor siempre tiene un aspecto crítico, de confrontación. Es cierto que, lamentablemente, cuando el contexto es más opresivo, las propuestas cómicas son mucho más fértiles. Pero todo tiene que ver con dónde te inscribas, de qué te vas a reír, qué vas a trabajar. Es una tarea que no se acaba nunca. Yo por ejemplo no podría haber continuado los mismos modos expresivos que tuve durante el macrismo. Cambió el contexto. Y con ese cambio tuve que hacer una pausa para mirar y entender. Con el macrismo lo repudiable me parecía muy claro. Pero en el momento en que hubo un cambio de época, de gobierno, necesité parar para entender adónde va la cosa. Es muy complejo entender este tiempo político. Ser oficialista o no oficialista, no es algo que diga demasiado. Yo no desearía ser oficialista en ningún momento, porque supondría que el problema se cierra con ocupar un lugar político, cuando no es así.