La evocación a veces pone en blanco sobre negro relaciones que estaban ocultas. Un día entre los días, en Roma, caminaba desde el foro hacia el Norte, dijéramos que sin destino y llegué al Vittoriano, el monumento a Vittorio Emanuelle en Piazza Venezia. Y como no lo había hecho nunca jamás, entré.
Había allí, entonces, una exposición, algo así como “Qué es ser italiano”, la muestra pasaba revista a la historia de la Repubblica a la cual, según me enteré ese día, Palmiro Togliatti quería titular “Repubblica del lavoro”, pero la propuesta perdió por tres votos. Cada estación proponía un tópico, y en cada rincón, además de un texto, se presentaban algunos objetos. Así, curioseando y con cierta felicidad en algún rincón del corazón, llegué hasta un espacio dedicado a la emigración, verdadera madre de muchos argentinos.
Dispuestas en una instalación artística, iluminadas con propiedad y puestas como para ver mientras uno se enteraba del inicio de aquella diáspora italiana, había unas valijas. Una mirada distraída y casual, sin embargo, me conmovió profundamente: había, entre todas esas cosas expuestas en Roma, a quince mil kilómetros de mi casa, la valija de mi mamá.
De muy pequeño, y sin que nadie lo supiera, me preguntaba porqué, si la valija era de mi mamá, en la etiqueta de cuero repujado que llevaba en una esquina, no estaban las iniciales de ella. Aclaro que en las del Vittoriano había unas iniciales distintas. Con inquietud de niño de tres años buscaba en 1961, explicaciones, palabras que comenzaran con esas letras, nombres pero nunca, hasta esta visita al Vittoriano, había encontrado una explicación plausible, porque además, la valija, según yo sabía pero Palmiro Togliatti seguramente no, había servido para un “rapto”.
Paso a explicar.
Tensos por la oposición que la familia de la raptada ofrecía a la relación, aquellos novios decidieron, con el apoyo de mis padres, que el novio raptara a la díscola para casarse, mientras la novia llevaba su ajuar en la valija de mi mamá.
Y allí fue Sujer Gorodischer a casarse con Angélica Arcal, que adoptó el apellido Gorodischer y la religión judía. Todo eso en un segundo. En el Vittoriano, un edificio enorme, hecho para recordar.