“Es por todos conocido que las mujeres no hemos sido entrenadas en el arte del autobombo. Señoras, difundamos nuestras investigaciones y méritos. No se subestimen”, arengan las mentes brillantes detrás de Académicas Desvergonzadas, iniciativa que vive en la red del pajarito. Esta cuenta de Twitter -que con menos de 3 meses en danza, ya acumula 8 mil seguidores- nace en España, con la expresa misión de que investigadoras de las más diversas ramas se sacudan el pudor y se animen a promocionar sus proyectos, publicaciones, trabajos, logros. El propósito no es menor, lo justifica una situación de hecho, bien extendida: los varones del ámbito académico se “venden” mejor, algo que corroboran distintos estudios que comparten las muchachas en sus primeros posteos.
Uno de ellos, How Women Undersell Their Work, publicado en el prestigioso British Medical Journal, analizó millones de artículos lanzados entre 2002 y 2017 en Estados Unidos, y encontró que las autoras eran menos dadas a usar adjetivos elogiosos (“novedoso”, “único”, “sin precedentes”), aún cuando sus hallazgos efectivamente fueran grandiosos. The Gender Gap in Self-Promotion, de Christine Exley y Judd Kessler, es otro trabajo mentado por las “desvergonzadas”: a partir de un test sobre ciencias y matemáticas a 1500 personas, concluye que los varones suelen asumir que se han desempeñado bárbaro, un 33 por ciento por encima de sus colegas femeninas. El asunto, de larga data, evidentemente trae cola, tiene consecuencias la mar de negativas: ya sea al momento de pedir un aumento salarial, más fondos para investigar, un ascenso en la escala jerárquica, por poner unos pocos ejemplos.
La grieta de género en el arte del autobombo
La idea de fundar la cuenta, relata la portavoz de Académicas Desvergonzadas, surgió de una charla espontánea entre compañeras, que en su mayoría -agrega en una entrevista a la cadena de radio SER- pertenecen a las Ciencias Sociales y las Humanidades. “Una de nosotras, que ha terminado su tesis y contempla ahora publicarla, nos contaba que su pareja le había dicho: ‘Espero que este trabajo, que tanto te has currado, no lo escondas debajo de la cama’”. Anécdota a la que siguieron otras, en la misma tesitura, haciéndoles notar falta de confianza en sí mismas y autoexigencia excesiva. “El tema tiene el trasfondo cultural bien profundo”, resalta la vocera del grupo, que explica que razones hay muchas. Y cita en primera instancia el tan comentado Síndrome de la Impostora, que aún cuando puede sufrirlo cualquier persona, suele darse con más frecuencia en la platea femenina.
Qué es el Síndrome de la Impostora
Trata, en resumidas cuentas, de cómo -aún alcanzando destacables y merecidos logros académicos y profesionales- las mujeres perciben que ni son tan brillantes ni están suficientemente preparadas. Tienen la impresión de ser un fraude y temen fallar, no estar a la altura de las circunstancias, ser expuestas, “desenmascaradas”. Un concepto propuesto por dos psicólogas estadounidenses, Pauline Rose Clance y Suzanne Imes, a fines de los años 70, que ha vuelto a sonar fuerte estos últimos años.
Otro obstáculo de peso que coarta el autobombo, añade la integrante de Académicas Desvergonzadas en una interviú con el rotativo El País, es que, para hacerlo, “es necesario irrumpir en un espacio público que históricamente ha sido masculino, que en muchas ocasiones no deja de ser un terreno hostil con unas lógicas y unas prácticas con las que no nos sentimos del todo identificadas: competitividad agresiva, ego desmedido, seguridad fingida, incapacidad de reconocer los miedos o las dudas, etcétera. Prácticas que caracterizan tanto el espacio público, como el universo académico”.
Por lo demás, hay que decir que si no se han citado nombres propios en este artículo de miembros del colectivo, es porque estas muchachas así lo prefieren. Y no por pudor, vale aclarar raudamente. “Nos mantenemos en el anonimato porque no queremos desviar la atención a quién hay detrás de esta cuenta. No importa eso. Los nombres que importan son los de las mujeres que vamos compartiendo en nuestras publicaciones, esa es la clave. Lo fundamental es detectar el problema y proponer una vía para solucionarlo; somos un medio para una finalidad, sin más”, subrayan.
Así las cosas, gracias a esta propuesta
divulgativa, nos enteramos de muchas cosas, verbigracia, que “la física
española Alicia Durán recibió el premio de investigación Otto Schott 2022, galardón
que reconoce logros científicos en el campo del vidrio, vitrocerámicos y materiales
avanzados”. O bien, acerca del “proyecto EIRENE, dirigido por la historiadora
Marta Verginella, de la Universidad de Ljubljana, en Eslovenia, sobre las transiciones
de posguerra desde una perspectiva de género”. Descubrimos también “un artículo
recién salido del horno de la investigadora Julia Sirés-Campos, en el que se describen
funciones críticas en la regulación de la pigmentación, asociado a cáncer de
piel”. Además de la historia de “Moira Dunbar, la glacióloga que tuvo que
demostrar que era ‘inofensiva’ para poder investigar”, a quien rescatan en una
de sus tantos posteos, donde invitan a que más y más académicas se sumen “al
aquelarre que hemos montado”. Al final del día, como reza el refrán, “quien
tiene vergüenza, ni come ni almuerza”.