Es tanta la información que tenemos acerca de la maternidad, que en la misma medida en que nos informamos nos vamos desinformando cada vez más. La insistencia del discurso capitalista que se impone como un discurso Amo nos propone en la actualidad dos polos --al menos- - aparentemente antagónicos: por un lado el polo de la máxima individualización, donde encontramos que para las mujeres del mundo posmoderno que quieran ser exitosas y profesionales les está vedado la condición de ser madre.
Por otro lado, aparentemente en las antípodas de este discurso, encontramos lo que podemos llamar “mujeres apegadas” que se enbanderan en la teoría mal interpretada de J. Bowlby y donde la maternidad se vivencia a modo naturalista, (mujeres-madres-leonas). A esta mala interpretación de la Teoría del apego me gustaría llamarla “pegoteo”. Diferenciando ambas palabras encontramos en sus definiciones la cuestión de la unión, la juntura; sin embargo, en “pegoteo” además aparece lo siguiente: “juntar una cosa a otra de forma sucia” y también “pegar algo de manera poco pulcra”.
¿Qué hay en el medio entre una cosa y otra? ¿Cuáles son las condiciones para amar a un hijo intentando propiciar su subjetividad? ¿Cuál es la relación entre la función materna y la institución de ese organismo vivo que propicia la emergencia de un sujeto?
¿Cómo se instituye lo vivo?
A un niñx que nace se lo recibe en una trama simbólica que lo antecede, es una historia que nace antes de su nacimiento ya que hay palabras que lo preexisten, lo nombran, “hablan” sobre él/ella.
Pierre Legendre dice que lo que nace de la mujer es un organismo y hay algo que lo convierte en otra cosa, la pregunta es ¿qué es lo que instituye la vida para lo humano? Se puede responder haciendo una articulación entre lo biológico, jurídico-social y lo subjetivo: Ese “nuevo organismo” viene a ocupar un lugar en toda una genealogía, es la forma de instituir un organismo vivo dentro del parentesco. Desde lo biológico podemos pensar que su inscipción le permite salir del lugar de organismo, dejar de ser un organismo y pasar a tener un cuerpo.
A su vez, hay un campo jurídico que lo inscribe como un nuevo ciudadano (si no está inscripto en el registro civil y no tiene DNI no existe como ciudadano). Así aparece la posibilidad de marcar la identidad y la diferencia: la diferencia que hace instaurar estos lugares genealógicamente está relacionada a la prohibición del incesto, es necesario que esta estructura jurídica exista para que funcione la ley de prohibición del incesto.
La función de la genealogía es introducir la sucesión de las generaciones nombrando los lugares de cada uno y que estos lugares no se confundan, porque cuando se confunden, esa “copulación de los lugares”, dice Fariña, es el incesto. Lo que nombra cada lugar es la palabra que separa y ordena la sucesión. Hacer un hijo es afiliarlo a esta función jurídica de la palabra.
¿Y cómo ese ser pasa a ser un sujeto? Ese lugar de sujeto va a estar precedido por un lugar de objeto de deseo de otro. Esta articulación es instituir lo vivo. Pero no todos los hijos llegan por la misma vía, también hay hijos que llegan por la vía de la adopción, por ejemplo. Para que ese organismo devenga al lugar de hijo hay que hacer una operación que es simbólica. Esta operación simbólica tiene que ver, entre otras cosas, con poder hacer “lazo” entre este producto biológico y el deseo. Porque a ese niño lo espera una trama simbólica que es productora de marcas subjetivantes. Y aun ofreciendo este lugar (el lugar del deseo) no están garantizadas las cualidades de lo ofertado: para qué se desea a ese niño, qué lugar ocupa en la novela familiar, qué se dice de él, cómo se habla de él, qué circunstancias sociales lo esperan. Sin embargo, todas estas son preguntas que cuando se van respondiendo se va conformando un lugar para vivir. El proceso de constitución del sujeto no puede equipararse a una programación porque se trata de significantes que lo alojan en un deseo y no de signos, no hay un saber que diga todo sobre ese sujeto.
La función materna como red de significantes
Se torna fundamental poder diferenciar una función de un rol. Cuando hablamos de función materna estamos hablando de una función que puede ser ejercida más allá del “rol” o de la típica figura de antaño de la mujer ama de casa, dedicada y sacrificada a sus hijxs. Por tal motivo es que me remito a lo simbólico. La madre es el primer elemento que simboliza el niño, por eso para el niño la madre es simbólica.
Sin embargo, hay una relación social y cultural entre el hecho de amamantar y la maternidad. Aclaremos que la acción de amamantar no es necesariamente parte de la función materna. Retomando a Lacan (1958) podemos decir que “la madre no es solo la que da el seno, también es la que da la marca de la articulación significante”.
Al nacer, la madre da el pecho (o un sutituto, por ejemplo, la mamadera) y atiende sus necesidades básicas. Acuna al niño, lo cambia, lo baña, lo alimenta y lo libidiniza con sus palabras, canciones, caricias. Así, la omnipotencia queda del lado de la madre y no del niño. ¿Por qué omnipotencia? Porque efectivamente su rol es completamente activo. Omnipotencia que luego caerá y dejará la marca de una promesa incumplida, palabra rota. Así se inscribirá la frustración en el niño (¡tan necesaria en la infancia!).
Parafraseando a Lacan, la madre simbólica es la primera simbolización del niño, ya que puede estar ausente o presente.
Culturalmente se transmite la lactancia y la maternidad como dos hechos en uno, imbrincados entre sí. Auge del Discurso Amo de las llamadas mujeres que “crian con apego”. Una de las líneas que pareciera estar en la vía opuesta de las maternidades de antes. Allí donde se interpreta que una madre es solamente quien da el pecho se aleja de las palabras en la acción del dar, pegarse a su hijo, acallando su llanto con el pecho.
Apegadas-pegoteadas
El problema nace hace años y desde cierto sector del psicoanálisis lo han complejizado aún más haciendo hincapié en conceptos que apuntan directamente a la madre. Autores como Winnicott, Spitz, Bowlby, que hablaron de “madre suficientemente buena”, “apego” y “clima emocional”, solo por nombrar algunos, y que han sido quizá malinterpretados por distintos sectores culturales. O quizá se han quedado con una lectura superficial de los mismos o con una lectura que solo justificaría ciertos narcisismos.
Para hacer un repaso rápido, Winnicott decía que la madre suficientemente buena podría realizar ciertas funciones cruciales para el psiquismo (holding, hangling, etc) pero que básicamente la madre es una intérprete de lo que le ocurre al bebé, sosteniéndose en definitiva en un no saber. Bowlby hablaba de generar apego y en este punto se ha distorsionado por completo su definición con la creencia de que pegotearse sería una base segura de la constitución subjetiva. Por el contrario, si hay una función que implica necesariamente la maternidad sería la de apegarse y desapegarse, o como decía Freud, el ir y venir de la madre. Es esa ambivalencia que implica amar a su bebé al punto de comérselo y también cierta sintomatología fóbica al estilo “no puedo con esto”, “quiero huir”.
La maternidad termina definiéndose así según este discurso “del apego” por una serie de acciones, como dar el pecho, hacer colecho, parir con dolor, criar a upa, etc, propiciando la vía de la acción y no de la palabra. ¿Por qué no se refiere la maternidad a la palabra? Quizá porque no hay palabra que nombre acabadamente qué es la maternidad. No hay quien pueda decir qué es una buena madre.
Ya que la madre, con el pecho, también da la palabra y con la palabra, el significante y la voz. Es así como encarna el lugar del Otro, Otro primordial que a su vez es tesoro de los significantes donde se constituye el sujeto en una elección forzada. En este punto es que el Otro primordial aparece como un amo absoluto y desde allí producirá sus marcas en el sujeto a partir de cómo interprete, de cómo resignifique los llamados de aquel niño. Se pone así en causa de la demanda del Otro.
Podemos decir que desde ese lugar de Otro primordial es ella quien amoneda a aquel tercero (alguien por fuera de esa díada) en su estructura psíquica, transmitiendo su deseo, vehiculizando la falta, un espacio que dé lugar a la subjetividad, coordenadas necesarias de la neurosis. La palabra materna tiene y tendrá tanto un punto de inicio como una marca fundamental, sin embargo, ¿sería posible pensar una maternidad que aliene y que también pueda separar casi en la misma operación?
Sería interesante comenzar a propiciar discursos que colaboren con la salud mental materna, discursos que puedan dar cuenta del valor fundamental de la palabra materna, no solo sus acciones (llevar, traer, pensar, armar planes, el cole, la teta, la alimentación, etc.) sino también que una palabra materna puede abrazar a nuestrxs hijxs incluso a la distancia, las madres también somos seres que podemos dar calma, tranquilidad, armonía con una palabra, ya sea para instalar un borde o bien, para dar algo que conocemos muy bien: dar amor.
Florencia González es psicóloga y psicoanalista. Docente UBA. Investigadora UBACyT.