Una encuesta de la consultora Analogías realizada en enero pasado revela que, en medio del debate por las negociaciones de la Argentina con FMI, más de la mitad de quienes respondieron (56,8%) o no saben quién contrajo la deuda (30,8%) o, aún más grave, le adjudican esa responsabilidad al gobierno del presidente Alberto Fernández (26,0%). Menos de la mitad (43,3%) respondieron que fue el gobierno de Mauricio Macri quien tomó la deuda con el FMI.
Un análisis primario del dato puede atribuir ese resultado al manejo de la información que hacen los grupos y los medios corporativos en alianza con los grupos de poder y la oposición política. La desinformación y las fake news constituyen una práctica habitual, un estilo de comunicación y una manera de hacer política siempre bajo la tan falsa como pretendida objetividad y enarbolando la bandera de la libertad de expresión.
Pero, por cierta, la consideración anterior no es sino parte de la verdad. Porque para que más de la mitad de la ciudadanía de nuestro país no pueda atribuir a Mauricio Macri y a los suyos la responsabilidad del mayor flagelo que hoy tiene la economía –y por ende la vida cotidiana de los argentinos y las argentinas- tienen que confluir varios factores no limitados apenas a la información falsa, fragmentada o mal intencionada. Dicho esto sin minimizar la incidencia de un discurso machacón de la oposición empeñado en negar toda responsabilidad sobre la deuda para alimentar a los medios “independientes” que multiplican esos argumentos.
No obstante nada de esto puede dejar de lado la responsabilidad política de las agrupaciones y dirigentes que integran el Frente de Todos. Si la ciudadanía no ha incorporado de manera mayoritaria y contundente que el macrismo y sus aliados son los únicos responsables de contraer la deuda externa argentina es porque la cuestión no se ha planteado con claridad, porque no se instrumentaron los mecanismos y los dispositivos para hacerlo.
Una vez más se puede volver sobre la crítica a la comunicación del gobierno. No es desacertado hacerlo, porque el oficialismo –que ha ensayado estrategias cambiantes- sigue sin atinar en la materia. Una y otra vez se reincide en los mismos errores: la oportunidad, la forma, el estilo, las vocerías y los interlocutores que se seleccionan.
Pero más allá de lo anterior si lo que Analogías constata en su estudio refleja de manera certera lo que anida en la conciencia de la ciudadanía, es evidente que más allá de lo comunicacional las fallas radican en la manera de hacer política. Porque en definitiva lo que no se logra es que las mayorías se apropien de un sentido colectivo, que es político y cultural, que permita discernir de manera autónoma para tener en claro quiénes son los que perjudican sus intereses o están en contra de ellos. Esa es en definitiva la cuestión.
El problema es de contenido político y de la manera de ejercer la política. Esa es la explicación que está detrás de lo comunicacional y que justifica por qué –a pesar de lo sufrido durante el gobierno de Mauricio Macri- una parte demasiado importante de quienes votan –también los más pobres y perjudicados- reincide todavía hoy en sufragar por la oposición. No se trata del “síndrome de Estocolmo” o de alguna otra figura a la que se recurre para explicar algo que resulta más sencillo.
La Argentina atraviesa una importante crisis política y de construcción de sentidos colectivos que impide crecer en capacidad de análisis sobre lo que nos sucede. Solo una renovación de la política, de sus propósitos y de sus métodos, puede permitir un salto cualitativo en la materia. Y de ello dependen también los resultados electorales. No sirve echarle entonces toda la culpa a la comunicación si la política no reacciona y se hace cargo de su cuota parte.