La familia de Juan Martín Hsu (Buenos Aires, 1979) tiene una historia complicada. La Salada (2015), ópera prima de este hijo de taiwaneses, tuvo un importante recorrido por festivales. Allí hablaba de las diferencias culturales, pero también la integración en la Argentina, de inmigrantes de orígenes tan diversos como Bolivia y Corea. Ahora, Hsu hace de alguna manera el recorrido inverso, para visitar a su madre, que vive en Taipei desde que Juan Martín y su hermano Marcelo eran muy pequeños. Pero la visita (o las visitas, ya que la película está secuenciada en dos viajes, realizados en 2012 y 2019) tiene algunos otros motivos. Uno es, por supuesto, conocer el país de sus mayores, donde Hsu había estado poco tiempo, de pequeño. Otro es intentar acopiar información de cómo, por qué, en qué circunstancias, su padre fue asesinado en Buenos Aires, donde era dueño de un restorán.
Si algo rige el campo documental es el azar, y La luna representa mi corazón, presentada en la última edición del Bafici y estrenada esta semana en el cine Gaumont, no es precisamente la excepción. Llegados a Taipei, Juan Martín y su hermano encuentran que sobre la historia del padre reciben escasa información. Es entonces cuando pasan a primer plano los otros motivos del viaje: la tierra de los mayores y su gente, las diferencias y cruces culturales, las discusiones familiares y la presencia de la madre, que a sus casi 80 años muestra una vitalidad que parece llevarse la película puesta.
-El primer viaje que hicieron Marcelo y vos fue en 2012. ¿Habían estado antes en Taiwán?
-Habíamos visitado Taiwán cuando yo tenía 6 años, en un intento de mi madre de que viviéramos allá, cosa que no resultó. Como no tenemos muchos recuerdos de ese viaje, el de 2012 fue como si fuese la primera vez. Tuvimos una impresión casi idílica. Taipei es una ciudad muy moderna, con un clima increíble, habitada por gente muy amable y amorosa.
-Tu hermano Marcelo habla “más porteño” que vos. En la primera escena te dice “boludo” media docena de veces.
-Uno no se da cuenta hasta que se ve filmado la cantidad de veces que usamos esa expresión. Los porteños la repetimos muchísimo.
-¿Tenías algún guion para la película, una hoja de ruta, escenas que querías filmar sí o sí?
-Tenía una hoja de ruta que se basaba en la búsqueda de la historia de mi padre. Esas respuestas se acabaron rápidamente y me encontré con que apenas empezado el viaje no sabía cómo seguir. Así que a partir de ese momento tuve que empezar a buscar qué filmar, a base de intuición, tratando de dar a la película alternativas para trabajar luego en el montaje. Ese momento fue bastante difícil de encarar, ya que estar filmando sin un horizonte se vuelve desconcertante, y empiezan a surgir las dudas sobre uno mismo y sobre lo que está filmando.
-Tu madre parece tener un entusiasmo a toda prueba. Tanto como para abandonar a su primer marido, un militar misógino, formarse como ayudante de cocina sin saber nada de ello, soportar el crimen violento de su segundo marido, hacerse cargo ella sola de un comercio casi sin hablar español, volverse sola a Taiwan, sin sus hijos, y cuarenta años más tarde no lamentarse de nada. ¡Y tiene nueva pareja!
-Mi madre tiene el espíritu de una locomotora y lo curioso es que sobre esto me di cuenta durante el proceso del montaje de la película. Al rever una y otra vez estos materiales, lo que más nos llamaba la atención junto a los montajistas Anita Remón y Jo Goyeneche era la presencia de ella. La manera en que recuerda y habla sobre su propia vida, con una liviandad que hasta por momentos vuelve un momento trágico en algo cómico. Y este entusiasmo que tiene ella por la vida fue lo que tomamos como guía de la película, algo que durante el rodaje no era nada claro. La película buscaba algo y se encontró con lo que realmente valía la pena contar.
-Marcelo y vos, sin embargo, parecen guardarse en parte el cariño que sienten hacia ella.
-Sí, es una característica que nos inculcó mi madre, algo común en algunas culturas. Aprendimos a vivir así, pero la no demostración del afecto no quiere decir que no existe, sino que es todo lo contrario. Sabemos que nos queremos, por eso no hace falta expresarlo. Pero bueno, nada es absoluto, y siempre aparecen esos momentos donde las defensas están bajas y el corazón aprovecha a expresar lo que quería decir hacer mucho.
-Marcelo tiene muchos reproches para hacer: a vos, a la familia, a tu mamá. Dice que no quiere aparecer en la película como parte de la familia. De hecho, no aparece cuando vos te despedís de ella para volver a Buenos Aires.
-El personaje de Marcelo en la película es para mí el que expresa la verdad. Yo doy vueltas para encontrar algo, encontrarme a través de esta película, pero todo eso él ya lo entendió mucho antes. Para mí la frase que él dice durante una discusión conmigo, “la familia sos vos”, resume la búsqueda que empecé hace tanto tiempo.
-Durante una discusión que ustedes tienen en un hotel, referida a su participación en la película y su lugar dentro de la familia, pasa algo curioso. Se nota que estabas apurado por emplazar la cámara para filmar la escena y no tuviste mucho tiempo de encuadrarla, de tal manera que él queda ocupando el centro del cuadro y vos estás apretado contra un borde del encuadre. Es como si fueras vos el que estuviera al borde de la familia.
-En esa escena fue Marcelo quién pidió que prendiera la cámara. Al inicio del montaje, fue un material que les escondí a los montajistas durante un tiempo. Era la única escena que me daba algo de pudor mostrar. Y pensaba que era un material inservible, cosa que fue todo lo contrario. Como decís, azarosamente yo haya quedado al borde del cuadro, casi cayéndome. Era un poco lo que me estaba sucediendo realmente en ese momento del rodaje. Filmaba sin saber qué estaba haciendo, sin una guía, totalmente desconcertado.
-¿Vos filmaste todo? ¿Incluidas las escenas en las que aparecés?
-A excepción de las ficciones, el resto del material las filmé yo. Incluidos los planos en los que aparezco, que filmé yo mismo, ubicando la cámara en lugares donde pudiese grabar sola. Parte de la propuesta de la puesta en escena del segundo viaje fue que la cámara registrara extensos bloques de tiempo. Cada plano de la película es un pequeño fragmento de un plano de unas cuatro horas. Fueron 300 escenas de metraje en total. La intención era que los temas aparecieran de manera natural y fluida, y la cámara perdiese su presencia hasta volverse invisible. Y así poder pescar el “momento”. Por ese motivo hay muchos momentos donde me iba a hacer otra cosa y la cámara seguía registrando.
-En una escena participás de un ruego por tus abuelos maternos. ¿Ese ritual era algo nuevo para vos?
-Ese día era la festividad de la limpieza de las tumbas (Qingming Jie), un día en el que los familiares visitan a los fallecidos para limpiar las tumbas, hablar con ellos, y darles ofrendas como comidas, bebidas y todo lo que les gustaba a esas personas en vida. Se pasa toda la tarde ahí y es un momento en el que toda la familia se reúne. Me sentí algo incómodo por momentos, cuando la familia les habla a los mayores como si estuviesen vivos. Pero el propósito de estar reunidos en familia y pasar la tarde para recordar a los abuelos o familiares fallecidos es realmente un momento hermoso.
-Hay un tercer hermano, que es el hijo que tu mamá tuvo con su primer marido, que no se integra a las escenas familiares. Parece ser el más respetuoso de las tradiciones, con unas escenas conmovedoras en las que agradece al papá, dirigiéndose a él en voz alta. ¿En Taiwan es como en Japón, donde los muertos queridos siguen “estando” entre los vivos?
-La cultura de Taiwán tiene mucha influencia de la cultura china y japonesa. En parte por su cercanía y también porque Japón dominó la isla durante 50 años, hasta que terminó la Segunda Guerra Mundial. Por ese motivo, muchos mayores taiwaneses hablan perfectamente japonés. En Taiwán hay religiones de todo tipo, pero en todas la tradición se mezcla con la religión. No importa si sos católico, budista o confucianista, creen que si uno se muere en paz, viaja hacía un mundo mejor, que por lo que tengo entendido no difiere mucho del que vivimos. En la festividad de la limpieza de tumbas, los familiares acostumbran a quemar dinero de los dioses, o a veces dólares o euros de juguete, para que el muerto tenga dinero para gastar en el más allá. Y en agosto se suele festejar el mes de los fantasmas, que dicen que es un mes en el que todos bajan a la Tierra a pasearse un rato. Por ese motivo, hay una serie de rituales para honrarlos y también para ayudarlos a que encuentren su camino de vuelta. Hasta se cree que en ese mes es mejor no silbar en la calle porque eso atrae a los fantasmas.
-La película contiene tres momentos de ficción, sumamente breves. El del reencuentro de ese hermano mayor con su exnovia es un pequeño, delicado melodrama, que dura menos de cinco minutos. Vos lo filmás poniendo más cuidado en la puesta en escena que en el resto de la película, que tiene el desorden, la improvisación y la “rugosidad” propia de los documentales. ¿Ensayaste la puesta de esas escenas entre ellos?
-La película tiene tres ficciones y en ellas la idea era tratar de que se desmarquen del documental, que sea evidente que esos momentos están trabajados con códigos de la ficción. El motivo era porque las partes documentales generaban mucho encierro, por su índole dramática pero también por lo físico. Así que la ficción me parece que da un poco de aire al relato. Estas ficciones las filmamos con muy poca gente: el director de fotografía, el sonidista y dos amigos taiwaneses que nos ayudaron en la producción. La propuesta era simplemente con unas pocas líneas salir a filmar de manera improvisada incorporando acciones que los mismos actores iban aportando. Así que solamente ensayábamos unos minutos antes de filmar y así íbamos filmando plano a plano.
-Podría pensarse que la historia de tu familia representa la historia entera de Taiwán durante los últimos 80 años.
-No sé si se logré representar la historia de Taiwán pero hay algo intencional, que es que la historia familiar, aprovechando las brechas generacionales, dé motivo para pensar sobre el proceso histórico taiwanés. El proceso de la ley marcial impuesto por Chang Kai Shek, llamado “terror blanco”, que duró 40 años. La diáspora taiwanesa de los ‘70 y ’80. La recuperación económica de la actualidad. También saber que la historia migrante de mi madre y el drama familiar estuvieron enmarcados en una coyuntura que marcó sus vidas.
-En un momento se cuenta una historia de tu abuelo, que parece de novela de espionaje.
-Lo que cuentan mis tíos es que el abuelo fue espía infiltrado en el Kuo Min Tang de Chiang Kai Shek. Lo descubrieron y lo asesinaron. Era una época en la que si repartías diarios, publicabas o hasta decías algo que no fuera avalado por el gobierno, ya te podían considerar comunista, traidor o subversivo. A diferencia de acá, allá nunca existió un juicio a las juntas. Es un hecho muy fuerte para la sociedad taiwanesa y es una problemática que todavía están transitando en la actualidad.
-Sos dueño de un supermercado en el que encaraste una experiencia insólita: funciona a su vez como galería de arte.
-Sí, es un negocio de la familia de mi novia, del que tuvimos que hacernos cargo por un problema legal durante plena cuarentena, en julio de 2020. Junto a mi socio Damián Roth, y por iniciativa de su padre, el fotógrafo Pedro Roth, surgió la idea de hacer una muestra de su obra en el supermercado. La curaduría la hizo Andrés Duprat, director del Museo Nacional de Bellas Artes. En ese momento los museos y galerías de arte estaban cerrados, y lo único que se permitía abrir eran los supermercados. Así que fue un lindo momento para compartir un poco de arte con la gente, en una situación muy difícil. Desde ese entonces lo mantenemos así, como galería de arte anexa al supermercado.