“No somos lindas, no somos feas, estamos enojadas”. Era una de las consignas de las integrantes del Movimiento de Liberación de las Mujeres que boicotearon el concurso Miss Universo, en 1970, en Gran Bretaña. La película Miss Revolution, dirigida por Philippa Lowthorpe, recupera esa genealogía feminista con protagonistas como Keira Knightley. Pasó más de medio siglo, y algunas peleas siguen siendo actuales. La semana pasada se supo que la postulación de la reina de la Fiesta Provincial del Caballo, que se realizará del 18 a 20 de febrero, en Gobernador Costa, Chubut, requería a sus postulantes ser “soltera y sin hijos” y tener “de 17 a 25 años”. Desde 2013, el colectivo Acciones Feministas, de Bahía Blanca, comenzó a pelear contra las elecciones de reinas de belleza, y hasta de reinitas de 6 a 12 años, con las que culminaban todas las Fiestas Populares del país. Y con algún tipo de apoyo estatal. Veronica se contactó con Perla Prigoshin, coordinadora de CONSAVIG (Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de la Violencia de Género) y los resultados están a la vista: 74 ciudades eliminaron estas elecciones, pero quedan decenas que lo siguen haciendo. El camino es largo.
Verónica Bajo empezó a investigar en 2011 los reglamentos de estos concursos, aunque recién en 2013 formalizó el pedido al Instituto Cultural de Bahía Blanca para que cesara la elección de la Reina del Camarón y el Langostino. “Se armó una polémica porque además querían enfrentar a las chicas que se postulaban o querían postularse contra las malas feministas”, rememora algo que también muestra con claridad la película británica.
En la película de 2020, que puede verse en Netflix, hay un interesante cruce que también habla de racismo y colonialismo. Ese año fue elegida la representante de Granada, Jennifer Hosten, la primera Miss Universo negra. En una charla ficcionada en el baño, mientras se llevan detenida a una de las organizadoras del boicot, Miss Granada le plantea que su coronación les abrirá otros horizontes de posibilidades a las niñas de su país. La activista le responde la belleza no debería ser la puerta para esos sueños.
En la vida real, Bajo subraya la importancia de la campaña iniciada por CONSAVIG. “No fue lo mismo que un organismo nacional empezara a mandar cartas a las distintas municipalidades, que si ese trabajo lo hubiésemos hecho tres locas de un grupo feminista”, considera. “Que llegue una carta de CONSAVIG, con esa sigla ya les intimida un poco, hizo que prestaran un poco más de atención y, después, las campañas nos llevaron a explicar el por qué, que no sea solamente decir esto se tiene que sacar o prohibir, entre comillas, una palabra que cae tan mal, sino que podamos abrir el debate”, sigue Bajo.
La supremacía de la violencia simbólica
El proyecto que viene desarrollando CONSAVIG se llama “Ciudades sin Reinas”, y está “destinado a informar y sensibilizar sobre el tema, además de apoyar iniciativas de organizaciones de mujeres y poderes ejecutivos o legislativos locales”. Prigoshin lamenta que muchas veces se considere que está tratando temas menores, porque eso significa no comprender el funcionamiento del patriarcado. “La violencia simbólica es en verdad la madre, el padre, de todas las violencias contra nosotras. Claramente, está en el origen de todas las violencias y por otro lado las legitima permanentemente, con lo cual hablar de prevenir la violencia contra las mujeres y no atacar o trabajar sobre las manifestaciones de violencia simbólica es en realidad, apenas, asistir lo dado”, considera Prigoshin. Ciudades como Resistencia, la capital de Chaco y Rosario, una de las más importantes del país, eliminaron los concursos de belleza. Viedma (Río Negro), Villa Gesell (Buenos Aires), General Belgrano (Córdoba), Puerto Madryn (Chubut), Neuquén, son otras ciudades que dejaron esta costumbre atrás.
El denominador común de todas las elecciones de reinas, concursos de belleza, elección de la mejor cola del verano, es que se evalúa el cuerpo de las mujeres (con más o menos ropa). “Es exhibido como un objeto ante un jurado y el público”, dice la carta de CONSAVIG. “En segundo lugar, se utiliza para seleccionar un estereotipo de belleza impuesto por la cultura hegemónica, que está en función de los intereses de la industria cosmética y de la moda. Esto último implica una fuerte discriminación hacia aquellas mujeres que no poseen la estatura, silueta, color de ojos, color de piel, etc. que se consideran apropiados para ser ‘bella’”, continúa el pedido formal del organismo público que tiene a su cargo el efectivo cumplimiento de la ley de protección integral contra la violencia hacia las mujeres.
Desde los feminismos, casi no hace falta decir que los parámetros de belleza son formas de opresión. Sin embargo, todavía cuesta que se entienda en muchos ámbitos. “Si bien en algunas oportunidades se pretende minimizar la cuestión argumentando que además de la belleza de las participantes se tienen en cuenta su formación cultural y/o académica, no podemos dejar de señalar que incluso en esas situaciones se encuentran presentes conceptos y estereotipos”, dice la carta que envía Prigoshin a los municipios y comunas que asisten o patrocinan estos concursos de belleza.
Los activismos se multiplican en el país
Son cambios culturales, y llevan tiempo, pero hay una aceleración, y viene de la mano de la marea feminista que crece en todo el país, desde cada pequeño pueblo hasta las metrópolis. El efecto es multiplicador: “Se convierte en un tema de debate local, que es lo que me interesa. Lo que pasa en los lugares donde se hacen estas fiestas, con su consiguiente concurso de belleza, es que aparecen organizaciones o asociaciones, estoy hablando de cuatro o cinco compañeras que son divinas. Se juntan poquitas, y empiezan a escribirme por Facebook, por privado, me dicen que quieren armar algo. Y esto se convierte en un factor de aglutinamiento para pelearla. Es una meta, cuando se logra no las para nadie”, cuenta la experiencia que viene llevando adelante en todo el país esta pionera feminista, cuya lucha comenzó de forma contemporánea a la que llevaron adelante las protagonistas de la película británica.
CONSAVIG sólo puede intervenir cuando el Estado es parte de estos dechados de violencia simbólica. “Dejamos claro que cuando el concurso o la elección pertenece al sector privado nosotras podemos decir 'qué asco', 'qué pena', y no mucho más. Pero si se destinan fondos públicos para promover violencia contra las mujeres, sea porque lo organiza la intendencia, sea porque publicita, adhiere, auspicia o presta el salón, ahí tenemos que ponernos firmes, porque por otra parte están infrigiendo no sólo la ley integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, sino la política estatal de género, institucionalizada en el Ministerio de las Mujeres”, sigue Prigoshin, quien resulta taxativa al considerar que la violencia simbólica no puede ser considerada menos grave. “De los concursos de belleza a una violación no hay tanta diferencia”, asegura, y cree que medir cuerpos con centímetros es una prueba de dominación patriarcal. Por eso, se propuso visibilizar esta forma de violencia simbólica. “Había que elegir algo que molestara mucho, que pusiera incluso en debate las relaciones entre mujeres", asegura.
Una usina de competencia entre pares
Es que la belleza es también un terreno de competencia entre pares, una de las formas privilegiadas de dominación. Eluney Quiros era adolescente cuando llegó a su pueblo, Sierra de la Ventana, un concurso de belleza propiciado por el programa de televisión Toda la Gente. Se anotó incentivada por su mamá y sus amigas, pero muchas cosas cambiaron. “Eran tres pasadas, ropa deportiva, una en malla y otra en vestido de fiesta. Hasta ahí era una experiencia linda, pero empecé a competir con chicas con las que tenía contacto diario, empezamos a mirarnos con recelo, empecé a mirarme al espejo, estoy flaca, estoy linda, estoy chueca, tendré un diente flojo. Empezó a predominar mucho lo estético”, relata su experiencia. La valoración de los cuerpos como objetos era política de estado: el director de turismo de su localidad era parte del jurado. “A mí en ese entonces me pareció una situación de vértigo, pero ahora me da vergüenza ajena, porque es como los concursos de perritos”, sigue su relato.
Ganar significó una comprobación: era oficialmente linda. Y también el comienzo de otras divisiones con sus amigas y compañeras. “La competencia fue bastante feroz”, recuerda. Hoy Eluney es feminista, y cuenta su experiencia a modo de advertencia. “Parecíamos vacas en una exhibición. Faltaba que nos pusieran el pedigree”, dice sobre otro concurso al que fue empujada porque trabajaba como promotora de una empresa en Fisa (Feria de la Producción, el Trabajo, el Comercio y los Servicios del Sur Argentino), en Bahía Blanca. “Empezás a adquirir cánones que no son tuyos, te convertís en tu juez de belleza. Es una carrera inalcanzable”, continúa.
Algo similar le pasó a Gisela Estremador, hoy periodista de Bahía Blanca, que fue Reina Provincial del Agricultor en General Conesa y de la Fiesta Nacional de la Manzana en General Roca. Ahora, se indigna con los requisitos que se siguen planteando, por ejemplo, en la Fiesta Provincial del Caballo. “No es más que seguir cosificando a las mujeres, que tengan que valer o puedan ocupar un lugar de acuerdo a sus atributos físicos. Sobre todo en los pueblos chicos, se pierde de vista que en esos lugares hay que visibilizar el rol que pueden tener las mujeres, sobre todo las mujeres jóvenes. Les faltaba pedir que fuesen vírgenes. Seguimos hablando de esto porque estas prácticas se siguen sosteniendo. Uno de los reclamos más legítimos es que no puede ser un Estado el que sigue sosteniendo este tipo de práctica que sustenta al patriarcado”, dice esta comunicadora.
La genealogía de una lucha
Como bien contó Camila Alfie en estas páginas, los concursos internacionales de belleza siguen en pie, con sus intentos fallidos de adaptarse a los tiempos. Es que la violencia simbólica es la materia con que amasan estas competencias entre mujeres flacas, demasiado hermosas, altas, que puedan pasearse en la pasarela en traje de baño, mirando a la cámara o al público. Antes, como ahora, se trata de una exhibición para el solaz ajeno. Es decir que haberlo hecho en 1970 -cuando la tercera ola feminista impulsaba a discutirlo todo- no impidió que se mantuviera ese gran negocio mundial que son los concursos de belleza.
Miss Revolution termina con una impactante imagen de las protagonistas reales, en la actualidad, en los títulos. Las actrices miran a la cámara y luego se puede ver a quienes vivieron la historia. Que una película recupere aquella lucha en 2020 es otra manera de traerla al presente. Lo que movilizó a Lowthorpe –directora también de La Infamia (Three girls) y dos capítulos de la segunda temporada de The Crown- fue, justamente, hacer historia. “Adoro contar historias de mujeres y tener la oportunidad de regresar a 1970, cuando yo era una niña, y ver lo que estaban haciendo las mujeres en ese momento, cómo estaban luchando en el mundo tratando de conseguir empleo, ir a la universidad, vivir, es muy fascinante para mí y también para mi hija, que tiene 22 años. Creo que una nueva generación de mujeres encontrará absolutamente fascinante lo que estas mujeres hicieron por nosotras”, confió.
A Prigoshin la película le encantó, y subraya cómo se pone en juego la heterogeneidad en los feminismos, entre las académicas (el personaje de Knightley, Sally Alexander es una mujer que ingresa al feminismo desde su voluntad de estudiar Historia) con las anarquisas como Jo Robinson, interpretada por Jessie Buckey, que hasta en la cárcel le dice a su compañera: “sos la persona más burguesa que conozco”.
Bajo también vio Miss Revolution. “Estoy atravesada por lo personal, me removió un montón de situaciones, esto es del año 70, y que 50 años después tengamos que estar con las mismas cuestiones, me movilizó todo el tiempo. La película está bien, dentro de una genealogía de películas feministas, relata en forma bastante fidedigna lo que fue eso, porque además entrecruzan con el tema del racismo”, dice. Y se autodefine: “Más que precursora he sido una gran insistidora”. La misma palabra que usa Prigoshin para definir estos años de lucha.