El pasado 2 de febrero, en medio de una clase, una estudiante de un secundario de Clark County School en Nevada se aproximó por detrás de otra estudiante y comenzó a golpearla en la cabeza. No fueron dos ni tres golpes sino 35. La víctima apenas atinó a protegerse con la cara en su escritorio y las manos en su nuca. La agresora sólo se retiró cuando se sintió exhausta. En el video realizado por uno de sus compañeros, se puede ver que los otros estudiantes permanecen sentados y en actitud de absoluta obediencia social.
¿Por qué nadie interviene para proteger a una víctima, como la del video? ¿Acaso no hemos visto, de formas más indirectas, la misma escena en diferentes contextos, en diferentes países, con diferentes agresores, violadores, y diferentes víctimas? Es más, no con poca frecuencia el agresor recoge más solidaridad que la misma víctima.
La respuesta es simple: vivimos en sociedades de cobardes espectadores y de adulones oportunistas.
Con frecuencia recibo amenazas por decir lo que pienso y por publicar lo que encuentro en mis investigaciones sobre los poderes que gobiernan este país y el resto del mundo, casi siempre en las sombras. Entiendo que todas son amenazas de los vasallos del poder, de lo que Malcolm X llamaba “los negros de la casa”, los enemigos de “los negros del campo”, sus hermanos más pobres y en la misma condición de esclavitud. También recibo no menos consejos de quienes me quieren bien, amigos, colegas y familiares, tratando de disuadirme para que no me arriesgue tanto. “Tienes una familia; debes cuidarte”.
Pero ¿cómo sostener el vómito ante tanta cobardía de la sociedad del consumo, la sociedad de los cobardes espectadores, de los alcahuetes y escuderos que caminan detrás de sus amos esperando que caigan esas migajas que los conviertan en los nuevos opresores de sus propios hermanos?
El video que muestra una estudiante golpeando sin cesar a una compañera de clase hasta dejarla noqueada, ante la pasividad de sus compañeros, sobre todo de aquellos que, como los varones, tienen algún recurso físico para detener esa aberración, es solo una muestra y configura una metáfora de la sociedad actual.
La pandemia cultural es global y los epicentros (como casi todo lo referido a fenómenos culturales) son siempre los centros del poder global, los llamados “países desarrollados”.