Los premios Oscar marcan un quiebre en el calendario anual de Hollywood. Aunque un tanto devaluados por la escasa valía de las películas premiadas en los últimos años y la segmentación de públicos generada por las plataformas, difícilmente alguien empuñe una cámara de manera profesional sin que se le caiga la baba ante la idea de que en algún momento su nombre suene luego del “And the Oscar goes to…”. Pero no todo son sueños y glamour en la gala más importante del show bussiness. A lo largo de sus 93 años, el reconocimiento de la Academia ha entregado situaciones de frescura y alegría, además de otros impostados e incluso varios de esos que se observan con los ojos bien abiertos ante la sorpresa de lo inesperado o, por qué no, con un poco de vergüencita ajena. A continuación, los cinco momentos más incómodos de la historia del Oscar.

El error del In Memorian

Ya sea por morbo o curiosidad, uno de los segmentos más esperados de cada gala es el “In Memorian”, en el que se recuerda a las personalidades y técnicos de la industria fallecidos en el último año. Desde ya que hubo decenas de omisiones a lo largo de las décadas, pero pocas veces ocurrió lo contrario, es decir, la inclusión de una persona viva entre los muertos. Tal fue el caso de la productora australiana Jan Champan, cuyo rostro apareció entre las diapositivas de la ceremonia de 2017 pero con el nombre de Janet Patterson, una diseñadora de vestuario cuatro veces nominada, también proveniente del país oceánico, fallecida en 2016. Ambas habían trabajado juntas varias veces, entre ellas en La lección de piano, de Jane Campion.

“Estoy viva y bien”, dijo Champan al portal Variety días después del pifie. Y siguió: "Estoy devastada por el uso de mi imagen en el lugar de una gran amiga y colaboradora. Llamé a su agencia para chequear cualquier foto que pudiera ser usada, y entendí que habían sido informados por la Academia de que lo tenían todo resuelto. Es muy decepcionante que ese error no haya sido corregido". Aquel “In Memorian”, además, fue criticado con dureza por la omisión del actor Bill Paxton, muerto días antes de la ceremonia.

El beso (forzado) de Adrien Brody a Halle Berry

La Academia preferiría olvidar la noche del 23 de marzo de 2003. Realizada en medio de un clima enrarecido ante una nueva excursión de las fuerzas militares de Estados Unidos a Irak en busca de armas nucleares que, desde ya, nunca existieron, aquella gala no resistió los embates del tiempo. Hubo dos situaciones por las que pocos se escandalizaron en aquel momento, pero en 2022 serían irrepetibles: la ovación de pie a Roman Polanski, que aún hoy no puede entrar a ese país debido a los pedidos de captura por las causas de violación y abusos sexuales (delitos que él mismo reconoció haber cometido), cuando ganó la estatuilla a Mejor Director por El pianista, y el chuponazo que Adrien Brody le estampó a Halle Barry al subir al escenario para recibir el premio a Mejor Actor por esa misma película. La besó sin su permiso y en un momento en que la actriz estaba casada con el compositor Eric Benét, quien había tenido que lidiar con un tratamiento de rehabilitación por adicción sexual durante 2002.

Quince años después, cuando empezaba a tomar fuerza el movimiento #MeToo, la actriz reconoció que correspondió el beso porque había ganado el Oscar el año anterior por Monster's Ball y comprendía la sensación de Brody de estar “fuera de sí”. No obstante, lo primero que pasó por su cabeza fue “¿qué diablos está pasando?”. Consultado por el episodio también en 2017, Brody se justificó diciendo que “había mucho amor en ese salón, verdadero amor y reconocimiento”. “Fue solo un buen momento, y lo tomé”, remató quien en ese momento empezaba una relación con la diseñadora de moda Georgina Chapman, la misma que hasta meses atrás había estado casada durante diez años (y tenido dos hijos) con…. Harvey Weinstein. El productor, devenido en emblema de la cultura machista imperante en Hollywood durante décadas, actualmente cumple una condena por un cargo de agresión sexual criminal en primer grado y un cargo de violación en tercer grado.

El hombre desnudo

Fue una escena digna de un programa cómico, tan absurda que quienes estaban en la ceremonia del 2 de abril de 1974 pensaron que estaba armada. Pero no. Mientras el actor británico David Niven presentaba a Elizabeth Taylor, desde atrás del escenario apareció un hombre como Dios lo trajo al mundo haciendo el símbolo de la paz con la mano. Lo hizo al trotecito, con una sonrisa socarrona y ante los gritos de sorpresa de todo el auditorio. Rápido de reflejos, y apelando a su afilado humor inglés, Niven preguntó si no era “fascinante pensar que probablemente la única risa que ese hombre obtendrá en su vida sea desnudándose y mostrando sus pequeñeces”.

El nudista no terminó en la cárcel, sino dando una conferencia de prensa en la que se presentó como un “ejecutivo publicitario” llamado Robert Opel. Ante la consulta de por qué lo había hecho, respondió: “La gente no debería avergonzarse de estar desnuda en público. Además, es una gran manera de iniciar una carrera”. Tenía razón: a partir de ese momento vivió sus wharholianos quince minutos de fama apareciendo (esta vez con ropa) en el show televisivo del presentador Mike Douglas e incluso fue contratado para repetir el número nudista en varias fiestas del jet set de Hollywood.

Pero hubo más, porque Opel también era un artista de vanguardia y un líder del naciente movimiento por los derechos de los homosexuales. Después de su raid mediático, fundó Fey-Wey Studios, una de las primeras galerías de arte en exhibir la obra de artistas LGBT como del fotógrafo Robert Mapplethorpe (célebre por sus retratos en blanco y negro de desnudos masculinos) y Tom of Finland (un reputado dibujante de gráficas homoeróticas). En esa misma galería fue asesinado en 1979 durante un intento de robo.


El plantón de Marlon Brando

No todas las estrellas de Hollywood se llevaron bien con la Academia. Katharine Hepburn, por ejemplo, tuvo doce nominaciones –un récord solo superado por Meryl Streep– y cuatro estatuillas en su carrera, pero nunca estuvo para recibirlas. Solo asistió en 1973 para presentar el premio honorifico Irving G. Thalberg Memorial Award concedido a su amigo Lawrence Weingarten. Pero aquella ceremonia es recordada no por su presencia, sino por una ausencia. Marlon Brando era número puesto en el rubro Mejor Actor por su Vito Corleone en El padrino, un pronóstico cumplido cuando el presentador Roger Moore pronunció su nombre. Lo que no estaba en el radar era que, en lugar de Brando, lo recibiera una joven activista de los derechos civiles de los indígenas estadounidenses llamada Sacheen Littlefeather.

La reacción del Mr. Bond fue de sorpresa, como la de todos los presentes y los más de 85 millones de televidentes que seguían la primera ceremonia transmitida vía satélite. Moore quiso entregarle la estatuilla, pero Littlefeather, de 26 años, se rehusó para, a cambio, pronunciar un discurso en protesta por el trato dado a los nativos americanos en el cine. Días después empezó a correr el rumor de que en realidad era una actriz mexicana contratada. O una stripper, según la fuente. “No fue una performance, fue una manifestación real”, dijo el año pasado al diario británico The Guardian, y recordó: “Pienso que eso fue lo que tomó a todos por sorpresa: que todo fuera tan real. Realmente toqué el corazón de la gente ese día”.

Pero su aparición estuvo lejos de ser improvisada. Media hora antes de una gala a la que llegó poco antes de la terna de Brando junto a uno de sus asistentes, Littlefeather había estado en la casa del actor escribiendo un texto de ocho páginas que finalmente no pudo leer, pues Howard Koch, productor del evento, le avisó que tendría solo sesenta segundos de micrófono. Criticada con dureza por el “ala dura” de Hollywood, con John Wayne y Clint Eastwood a la cabeza, fue la primera mujer de color, y primera indígena, en usar el Oscar como plataforma para una manifestación política. “No usé mis puños, no insulté, ni alcé mi voz. Pero recé para que mis antepasados ​​me ayudaran. Subí como una mujer guerrera, con la gracia, la belleza, el coraje y la humildad de mi pueblo”, reflexionó Littlefeather.

El sobre de la discordia

Es muy probable que la peor pesadilla de la Academia no llegara ni a los talones del que, con cómoda distancia, es el momento más incómodo de la historia del Oscar y, por qué no, de todas las premiaciones nacionales e internacionales con un mínimo de relevancia para el mundillo del espectáculo. Está fresquito, pero vale la pena recordarlo. La gala de 2017 estaba en su momento culminante, es decir, en vísperas de la entrega de la estatuilla a Mejor Película. Faye Dunaway y Warren Beatty subieron al escenario del Dolby Theatre, abrieron el sobre y se miraron con un dejo de lo que luego se supo que era desconcierto, hasta que ella dijo “La La Land”. Besos, abrazos, gritos y alegría entre los responsables de esa película. Los violines atronaban con sus melodías mientras el equipo se disponía para los discursos de rigor, pero alguien tuvo la sabia idea de ver el sobre y descubrir que, oh sorpresa, se había tratado de un error: la ganadora era, en realidad, Luz de Luna. El encargado de anunciarlo fue uno de productores del musical protagonizado por Ryan Gosling y Emma Stone. “Es en serio”, subrayó.

Pero, ¿cómo fue posible un papelón de proporciones bíblicas en un evento calculado hasta el mínimo detalle? Por obra y gracia de Brian Cullinan y Martha Ruiz, dos de los socios de la consultora a cargo del proceso de votación y la custodia de los sobres, Price Waterhouse Coopers (PwC), desde principios de la década de 1930. La dupla estaba a cargo de entregar el sobre correspondiente a cada presentador. Cullinan estaba del lado izquierdo del escenario y Ruiz del derecho. En el premio previo al de Mejor Película, el de Mejor Actriz, Leonardo DiCaprio entregó la estatuilla y salió por el lado derecho, por lo que devolvió el sobre a Ruiz. Su compañero tendría que haber descartado la otra copia, pero no lo hizo porque estaba muy ocupado babeándose y sacándole fotos a la pecosa Emma Stone con su flamante Oscar para subir a Twitter. Un tweet que, ni lento ni perezoso, borró inmediatamente después del escándalo.

Si bien no rodó ninguna de sus cabezas, aunque obviamente vieron la ceremonia del año siguiente desde sus sillones, el sobregate hizo que desde entonces ninguno de los miembros de PwC pueda ingresar al recinto con un dispositivo tecnológico ni mucho menos usar redes sociales. También se sumó un tercer integrante con un juego extra de sobres para monitorear el proceso desde el control central junto a los productores y se diseñó un protocolo que prevé qué hacer ante una emergencia de este tipo. Además, tanto los presentadores como el coordinador del escenario deben confirmar con una seña que tienen el sobre correcto.