“El surf cambió drásticamente mi vida. Y hoy define cómo vivo: a qué hora me acuesto y me levanto, cómo me alimento, cómo me relaciono con la gente, a qué hora voy al colegio, qué decisiones tomo, en todo diría… Como dice Daniel Gil, mi gurú, la vida me enseñó a surfear y el surf, a vivir”. Valentino Zazzeri tiene apenas 14 años y, además de madurez y claridad en sus pensamientos, ya tiene inoculada la pasión por el surf. Y el amor por aprender, de los sabios, de los maestros, como Gil, pionero de este deporte en el país que sigue dejando legado, enseñando a miles de alumnos, de acá y de allá, en su Kikiwai Surf Club que fundó en 1963, en playa Waikiki, pegada a los balnearios de Punta Mogotes en Mar del Plata.
“Daniel padre, su hijo Surfiel y la academia son los responsables de todo, junto a mis padres, que siempre me apoyaron. Yo empecé a surfear a los 9, con mi papá, que es guardavidas, en Playa Serena y un día caí en Waikiki con mi tabla corta y no agarré una ola (se ríe). Ahí, por consejos de Daniel, cambié a una tabla larga y me enamoré para siempre. Hoy lo disfruto, es otra cosa, un arte. Y este fin de semana viví un sueño: le gané a mi coach, Surfiel, hijo de Daniel y gran campeón argentino, y salí campeón en Open, siendo el más joven de la historia de este torneo con tanta tradición. Todavía no lo puedo creer. Tengo miedo de despertarme y que sólo haya sido un sueño”, reflexiona, aún emocionado, este chico marplatense que se llevó la 24ta edición del mítico Rip Curl Kikiwai Longboard Classic, el campeonato de esta modalidad (tablas de más de 2m75) más importante del circuito argentino, que esta vez fue presentado por Chevrolet y tuvo el apoyo de muchas marcas que permitieron organizar mucho más que un evento de surf.
Porque este clásico es, en realidad, la Fiesta Nacional del Longboard y por eso el mítico point de Kikiwai se vistió nuevamente de gala. “Fue una de las mejores ediciones, lo disfrutamos mucho”, cree Surfiel, nombre que significa la Ola de Dios, según la Biblia. Hubo música en vivo, diversos artistas (Rocío Gil, una de las 10 hij@s de Daniel, pintó una tabla de Surfland Surfboard), clase de yoga, sorteo de productos y todas las comodidades (corner de hidratación, mesa de frutas) para los surfistas profesionales y amateurs que participaron de las 11 categorías (ver Resultados Finales) que generaron un récord para el evento. Claro, también hubo competencia y un inédito premio efectivo ($200.000 a repartir), con igualdad para Open Hombres y Mujeres, las dos categorías principales.
Fue, además, la segunda fecha puntuable del circuito fiscalizado por la Asociación Argentina (ASA). Zazzeri había sido tercero en la primera, que consagró a Nicolás Ludovino, quien esta vez llegó a la definición pero no pudo con el pibe. “Estoy contento por llegar a la otra final, pero mucho también por el triunfo de Valentino. Lo merece”, admite el espigado rider que vive en Brasil. “Es justamente por esto que amo el longboard. Porque es diferente en todo, incluso en la competencia. Somos un grupo de amigos, siempre los mismos, y no hay rivalidad. Nos divertimos, está todo bien”, explica, orgulloso, Valen, quien cada día llega a la playa en skate o bicicleta, haciendo malabares con su tablón.
Zazzeri habla como un adulto y expresa unas ganas de aprender de los más veteranos que no observa tanto en el resto de sus jóvenes colegas. “Me encanta escuchar a los grandes, como Daniel. El siempre tiene alguna historia que no escuchaste, que te enseña, te deja pensando… El y Surfiel me enseñaron todo lo que sé. Yo noto que no todos tienen mis ganas de escuchar y aprender. O de meterse cada día al agua, aunque no haya olas, haga frío, llueva o truene. Yo estoy siempre. Por eso tal vez me gané una beca de su programa de la academia y me han ayudado tanto. Tenemos una relación que va más allá de entrenador y pupilo…”, relata quien aspira a ser profesional de esta disciplina –longboard- que está resurgiendo fuerte a nivel nacional e internacional.
“Lo que vende es la tabla corta, pero las largas tienen algo difícil de explicar, otra esencia… Es otra disciplina, con un arte distinto, elegante diría… Eso me atrajo y me tiene enamorado. Prefiero surfear sin tanta agresividad, con mayor tranquilidad, caminando las tablas, haciendo cortes, expresando algo distinto. La competencia me gusta, siempre fue así, pero no me pongo nervioso ni me enojo cuando pierdo. No surfeo para ganar o decir ‘soy el mejor’, sino para disfrutar y que sea lo que tenga que ser”, explica. Justamente, el surfear sin presiones le deparó el mejor regalo. “Todavía no puedo creer que le pude ganar una semifinal a mi coach (Surfiel), tantas veces campeón argentino… Ni me lo imaginé. Tampoco ganar la final, ser el más joven de la historia... Entré a surfear como sé, sin presiones, y se dio. Por eso me cuesta creerlo, es un día muy emocionante para mí y todos los que me apoyan”, cierra quien luego terminó perdiendo la final de Junior con Marco Calandra.
En Kikiwai todo parece estar teñido por los Gil. Tete, la más joven de las hijas de Daniel (35), se llevó la categoría Damas. Una sorpresa para ella. Más que nada por la inactividad tras ser madre y cambiar de país de residencia. “Fui mamá hace 16 meses y me enfoqué en la maternidad. Además, como estaba viviendo en Inglaterra, también eso hizo que dejara bastante de surfear… Justo esta semana volví al país y me enteré que estaba el Longboard Classic. Hacía seis meses que no me metía al mar y como dos años y medio que no competía. Por eso ganar el torneo me sorprendió mucho y me generó una sensación alucinante, porque el nivel de la especialidad en el país es cada día más alto”, cuenta quien se subió a la primera tabla a los tres años, motivada por la herencia familiar, y ya nunca paró. Claro, a Teté le sobran pergaminos. “De este torneo he sido campeona en 10 ediciones y logré quedar dos veces en el Top 10 de los Mundiales ISA, además de un cuarto puesto panamericano… Pero no me acuerdo mucho más, porque lo más importante es la trayectoria y lo que uno ha disfrutado. No tengo dudas que el mejor surfista no es el que más gana sino es el que más se divierte”, reflexiona.
El legado de Daniel Gil, está claro, está muy bien custodiado.