Algunas mujeres marcan la cultura con un trazo imborrable y distintivo. Liliana Bellone es, sin dudas, una de ellas. La salteña, que navega con maestría por diversidad de los géneros literarios, es hacedora de una obra profunda y rigurosa, que ha sido reconocida en el país y fuera de él en numerosas ocasiones.
En una conversación extensa, la autora de “Fragmentos de siglo” reflexiona sobre su producción, la literatura como descubrimiento, la necesaria lectura de Borges y su regreso a Juan Carlos Dávalos, de quien afirma que “trasciende lo provincial” ya que “ es un escritor continental, americano”.
-Para muchos escritores, el encierro obligado de la pandemia ha resultado un tiempo productivo, para otros, un compás de espera y silencio ¿cuál es su caso?
-El retiro a causa de la pandemia, en mi caso, que suelo disfrutar de la soledad, aunque con la ventana de luz de mi familia, me acercó a ciertos aspectos vitales y literarios nuevos o que demandan otras miradas. Escribí mucho y la escritura me llevó por diversos itinerarios de lectura, porque la banda de Moebius lectura/escritura posee infinitas posibilidades. O sea, la escritura me llevó a retomar lecturas. Así surgió una nueva novela: “La moradas”, un poemario “La rueda de Virgilio” y una colección de cuentos, cuyo relato principal es “Chivilcoy”, donde se narra la vida de Julio Cortázar en esa ciudad bonaerense, cuando daba clases en la Escuela Normal Mixta “Domingo Faustino Sarmiento”, entre 1939 y 1944. En este texto se articula lo ensayístico, biográfico, autobiográfico, poético, crítico y ficcional.
-En esa línea, ¿está revisando algo de eso, generando nuevos materiales?
-Estoy corrigiendo “Chivilcoy”, que surgió luego de la visita que hicimos con Antonio a esa ciudad por la Feria del Libro el año pasado, invitados por Editorial El Mono Armado de Buenos Aires. También tengo una novela inédita, “Rosa de Guayaquil”, que terminé hace más deun año y que narra el célebre encuentro entre San Martín y Bolívar, del cual se cumplirán doscientos años (26 de julio de 1822), reconstruido por varias voces femeninas, entre ellas, la de Rosa Campusano Cornejo, “la Protectora”, amiga y compañera de San Marín en Lima. Y, como ya comenté, “La rueda de Virgilio”, libro de poesía y “Las moradas”, una novela-síntesis en la que retomo temas de otras novelas, textos poéticos y teatrales. Ojalá pueda publicar estos tres libros…
-En “Novela, mujeres y política en Jorge Luis Borges”, analiza, junto a Antonio Gutiérrez, seis subtemas del universo borgeano en clave literaria, pero también psicoanalítica ¿cómo seleccionaron los tópicos, en una obra vasta y compleja?
-La lectura de Borges siempre nos acompañó desde la juventud. De esa lectura surgieron artículos, conversaciones, cursos de grado y posgrado como los que dimos en 2014 y 2017 en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Ordenar ese material desde la teoría y crítica literarias y los conceptos psicoanalíticos fue un trabajo fascinante que nos abrió nuevos horizontes de investigación, lectura y escritura. La lectura literaria se enriquece notablemente con el aporte del psicoanálisis. Conceptos como el “otro” y el “Otro”, la feminidad, los sueños, las fantasías, lo siniestro, la falta constitutiva, nos permitieron abordar muchos de los textos borgeanos.
-Los capítulos finales abordan la otredad, la figura del otro y el semejante y el antiperonismo del autor de El Aleph. Sobre esos ejes ¿qué la sorprendió de la investigación de esos tópicos particulares?
-La cuestión del “otro” a partir de la lectura deTzvetan Todorov en “La conquista de América” y de los textos borgeanos, pudo acercarme a una posible explicación de la relación Borges-Perón, en la cual el “otro”, el del espejo de la relación imaginaria, según Lacan, es manifiesta. Una oposición que, como tal, representa alejamiento y acercamiento a la vez. Esta interpretación está desarrollada en un artículo que publiqué en la revista Casa de las Américas en 2012 y en varias notas que escribí para Página/12. Perón y Borges representan los rostros distintos (tal vez por eso se repelen y se atraen) y semejantes de un mismo modo de ser: el modo de ser argentino, al margen de las singularidades.
-Resultó ganadora del VI Premio Internacional de Narrativa Novelas Ejemplares en España con "El libro de Letizia". Asegura que el volumen integra una saga protagonizada por mujeres: Eva Perón y Elena Hosmann Frers ¿qué le llamó la atención de este tríptico femenino, con el exilio como hilo conductor?
-La novela “Eva Perón, alumna de Nervo” prosigue la escritura de mundos femeninos, desde “Augustus” donde la historia narrada por las hermanas Campassi es la historia de las mujeres provincianas de clase media, hijas de inmigrantes. “Eva Perón, alumna de Nervo”, es el retrato de una mujer extraordinaria. Esta novela me llevó a escribir sobre otras dos mujeres, Elena Hosmann y Letizia Cerio Álvarez de Toledo. En 2014 fui a presentar la novela de Evita a Italia ya que había sido traducida y editada por Oèdipus de Milán/ Salerno bajo el cuidado de la hispanista italiana Rosa María Grillo. En Capri me hablaron de la argentina Elena Hosmann, esposa del gran mecenas y escritor caprense Edwin Cerio, amigo de Marguerite Yourcenar y Pablo Neruda. Los amigos del Centro Cerio de Capri me pidieron que escribiera sobre ella. Investigué sobre Elena y descubrí que había estado, como fotógrafa, muy relacionada con los artistas y poetas de la llamada generación del 40, el grupo la Carpa y la Universidad Nacional de Tucumán. Entonces, reconstruí los pasos de Elena en el noroeste argentino y luego en Bolivia y el Perú. Fue una tarea inmensamente enriquecedora y también una especie de revelación de la América Profunda, de esa Abya Yala oculta –o no tan oculta. El libro “En busca de Elena” se publicó en Buenos Aires en 2017 y se tradujo y editó en Italia con el título de “Sulletracce di Elena”. Se presentó en Capri en 2018. La escritura, como un hilo de Ariadna, me llevó luego hacia otra historia, la de Letizia Cerio de Álvarez de Toledo, nacida en Buenos Aires, la única hija de Elena Hosmann. Gran amiga de Borges, Letizia fue pintora, diseñadora y difusora de la cultura de la isla del Tirreno en los años dorados del cine y la literatura en ese lugar de Europa a donde alternaban Moravia, Pasolini, Elsa Morante, Curzio Malaparte, Ítalo Calvino y la argentina Elvira Orphée. De ese universo, surgió “El libro de Letizia. Novela de Capri”, donde el narrador es el crítico literario Carlos Rafael Giordano, que fuera mi profesor en la carrera de letras y que se exilió en Italia, a causa del golpe cívico-militar del 76. Allí dio clases en Universidad de Calabria hasta su muerte en 2005. Hay varias voces narrativas en esta novela corta, entre ellas Elvira Orphéey un ensamble entre ensayo, biografía y ficción.
-Ese ensamble fue celebrado por el jurado…
-Así es, esa hibridación de géneros y el tema del exilio es lo que destacó el jurado del VI Premio “Novelas Ejemplares” Homenaje a Miguel de Cervantes Saavedra, de la Universidad Castilla La Mancha y Editorial Verbum de Madrid, ya que este procedimiento tiene sus fundamentos en la “escritura desatada”, a partir de la enseñanza de Cervantes en “Don Quijote de la Mancha”. Creo que este fue mi modesto homenaje al maestro de la novela moderna. La novela se publicó en Madrid en 2020, en plena pandemia. El año pasado se tradujo y editó en Italia con el título “Il libro di Letizia. Romanzo di Capri”, en la misma colección, con traducción de Giulia Nuzzo, de la Universidad de Salerno.
Por cierto, esas mujeres notables y precursoras de la emancipación femenina, no solamente provocaron mi escritura sino que motivaron la búsqueda y el encuentro de otras: una de ellas es Rosa Campusano Cornejo, la pareja de San Martín en Lima, una soldada, una caballeresa como él mismo la llama, una valiente hacedora de la Patria Grande y que es la protagonista de “Rosa de Guayaquil”, mi nueva novela que, junto a “Moradas”, aguarda ver pronto la luz.
También escribí, dentro de las sagas femenina, una petit-nouvelle sobre el feminicidio de las jóvenes intelectuales francesas en la Quebrada de San Lorenzo: “Dafne y el crimen de la montaña”, que se editó en Buenos Aires, en 2017.
-Su trayectoria interesante y diversa, con novelas, cuentos, ensayos, poemas, teatro ¿qué le otorga esa polifonía a su producción?
-Pienso que lo de “escritura desatada” que descubre Cervantes contribuye a sostener la libertad y sobre todo la posibilidad de que mi oído “escuche” esos géneros en el momento de escribir. La poesía fue lo primero, luego vinieron el teatro, el ensayo y la narrativa casi simultáneamente. El cuento, el relato y la novela irrumpieron casi al mismo tiempo.
-“La literatura es un palimpsesto infinito”, afirmó alguna vez, ¿a qué se refiere puntualmente, a qué autores y autoras de Salta incluiría allí?
-La idea de palimpsesto la tomo de Gérard Genette. La literatura es reescritura. Y desde ese trabajo de transtextualidades surge el nuevo texto, “nuevo”, es un modo de decir. Esto está muy bien planteado en “Pierre Menard, autor del Quijote” de Jorge Luis Borges. La literatura es una tautología, según Roland Barthes. La poesía “escucha” las voces que llegan de ese mar (como quería Joyce) que es el lenguaje y que los poetas escriben. Los poetas son traductores de esas ondas. Hay más acústica que escritura en la poesía. En cambio, en la narrativa, el concepto de palimpsesto es más evidente. En Salta, hay un narrador que cuenta desde una escritura que lo ha determinado: Néstor Saavedra (1915-2005) en cuyas novelas podemos leer el palimpsesto evidente de la novelística norteamericana del siglo XX: Faulkner, Hemingway, Dos Passos. También en las novelas y cuentos de Antonio Gutiérrez surge a menudo el palimpsesto borgeano y el que deviene de la novela existencial.
-Su novelística tiene rasgos poéticos ¿volverá a la poesía, a 5 años de la edición de El Pez, en 2017?, ¿qué significado tiene la poesía para usted?
-Siempre está la poesía. En “Las moradas” rescato algunos poemas de varios libros inéditos. Hay, además, un poemario que, junto a “La rueda de Virgilio” que escribí en estos dos años de pandemia, desearía publicar y es “La costura de Hortensia” que recibió diploma de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía en 2013.
-En 1993, hace casi tres décadas obtuvo el Premio Casa de las Américas por su novela Augustus ¿qué ha cambiado y que se ha mantenido en su escritura desde la bisagra de este reconocimiento?
-Cuando obtuve el Premio Casa de las Américas de Cuba 1993, con mi primera novela, “Augustus”, advertí la importancia de la recepción. Me di cuenta de que mis textos podían ser leídos por lectores lejanos, de otros países, otras culturas. Y esto marcó una bisagra en mi producción. Por otro lado, el honor de recibir ese premio tan importante fue para mí un gran aliciente para seguir trabajando. Creo que proseguí con más seguridad y constancia el camino que había comenzado a transitar desde mi primer libro de poesía, “Retorno”, premiado por la provincia en 1977, que fue editado en 1979 y en el cual están ya esbozados los temas que seguí tratando a través del tiempo en los cuales transcribo lo que escucho de la tradición grecolatina, el mito, la historia universal y latinoamericana, el arte… La crítica ubica esta producción dentro del llamado neobarroco.
-El libro escribió Gutiérrez cita a Proust “En realidad, cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo. La obra del escritor no es más que una especie de instrumento óptico que ofrece al lector para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no hubiera podido ver en sí mismo”. Entonces ¿podría decirse que la literatura es un espacio de revelaciones, una epifanía?
-Así es. La literatura es revelación, epifanía. Cada vez lo siento más. Me asombran los instantes de encuentro de recuerdos, personas, personajes literarios, fechas, nombres, historia, fábulas y fantasías en ese mar que es el lenguaje, un entramado donde, de pronto, surge el destello; la revelación. En estos tiempos releí mucho. Ocurrió que lo que escribía me llevaba a recordar libros y autores, frases, versos y poemas. En “Las moradas” releo a Kafka, Gide, Joyce, Proust, Leopardi, Chejov, Yourcenar, y a los españoles, me reencuentro con Bécquer, Machado, Lorca, Santa Teresa, Fray Luis de León, Calderón, Delibes, Cervantes, en especial las “Novelas ejemplares”, modelo de novelas cortas, un género que me atrapa. Debo contar que cuando escribo novelas me acompañan libros clave: “Eugenia Grandet” de Balzac en “Augustus”; “En busca del tiempo perdido” de Proust en “Fragmentos de siglo”, las “Geórgicas y las Bucólicas” de Virgilio en “Las viñas del amor”.
-¿Cómo se describiría en su rol de lectora? ¿qué lecturas la cautivan hoy, en general y de voces salteñas en particular?
-En el marco de la literatura salteña, releí a Juan Carlos Dávalos. Aclaro que la narrativa y la poesía de Dávalos trasciende lo provincial, pienso que es un escritor continental, americano, en especial por su admiración y respeto por la tradición precolombina andina. Escribo un trabajo donde planteo la oposición (complementaria, no excluyente) entre Dávalos y Arlt. Dávalos dialoga con el jujeño Domingo Zerpa, ese Virgilio andino. Domingo Zerpa fue gran amigo de Julio Cortázar, quien le prologó un libro, en Chivilcoy ya que los dos daban clases en la Escuela Normal de esa ciudad. Es, por supuesto, uno de los personajes de mi nuevo relato o “petit-nouvelle”. Otro encuentro en el gran texto que es la literatura que habla de las vidas que transcurren, de ese punto insoslayable que es lo perecedero.