Kimi: Alguien está escuchando

(Kimi)

EE.UU., 2022

Dirección: Steven Soderbergh.

Guión: David Koepp.

Música: Cliff Martínez.

Fotografía: Steven Soderbergh.

Montaje: Steven Soderbergh.

Intérpretes: Zoë Kravitz, Byron Bowers, India de Beaufort, Devin Ratray, Alex Dobrenko, Sarai Koo.

Duración: 89 minutos.

Disponible en HBO Max.

8 (ocho) puntos

Angela tiene agorafobia, la pandemia la encerró aún más. Desde su casa trabaja para la compañía que creó a Kimi: el nuevo dispositivo tecnológico que todo ciudadano quisiera en su hogar, capaz de responder al estímulo verbal y cumplir órdenes. Kimi no es más que un adminículo en el mobiliario, que responde con voz femenina a los pedidos del usuario: desde la canción que se desea hasta prender/apagar la luz. Una especie de aditamento con el cual volver “inteligente” la casa. Como una más entre tantos, Angela se ocupa de corregir los errores que los usuarios reportan cuando el aparatito no reconoce ciertas palabras o pedidos. Una especie de depuración gradual y superlativa para proveer al consumidor de una experiencia gratificante. Pero como se sabe, cuando las corporaciones hablan de “la satisfacción del consumidor” hay gato encerrado.

Luego de revisitar el cine negro y los años ’50 con Ni un paso en falso (Sudden Move), el nuevo film de Steven Soderbergh (Erin Brockovich, Traffic, Contagio), Kimi: Alguien está escuchando, continúa una senda similar pero con la atención puesta en el thriller. De acuerdo con la premisa, la vida de Angela (Zoë Kravitz) sufrirá un vuelco cuando entre los audios de su trabajo, destinados a maximizar la eficacia de Kimi, descifre el pedido de ayuda de una mujer cuya vida peligra. Con este solo gesto, Soderbergh logra emparentarse, al menos, con dos películas indudables. Pero antes bien, la raíz cinéfila tiene un paso fundamental, marcado por la soledad de Angela y su mirada espía/voyeur a través de las ventanas. El gesto hitchcockiano (La ventana indiscreta) es menester porque así es como Kimi, la película, puede situarse en la senda que habitan La conversación, de Francis F. Coppola; y Blow Out, de Brian De Palma.

Ahora bien, aun cuando el vínculo con el film de Coppola es manifiesto (Angela depura el audio con esmero, así como Gene Hackman en aquel film, que se obsesiona e imagina lo que no puede ver) el film de Soderbergh es sobre todo una declaración de admiración a De Palma, que excede de hecho a la mencionada Blow Out (donde un sonidista de cine, interpretado por John Travolta, graba por accidente un diálogo que nadie debía oír). Y De Palma es un director que bien viene señalar como lo que es: un autor. Rango de valía que también Noah Baumbach distinguió en su documental De Palma. Por eso, el camino que toma Soderbergh es adecuado, porque ratifica (y hace propia) la raíz maestra –Hitchcock– para llegar a donde quiere: De Palma. Una vez allí, Kimi se vuelve una suerte de oda a las situaciones características del cine depalmiano, en las manos de un virtuoso como Soderbergh, que sabe muy bien cómo contar una historia. En este sentido, la tarea en el guión por parte de David Koepp es más que sintomática, habida cuenta de ser alguien que trabajó verdaderamente con De Palma (Carlito’s Way, Mission: Impossible, Snake Eyes).

Situada la acción, Angela deberá obligarse a salir de su departamento para continuar (y forzar) la investigación sobre el audio, presuntamente anónimo. A medida que avanza en sus pesquisas, una serie de dificultades le empantana el camino y hace aflorar otros intereses, como las motivaciones escondidas tras la palabrería de frases como “satisfacción garantizada” y “cifrado de extremo a extremo”. Nada es lo que parece, y ella misma es víctima de algo que no pidió: la compañía para la que trabaja hasta tiene el scan de su retina. No hay dato que escape al ojo invisible de Kimi, aun cuando lo que éste prometía era algo distinto a los famosos “algoritmos”: esto es algo que la película expone a manera de prólogo, en una entrevista empresarial donde el responsable de Kimi habla de sus virtudes. Vale detenerse en esta secuencia y descubrir cómo lo que es visto (la entrevista periodística por Internet, con su correspondiente puesta en escena y vestuario: él de traje y corbata) luego se deshace en algo más (la casa de esa persona, la PC, la cámara, el pantalón de entrecasa bajo la camisa). Es un claro gesto depalmiano: las imágenes guardan otras, no son fiables. Puesto que el guión lo firma Koepp, vale rever las aperturas de Snake Eyes y Mission: Impossible, en donde ocurre exactamente lo mismo.

En otras palabras, la alerta está dada. Soderbergh hace evidentes el simulacro y la estafa, y los sitúa en el ámbito de las comunicaciones, en la forma y marca de un aparato de nombre inventado que bien podría ser otro y verdadero; de hecho, Facebook e Instagram son mencionados y de maneras no precisamente halagüeñas. Kimi sería su síntesis, así como el McGuffin que el guión necesita para hacer avanzar la historia. Lo que desentraña es una sociedad atomizada, de cuerpos encerrados –acá la astucia de narrar desde la pandemia, con barbijos y miedos al afuera–, en donde los grandes grupos económicos/comunicacionales operan desde la vigilancia y una lógica perversa: allí donde Angela espera ser escuchada es donde más la despreciarán. Comienza así una carrera contra el tiempo (y esto la película lo juega en tiempo real, todo un disfrute), con planos secuencias que marcan la proximidad y lejanía entre perseguida y perseguidores, tal como corresponde a un film cercano a De Palma.

Kimi es una película precisa, de tiempos narrativos meditados y suspense logrado. El suspense no es fácil, hay que saber cómo construirlo. Para ello, Hitchcock mediante, Soderbergh recurre a De Palma. Logra un suspense por mérito propio, y de paso realiza un más que justo homenaje al director de Vestida para matar. Se trata de una pequeña gran película, así como las que a veces gusta de hacer el director de The Limey (la mejor de todas ellas).