Antes de aprender a leer y a escribir, Clarice Lispector ya fabulaba. Su amiga de la infancia era algo pasiva, ella tenía personalidad de líder y juntas habían inventado una historia que no acababa nunca. Cuando finalmente aprendió a leer, empezó a devorar libros que imaginaba como árboles o bichos nacidos de manera espontánea. No tenía noción de la figura del autor, pero cuando la tuvo pensó: “Yo también quiero”.
Con el primer dinero que ganó dando clases particulares de portugués y matemáticas entró a una librería, revolvió todo en busca de un ejemplar pero ninguno le decía nada. Hasta que se encontró con Felicidad, de Katherine Mansfield y pensó: “Eso de ahí soy yo”. Crimen y castigo y El lobo estepario también le produjeron un impacto violento. En 1943 publicó su primera novela, Cerca del corazón salvaje, aunque su producción literaria había comenzado antes con un puñado de cuentos publicados en diarios y revistas.
Su ingreso a la literatura fue exitoso: la novela conquistó el reconocimiento de la crítica brasileña y obtuvo el premio de la Fundación Graça Aranha. Cerca del corazón salvaje integra junto a El candil (1946) y La ciudad sitiada (1949) el primer tomo de Novelas editado por el Fondo de Cultura Económica. La publicación de su narrativa continuará este año y se suma a un catálogo que incluye los Cuentos completos y En estado de viaje, una selección de textos dedicados a aquellos lugares en los que transcurrió su vida como esposa del diplomático Maury Gurgel Valente entre 1944 y 1959.
La anécdota es bastante conocida pero vale la pena recordarla porque dice mucho sobre un modo de escritura que va de adentro hacia afuera: Lispector solía enviar sus cuentos infantiles al Diario de Pernambuco, pero nunca los publicaban porque mientras los otros decían “érase una vez esto y lo otro”, los suyos eran sensaciones. Esa impronta ya está presente en estas novelas; también el tono confesional y los personajes femeninos poseedores de un gran mundo interior. Más allá de las particularidades de cada historia, Joana, Virginia y Lucrecia comparten un punto de vista, cierta sensibilidad.
Entrevistada en 1976 por Eric Nepomuceno, ella declaró que lo único que le preocupaba era captar “la realidad íntima de las cosas, la magia del instante”. Sin embargo, la suya no es una escritura catártica. Esta autora que solía definirse como una “tímida atrevida” llegó a confesar cierta desilusión con la literatura, porque no le había dado la paz que perseguía ni le había servido como medio de liberación. “Nunca me he desahogado en un libro –dijo en otra entrevista–. Para eso sirven los amigos. Yo quiero la cosa en sí”.
Romeo Tello Garrido, traductor mexicano de estas novelas, cuenta que debió enfrentar varios desafíos. El mayor fue identificar el ritmo particular de su prosa: “Se trata de una narradora complejamente introspectiva, dueña de un agudo poder de reflexión; en sus obras ambas manifestaciones del pensamiento encuentran un cauce de expresión en un lenguaje más cercano a la enunciación poética que a la prosa anecdótica. Las novelas exigen del lector una atención semejante a la que demanda la poesía, pues el proceso de hacer nuestro el texto exige una desaceleración de la velocidad con que asimilamos lo que construyen las palabras, y aun la textura de las palabras en sí mismas, la manera como significan”, explica, y agrega que para él existen dos bandos de lectores: por un lado, quienes la leen con prisa y avanzan sintiendo que están perdiendo el tiempo, pues pareciera que ahí no ocurre nada; por otro, quienes se dejan atrapar por un discurso en el que lo que se cuenta es más “una indagación en el espíritu, en las tinieblas del inconsciente”.
Clarice tuvo muchas facetas: fue cuentista, novelista, periodista, ensayista, traductora. Tradujo a Poe, a Verne, a Agatha Christie, a Anne Rice, pero también confesó que le daba miedo leer las traducciones de sus propios libros. “Muchas palabras nuestras, para ser traducidas, necesitarían dos o tres palabras extranjeras que explicasen su sentido vivo; muchas frases nuestras, para ser traducidas, exigen que se entienda también la entrelínea”, sentenció en una conferencia sobre las vanguardias brasileñas. Tello cuenta que el estilo de Lispector le impidió seguir su método de trabajo habitual.
Leyó cada novela, hizo anotaciones, pero en cuanto intentaba trasladar su texto al español se sentía incómodo, inconforme con el resultado, y al día siguiente corregía tanto como había escrito. “En ese ambiente de vacilación me sentí obligado a releer cada capítulo antes de traducirlo, y luego volvía a leer algunos fragmentos. Sólo así empecé a sentirme seguro. Ya para entonces me parecía que estaba traduciendo la novela como si se tratara de un texto poético, y decidí seguir con la relectura fragmentada pero en voz alta. Entonces empecé a disfrutar la traducción y el trabajo fluyó de una mejor manera”.
Cerca del corazón salvaje obtuvo excelentes críticas, pero en ese momento la autora vivía en Belém, bastante alejada del mundillo literario. El candil fue su segundo libro y antes de publicarlo ya estaba sumergida en otros proyectos, así que no padeció el horrible silencio que luego experimentaría tantas veces: “A pesar de ser un libro triste, me dio un placer enorme”, dijo. También declaró que La ciudad sitiada fue uno de los más difíciles de escribir porque demandaba una exégesis de la que no se creía capaz: “Es un libro denso, cerrado. Estaba persiguiendo algo y no tenía quién me dijera qué era”.
Cuando se le consulta por la naturaleza de las protagonistas de estas novelas, Tello dice que las tres están en constante búsqueda y discurren por “un mismo hilo conductor que no es otro que el singular acercamiento a ellas que Clarice nos ofrece, y que es mucho más que la suma de sus recursos estilísticos. Es esa aspiración por convertir los movimientos del espíritu en lenguaje; darle cuerpo, carácter tangible a las más confusas emociones; ese impulso por convertir lo inmediato en sublime”.
El traductor advierte que estas no son novelas con final feliz, porque la felicidad está en otra parte, quizás “en la iluminación que su prosa irradia en las tinieblas de lo irracional”. Alguien dijo una vez que Clarice no usaba las palabras como escritora sino como bruja (eso le valió una invitación al 1° Congreso Mundial de Brujería celebrado en Bogotá en 1975). Este tomo es una gran oportunidad para encontrarse con una escritura sumamente peculiar que, por momentos, se parece bastante a un hechizo.