Ernesto no quiere levantar la vista de la mesa, mira las arrugas de la madera y las grietas asemejan un deck que lo transportan a un paisaje costero. Ve médanos gigantes que se mezclan con arbustos, y siluetas deformes de personas que se pasean de un lado a otro de la playa. El mar, con sus olas incansables y aburridas, que nunca terminan, nunca tienen un final, son el presente y nada más. Mira más arriba, casi en los ángulos de la mesa y encuentra nubes y hombrecitos que vuelan en parapente y aterrizan en paracaídas en la arena. Ernesto se transporta a las películas de la II Guerra Mundial, al Día D, a las playas francesas de Normandía, donde miles y miles de soldados caen en paracaídas. Muchos se ven doblegados por las defensas antiáreas, otros pierden la vida en el mar, un grupo termina atrapado en una peli de Steven Spielberg, pero la mayoría toca tierra, bah, arena, y se enredan, pero al rato se levantan y empuñan sus fusiles y emprenden la batalla contra el enemigo nazi, dispuestos a sacarlos a patadas en el culo del panteón de los triunfadores de la historia.

Justo en ese momento se cruza intempestivamente por las hendiduras de la mesa un auto de Fórmula Uno. ¿De dónde salió? Ernesto se da cuenta de que es el circuito de Mónaco. El bólido de acero da vueltas en la curva más peligrosa y gira entrando al túnel. Algo falla ahí, en la televisación. Durante años nunca se mostró el interior del túnel. Es el momento de mayor suspenso de la carrera porque los autos ni siquiera se pasan, y los pilotos aprovechan la oscuridad del túnel para contar los billetes dentro de la cabina, más que atender el manejo a mil por hora. Pero no se van de pista, ni chocan, ni nada. Cuando está a punto de marearse y vomitar, Ernesto corre la taza de café y encuentra en otra parte de la mesa a Tom y Jerry escapando de esas nubes que se arman en los dibujos animados para simular peleas entre los protagonistas; pero irrumpe Bob Esponja con su cara de chizito aplastado.

Ahora observa la aureola que dejó la taza de café y encuentra la propaganda de un detergente que muestra el envase lustroso y unas manos enguantadas que lo ubican de manera perfecta en una mesada de cocina. De esos guantes emergen de pronto las manos firmes en el volante de Meteoro, el rey de las pistas. Pero se cruza un trapo rejilla de color amarillo y pega un barrido hasta dar con la cara de un presentador de noticias norteamericano, de mofletes regordetes y cabello renegrido, que habla sin parar de manera monocorde.

Ernesto gira la cabeza en busca de otras figuras en la madera. Aparece otra presentadora de noticias, de origen latino, con peinado de cotillón, labios interminables y pestañas inabarcables, gesticulando a la cámara de manera que parece tragarse el televisor. Todo lo contrario del amigo anterior. Ernesto tuerce su cabeza por las arrugas de la mesa, parece que se va a caer, pero no: encuentra un maremoto en una isla remota del Pacífico de la que nunca recordará el nombre. Se ayuda con el dedo índice de la mano derecha y le salta la imagen de un pelado muy parecido a Bruce Willis, que se agarra a las trompadas con un Denzel Washington vestido de marinero. ¿Es Denzel Washington o es Washington Tábarez o es Washington Uranga?

Un dinosaurio lucha en la selva contra otros animales que se autoperciben también como dinosaurios. Ernesto no sabe bien de qué clase son, pero se los guarda en la memoria para poder preguntarle más tarde a su nieto más chico, que volvió fascinada de Trelew con esos bichos gigantes. De ahí va a parar a un festival de doma y folklore. Un jinete con la cabeza de Horacio Guarany da cabriolas estremecedoras para no caer del equino, que parece pasado de drogas sintéticas por los estertores que pega en cada movimiento. Ernesto toca la mesa con su dedo meñique y aparece el Ex Soberano con pelo renegrido y bigote frondoso junto a Bernardo Neustadt y Mariano Grondona. Vuelve a tocar la madera y se obnubila con la figura de una conductora del noticioso de Telefé entrevistando a Cristián Rotonda, quien a la vez entrevista a la artista conocida como PLP (Pato Luro Puyerredón), quien a la vez dialoga con el General Pichetto, quien porta un gorro de cosaco mientras panelea con Mi-Ley, quien se encuentra frente a Moria Casán, que está enojada con Antonio Gasalla, quien empuja a la meteoróloga de Canal 26.

En el medio de la mesa se tira en palomita un delantero de la selección de Senegal y un defensor de Egipto impacta su pierna derecha en el rostro del rival, mientras el balón ingresa al arco, colándose entre los dedos de un arquero de muy floja actuación, al parecer todo vestido de amarillo. Ernesto gira la cabeza, enojado por el error del guardametas, y en el ángulo opuesto de la mesa ve a un conductor de un programa deportivo, con mofletes muy parecidos al del presentador de televisión estadounidense, pero en este caso agudizados por su exposición al sol. Luce una chomba rayada que le aprieta en los brazos y los pectorales, y dice que el gol de Senegal no valió, no valió. Sin poder levantar un segundo la cabeza, Ernesto encuentra entre las grietas de la madera un comando de policía que tira abajo la puerta de una casa con una suerte de barra de metal, como en las series policiales de la década del 70, pero filmada en Isidro Casanova. Una madre grita a cámara con su hija en brazos, manchones de sangre en la calle, una persona esposada con la remera levantada que le tapa la cara, pero le descubre la panza regordeta, está de ojotas y malla, y ahora estamos en la explanada de los Tribunales. Uffff. Ernesto respira.

Ve una juntada de músicos, actores y comediantes post55, con sus rostros visiblemente alterados por las sustancias del pasado y las cirugías actuales, con sus cabellos batidos, amasando una tarta de verduras con crema pastelera, ante un jurado de cocineros, dueños de un autoritarismo que Mutombo envidiaría. De ahí, las rayas de la mesa van a una pelicula argentina de los años cincuenta, en la que una pareja baila el twist y todos agitan sus cabezas. Luego una ballena le guiña un ojo a un camarógrafo vestido de hombre rana, que cuelga de un barco, que a la vez contiene un pequeño submarino de color amarillo para pasear turistas europeos por Península Valdés. Ernesto siente que todo gira a su alrededor, el corazón le palpita demasiado, su respiración se agita y se entrecorta. ¿Tiene síntomas? ¿Otra vez está con síntomas? Su frente cae sobre la mesa y la nariz se aplasta entre las arrugas de la madera. Exhala fuerte, como al final de un gran esfuerzo.

 

-No es nada, tranquilo, es solo un zapping de televisión -le dice Atilio con sorna maliciosa. Y le agrega: - ¿No ves que enchufé la fibra óptica directamente a la mesa? Y pará de pestañear porque me cambiás los canales. Ahora te paso mi CBU para que me transfieras el importe de los datos que consumiste.