En la grieta se hunde el pensamiento. Me refiero a la capacidad de pensar en el sentido más crítico y elemental del verbo: realizar conexiones singulares frente a los estímulos de la realidad para poder intervenir efectivamente en ella. Esta condición no es una singularidad del contexto político argentino. Como ha descrito y denunciado el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi, la paralización de la capacidad mental es azuzada desde los grandes medios de comunicación y los gigantes tecnológicos en todos los rincones del mundo a través de un crecimiento exponencial de la infosfera (los estímulos de información), que ha alcanzado dimensiones imposibles de digerir para el cuerpo social. Los estímulos informativos -carga sensible transmitida en forma de señales eléctricas- son una suerte de bombardeo que resulta excesivamente abrumador para la psiquis y el sistema nervioso de la sociedad.

La particularidad argentina, arriesgo una hipótesis, recae quizás en que la aceleración de la infosfera ha tenido a la grieta política como eje de rotación en los principales conglomerados de medios. No se trata de un fenómeno nuevo, ya lo analizaba el historiador Nicolás Shumway en su controversial ensayo La invención de la Argentina. Allí postula que el origen del mito nacional responde a una tensión permanente entre dos ficciones orientadores en pugna, que ha tenido indefectiblemente su correlato en la prensa desde el siglo XIX. Sin embargo, la pervivencia de ese conflicto estructural en conjunción con la hipertrofia mediática actual ha dado lugar a un particular agotamiento de la imaginación política.

La digitalidad ha redoblado la apuesta de los títulos tremendistas, sostenidos por un largo desarrollo del amarillismo como estrategia comercial, que ha empeorado con el imperio del clickbait, la incógnita implantada en el titular como anzuelo para el click. En paralelo, aquel proceso de sana discusión social acerca del rol de los medios y de la ausencia de objetividad en toda comunicación -iniciado tras la pelea del segundo kirchnerismo con el Grupo Clarín y acentuado con la Ley de Medios- decantó, paradójicamente, en un desenmascaramiento vil de los intereses económicos que enterró cualquier necesidad de velos, filtros o matices. Esto habilitó a un incremento en la tendenciosidad y a una sobreabundancia de notas de opinión en ambos bandos, cada vez más agresivas y con lugares cada vez más destacados dentro de la siempre rotativa primera plana digital.

Resulta impresionante en este contexto que Inés Szigety haya logrado desarrollar un proyecto artístico a partir de la elaboración pictórica de los grandes titulares de cuatro diarios masivos (Infobae, Clarín, Página 12 y La Nación) durante el período eleccionario de 2019. En una entrevista personal, Inés me confiesa que hubo una cuota de ingenuidad en la decisión de trabajar sobre esta materia infecciosa como disparador creativo. Debemos agradecer su ingenuidad entonces porque es justamente gracias a ella que podemos ver algo allí donde hace tiempo dejamos de percibir. Inés buscó entender una realidad que le resultaba abrumadora durante un período de residencia en Italia a donde viaja becada; esta forma de bitácora fue su modo de procesar los estímulos con distancia. Su deseo fue enfocarse en los diarios digitales en tanto material; las elecciones fueron el trasfondo elegido. Es así como su obra se inscribe de un modo muy idiosincrático dentro de una tradición crítica que inicia quizás con los collages dadaístas de John Heartfield, pero que se profundiza en los ‘60 con las preguntas que alza el conceptualismo acerca de la política comunicacional y del lenguaje en la sociedad de masas. Digo idiosincrática porque -a diferencia de una obra emblemática sobre la prensa dentro del neoconceptualismo latinoamericano como es The Rwanda Project de Alfredo Jaar- la mirada se centra en la circulación de los estímulos informáticos, en vez de hacerlo en el referente temático, al tiempo que lo hace desde la sencillez y la ausencia de pretensiones que implica utilizar un cuaderno escolar como soporte.

Inés convirtió a las efímeras señales eléctricas de los diarios digitales en dibujos, recuperando una sensibilidad frente a la narración informática del mundo. Durante aproximadamente un mes, tomó día a día el titular de cada uno de estos cuatro diarios y desarrolló para cada uno de ellos una composición en tinta sobre la hoja de un cuaderno Rivadavia; a dos colores: rojo y negro. Esta decisión cromática está cargada de sentido -desde la novela crítica de Stendhal a las banderas comunistas y anarquistas y la prensa revolucionaria- pero representa en el caso de Inés, no una afiliación ideológica, sino una intención desafiante frente a la mirada, que se nutre de esta historicidad contrahegemónica.

Su desafío no radica en el texto, que mantiene la fidelidad al titular. Se encuentra en la elaboración de imágenes que abren sentidos inesperados sobre el referente, ya sea contradiciéndolo, enfatizándolo acríticamente, eludiéndolo o literalizando la metáfora en una clave naif. La seguidilla de recuadros, que combinan texto e imágenes de línea fuerte y colores planos, termina por acercarse a una construcción en viñetas que esboza un cómic en el que se revela el estado inducido de psicosis social. La historieta tiene como fondo un paisaje mental colectivo en el que circulan deseos y temores a través de un lenguaje que es, por momentos, onírico: la cumbre de gobernadores se convierte en una montaña infranqueable; la grieta política, en falla tectónica que se traga la palabra; las fisuras partidarias, en un laberinto sin salida. El presidente y la vicepresidenta electos, Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, aparecen, como en los sueños, a través de imágenes arquetípicas y sinécdoques, partes que representan al todo, como pueden ser un zapato femenino y otro masculino. La visión ingenua de su aparente lucha de poder recuerda a las tensiones entre las polaridades paterna y materna en la familia, dando cuenta de cómo se apela en la discursividad mediática al imaginario traumático más primario.

La disposición gráfica de carácter publicitario, la utilización de globos de texto y la figuración de estilo plano y reconocible provienen del arte de los medios por excelencia: el Pop. Inés parece adherir a la sentencia de Warhol de que no hay nada detrás de la superficie. El problema sigue estando en que la multiplicación ad nauseam de las superficies sensibles impide una percepción consciente de ellas, de las intenciones detrás de ellas y de sus efectos sobre el cuerpo social. En vez de montarse sobre las palabras de los medios que terminan por ser habladas desde nuestras bocas como si realmente las hubiésemos pensado, Inés despliega la angustia e incertidumbre en la que nos sumergen. Mientras que Oscar Masotta y el Grupo Arte de los Medios (Jacoby, Escari, Costa) se dedicaron en los albores de la sociedad televisada a demostrar cómo los medios eran capaces de construir acontecimientos ficticios que se percibían como reales, en esta nueva etapa del simulacro, la de los fake news o la llamada posverdad, esto resulta casi de perogrullo. La potencia crítica se manifiesta entonces en la posibilidad de demostrar los efectos dañinos de los medios sobre el aparato perceptivo y en hacer visible el mecanismo de dominación social a través de la angustia.

* Curador e investigador. Fragmento del prólogo del libro digital Diarios de la artista visual Inés Szigety, realizado gracias a la Fundación Bogliasco en el marco de la Beca Artística en su Centro de Estudio en Italia. Cuenta con el apoyo del Programa Impulso Cultural 2 del Municipio de Tandil y la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires además de aportes privados. Está disponible gratuitamente para su visualización, en www.espacionido.org