1

Pequeña ciudad de la pampa húmeda, en el sur de Santa Fe, rodeada de maizales y trigales (hoy un océano de soja). Hijo de aquella mujer rubia y de ojos celestes. Un padre casi ausente. El Mateo lustrado, taxi de entonces. Se iba y volvía. Cada regreso, un hijo, vos el noveno, de once. Fracturas expuestas en esos codos débiles. Infancia de árboles y canasteadas para vender la producción de frutas y verduras. Escuela pública, la más humilde del lugar. Con el trabajo te costeaste el secundario en el Industrial, primera promoción. Solo seis egresados. Tipo pintón. Te salvaste de la colimba por esos codos jodidos. A los veintitrés tenías un camión y una casa. Como a muchos pobres de toda pobreza, el peronismo les había permitido el ascenso social. Vos, radical intransigente, nunca gorila.

2

En los primeros años de mi infancia, eras mi ídolo. Te esperaba que llegaras de tus viajes. Los “cremalin”, la camiseta, la pelota y la “Así es Boca”. El “lo sé todo” y el diccionario enciclopédico, siempre hay que recurrir al mataburro, decías. El Valiant IV, las F-100, los camiones, las vacaciones en Agua de Oro. Los viajes en camión. Corrientes, naranjas y sandías. El cruce en balsa a Entre Ríos. Después, el túnel subfluvial. Mendoza, la cordillera, los ríos, las acequias, uvas, peras y duraznos.

3

Invierno del 69. Pueblo del oeste de la provincia de Buenos Aires, del que te fuiste, volviste y te quedaste. Tu lugar. Reunión en el Club Atlético, el de los dados, timba y la poesía cruel. Bagna cauda para festejar un triunfo futbolístico del club, el primero del campeonato. Con personajes de la cultura nacional, la del lugar y sujetos diversos del pueblo. Entre ellos, vos, verdulero, lector e impulsor de actividades varias. Ahí estuve: había viajado doscientos kilómetros porque tus amigos me consideraron el talismán de aquella victoria. Participó de la organización un hombre de la calle y divulgador cultural a la vez, Héctor “Tito” Carrozi (el “Púa”, hermano de Antonio). Con él, una celebridad: Carlos Alonso, quien en esos tiempos pintaba en la casa de Carrozi, “La guerra al malón” (ver imagen). Ese día, el extraordinario pintor mendocino me entregó algo que había dibujado en un papel, reliquia que hoy quisiera encontrar.

4

Épocas difíciles. El usurero, el oficial de Justicia. Todo embargado, hasta la bicicleta. El remate de la casa. Enterarme de algo que sabía o intuía, del juego (todos los juegos) y de mujeres varias (todas las que te diera el cuero). La etapa de pretender hacerme cómplice de aquellas aventuras que no banqué. Una relación más que conflictiva, incluida una pelea a las piñas. Aunque no lo olvido, hoy tengo pocas ganas de hablar de eso. Otro día lo hago, disculpe doctora.

5

Tiempos mejores. Desde aquella navidad de 1984 cuando me viniste a buscar y hablamos largamente. Desde entonces, creo que nos comprendimos mutuamente. Recuperamos plenamente el cariño.

6

Siempre. La solidaridad y tu generosidad extrema, que no era con lo que te sobraba, sino hasta con lo que no tenías. El culto a la amistad, aunque algunos te jodieran. Esa mezcla, casi justa, de bondad y malicia. Las charlas, las lecturas y la política en casa. Algo que se mama, uno nunca sabe cómo se absorbe y algún día se devuelve por izquierda o por peronismo.

7

Postales y dichos. a) Apoyado contra la pared de madera aglomerada de tu negocio, mientras encendías no sé qué número de cigarrillo del día, de los ochenta que te fumabas, viste que entraba a realizar sus compras aquella chica a la que le decían La Loba y dijiste: -Le duele el cuerpo de lo buena que está. b) Castro llegaba al lugar y manifestabas a los que estaban a tu alrededor que el muchacho era “más serio que perro en bote”. c) Detrás de aquella mesa de nerolite, en medio del humo del cigarrillo que sostenías con el índice y el mayor, manchados de nicotina, hablando de aquél empleado que era demasiado parsimonioso, expresaste: -Es más lerdo que polvo de chancho. d) Cuando Néstor se asomaba a la entrada, portando esos anteojos de gruesos cristales, señalabas: -Este pibe ve menos que un perro por el culo.

8

Los dichos, la ironía, los puchos y las colillas, rebalsando todos los ceniceros. Siempre el cigarrillo entre los labios. Los pulmones achacados por ese tabaquismo desmesurado. Esa tos permanente hasta que un día los pulmones te avisaron que no daban más. Dejaste de fumar, pero el malestar persistió hasta que un año después te descubrieron el cáncer. Cómo olvidar ese viaje en taxi desde el hospital hasta mi casa cuando me dijiste: 

-Qué boludo, cómo no me dí cuenta antes que no tenía que fumar.

- Y sí…ahora ya está -esbocé.

- A mí esto no me va a vencer, me voy a curar. Y agregaste: -No quiero que nadie se entere. No lo comenten.

Le metiste garra, la radioterapia y todo lo que te indicaron. Si había que caminar, caminabas, si había que tomar algo lo tomabas. Te cuidaste, como nunca antes lo habías hecho. El tumor en el pulmón se redujo un sesenta por ciento. Pero antes del año, la cosa empeoró. Ya había algunas metástasis no muy desarrolladas, pero apareció otra que no esperabas, en el cerebro y al poco tiempo no fuiste vos, eras otro. Y un poco más adelante, ni siquiera eso, una lenta agonía, sin conciencia alguna, hasta cumpliste años en esas condiciones, dos días antes de morir. Cuando anunciaron que te habías muerto hacía tiempo que no estabas, ya habías salido de la vida.

9

Sin saber en aquel momento que las putas células se habían propagado al cerebro, recuerdo el día en que llamé a tu casa y no supiste responderme preguntas sencillas, me pasaste con mami. Hoy puedo recordar que era el 29 de enero de 1997 porque está asociado a la fecha de la muerte de Osvaldo Soriano. Así como lo hicieron tantos escritores, el gran Osvaldo tuvo a su padre como protagonista en los bellos relatos de “Cuentos de los Años Felices”. Discúlpame, sólo escribo textos con escasas pretensiones literarias.

10

Como cualquiera puede saber, no te elegí, me fuiste dado. Nuestra relación tuvo de todo, plenitud, alegrías, tristezas y malentendidos. El contrato de padre e hijo lo cumpliste con creces, no tengo nada que reclamar. Hoy seguís estando ahí, siempre, mítico, como una especie de Dios que me guía.