Mientras se alejaba de Buenos Aires sentada en un avión, Claudia Puyó vio su futuro. Quería ser parte de una banda pero apenas contaba con un guitarrista, Hector “Tito Fargo” D'aviero, que viajaba en el asiento de al lado, y con el nombre del grupo. “Vamos a ser Románticos de Artane”, le dijo a Tito en pleno vuelo hacia Madrid. Era mayo de 1988. Así se llamó la banda que Puyó y Fargo lideraron durante los años que coincidieron en España. En 1990 grabaron Aparato para sordos, un casete de ocho canciones que recién mas de tres décadas después se puede escuchar en Argentina, gracias a una flamante edición local en CD, responsabilidad de un sello independiente llamado Mucha Madera. Un disco perdido y ahora recuperado, que confirma algo que Puyó todavía recuerda: la música que hacían no encajaba en el rock argentino de ese momento.
“Acá no pasaba nada con el rock and roll ni con la música que escuchábamos nosotros”, confirma Claudia en su casa de Caballito. La sensación de no pertenecer no era algo novedoso para ella. La arrastraba, por lo menos, desde 1985, cuando había publicado Del Oeste, su primer disco solista, un trabajo cuyo resultado no la representaba del todo. “No sé hasta qué punto sirve lo que yo hago”, decía en una entrevista con la revista Pelo, poco después de la salida de ese álbum. A mediados de 1988 todo seguía igual.
Tito no estaba tan descolocado. Había formado parte de la Hurlingham Reggae Band con Luca Prodan y de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota. Su guitarra se había mezclado con la de Skay Beilinson en los discos Gulp! (1985) y Oktubre (1986) y hasta había compuesto junto al Indio Solari dos canciones que los Redondos nunca grabaron pero tocaban en vivo: “Rodando” y “El regreso de Mao”. Antes de viajar ya acompañaba a Claudia, a quien había conocido en los escenarios ricoteros. Su partida a España fue más por curiosidad. “Tenía 29 años, una edad que era el límite para irse a conocer otra cosa. Después de los treinta es más complicado todo. ‘Voy y vuelvo’, pensaba. Pero me sedujo mucho todo lo que pasó”, dice.
Claudia le propuso a Tito no seguir con el formato de cantante solista que realizaban en Buenos Aires. El nombre de la banda era una ironía basada en el sufrimiento de los consumidores de Artane, que intentaban alcanzar otros estados de conciencia al tomar ese medicamento para tratar la enfermedad de Parkinson pero sólo conseguían alucinaciones espantosas.
En Madrid no resultó fácil instalarse. “Llamabas por teléfono para alquilar algo, y cuando se enteraban que éramos argentinos directamente cortaban”, cuenta Claudia. Al comienzo todo se reducía a ellos dos. Tito tocaba, Claudia cantaba y sumaba su teclado Korg Poly-800. Recorrían la ciudad y se sorprendían con shows que en Buenos Aires eran apenas un sueño: Zappa, Miles Davis o Pink Floyd. Solían reunirse con otros músicos argentinos que se habían radicado allí. Tenían la música como norte. Querían descubrir y descubrirse. Tocaban en bares, en la calle, donde sea.
Pronto conocieron La Nave, un complejo de salas de ensayo que se volvió su refugio. Por allí apareció Néstor Vetere, ex Dulces 16, con su bajo en la mano, y se convirtió en el tercer integrante de la banda, que se completó con Anye Bao Pérez, un baterista español. “En esa época en España estaba más el baterista que tocaba con máquinas, un pop medio electrónico. Anye tocaba fuerte, venía de la vieja escuela”, explica Fargo.
Cuando el cuarteto estuvo listo las canciones tomaron forma. El repertorio se completaba con los dos temas que Fargo había compuesto junto al Indio y una versión de otra canción ricotera, “Yo no me caí del cielo”, que solían anunciar como “Olor a gato”. Románticos tocaba en un circuito de bares que les permitía tener varias actuaciones por mes. ¿Y cómo se gestionaba una fecha en Madrid a fines de los 80? “Poniéndose en pedo con el dueño del boliche”, cuenta Claudia. “Fargo se enojaba, a él no le gustaba beber nada”, dice. La historia se completa con la aparición de Jorge Pinedo Hay, un abogado ambientalista que hoy lucha contra la contaminación acústica en Madrid. Pero en aquel momento sintió que Románticos de Artane tenía que ser amplificado. Se hizo amigo de los músicos y financió la grabación del casete.
Aparato para sordos empezaba como si fuera un disco de Virus. Todo cambiaba en unos segundos, cuando la banda surgía como una metáfora de lo que Claudia quizás deseaba. Dejar atrás el pop, pasarlo por encima con el rock. Románticos de Artane se concentraba en un estilo que pronto iba a ser lo habitual en el rock argentino, de Los Rodríguez a Pity Álvarez: guitarras al frente e influencias de los ‘70. Fargo se destacaba con riffs y solos filosos tocados con la Fender Stratocaster que también usaba con los Redondos y la Hurlingham. Había posibles hits, como “Septiembre” o “Dame más”, baladas intensas como “Yo sólo quiero amarte” y hasta una gran versión de “Olor a gato”. Tres temas del casete fueron regrabados en Cuando te vi partir (1994), el segundo álbum solista de Claudia, armado en medio de la gira de El amor después del amor, de Fito Páez, un tour agotador que la trajo de vuelta a la Argentina después de cuatro años y medio en España.
La experiencia madrileña y el éxito junto a Fito le sirvieron a Claudia para comprender que lo único importante es la música: “Las estrellas están en el cielo y la fama es puro cuento. Son todas frases hechas, pero es cierto. '¿Qué se siente haber llegado?', me dijo una piba una vez. ¿A dónde llegué, nena? Al jonca llegué. Por eso detesto la palabra carrera. La carrera contra el tiempo es la única carrera que tenemos. El tiempo pasa demasiado rápido. Cada minuto es un minuto menos, diría Javier Martínez. Y a su vez es un minuto más que estás acá. Por eso hay que vivir el presente y hacer todo lo que puedas”.
Tito piensa algo parecido. “Yo siempre pude, de alguna manera, sostenerme con mis ideales”, dice. “A veces mejor, a veces peor, pero yo desde muy chico decidí ser músico y hasta el día de hoy que lo sigo sosteniendo”, cuenta. Durante sus años en España, nunca tuvo intenciones de trabajar de algo que no estuviera relacionado con la música. “Para eso me quedaba en Buenos Aires”, razona. En Madrid trabajó como sesionista, armó grupos y se radicó allí hasta principios de los 2000. Hoy toca con Gran Martell y en su proyecto solista. Claudia tiene listo Cazadora de cielos, un disco doble de 29 canciones que va a editar de manera independiente. El tiempo pasa rápido pero el camino es el mismo.