Dani Ruggeri es una cara conocida en el circuito comiquero. Todes la vieron cargando tablones, corriendo de acá para allá en Dibujadxs. Les abrió las puertas del Panxataller a decenas de nuevos proyectos editoriales. Y, de yapa, hacía colaboraciones copadas en distintas antologías. Curiosamente, lo que no había hecho hasta ahora, con 32 años, era tener su propia "historieta larga". Hasta que otros jóvenes, los de Barro Editora, la desafiaron. Por ese sello, Dani Ruggeri acaba de publicar El diablo en la torre 9, una aventura ¿infantil? ambientada en el barrio Samoré de Lugano.

"Una parte de mí tiene un corazoncito más soviético, más de laburar por el bien de la historieta nacional --dice y levanta el puño-- que de responder 'hoy no puedo porque estoy dibujando lo mío'", le cuenta al NO. Pero los de Barro, reconoce, la animaron. Eso y, claro, que se paralizaron el mundo y la impresión de la historieta independiente ultraunder, que era lo que desvelaba sus noches.

En El diablo en la torre 9, una pandilla de pibitos de Lugano encara al Diablo (que vive, claramente, en la torre 9) y como la cosa sale mal, tienen que buscar un round 2 para recobrar el alma de un amigo. Hay conejos destripados, brujas de barrio y competencias de figuritas. "Los de Barro tienen algo para su colección Génesis que te piden enmarcar la historia en un género, y yo elegí aventura y fantasía urbana o barrial."

Y si Dani fue piba en Samoré en la época en que el rock barrial o "rock chabón" mandaba, su fantasy es heredera de esos derroteros y otros. "Quería meter cosas significativas de mi infancia, como los cuentos rusos", revela. O de lecturas más recientes, como el blog La Teja (un blog sobre complejos habitacionales que lleva adelante otro historietista, Ignacio Minaverry) o un teólogo que habla sobre la historia de la caracterización del Mal.

Aunque la intención es que sea "una historieta para pibes", Ruggeri reconoce que "está en una frontera". A nivel formal, "está ahí toda la escaleta matemática de un guión de aventuras". Así que su primera nouvelle gráfica puede ser para cualquier edad, pero la autora descubrió que, sobre todo, "le hubiera re copado a la Daniela de 11 años".

Esa Daniela que leía La muerte enamorada o una antología de cuentos populares rusos "donde la mitad de los personajes mueren horriblemente", o que se copaba con Los Caballeros del Zodíaco, que eran "un río de sangre". Y sí, hay un pasaje donde los pibitos agarran una trincheta para destripar un conejo. Todo sea por el alma de su amigo. "Tenía miedo de esa escena, pero depende de la medida... Ahí entramos en un territorio re interesante, que es la subjetividad del lector", reflexiona.

El formato puede ser hegemónico, sí, pero Dani advierte que la historia transcurre en "una geografía no-hegemónica", que es un barrio de Lugano. "Y los pibes están todos basados en pibes que conocí en mi infancia. Obviamente no son ellos, una vez que fueron al papel, son ficción. Pero los rostros, las pieles, no son hegemónicos. Una vez llevé un fanzine a una escuela, también ambientado en el barrio, y un pibito se puso feliz porque había una obra impresa que mostraba su lugar."

Para Daniela, esa territorialidad es fundamental. Aunque ahora vive en San Cristóbal, sigue visitando Lugano, que es su patria de origen. "La infancia monoblockera tiene sus condimentos, pero luego una cura qué contar y qué quedarte de tu propia historia. Yo también quería plantear preguntas", explica.

"Capaz durante mi infancia el pibe más suertudo era el que tenía las tres comidas completas. En el contexto de la crisis de 2001, en el barrio había hambre, faltaba comida, pero también había hambre de historias, de hacer cosas. Entonces por ahí nos cagábamos de hambre un rato, pero después salíamos a jugar a la pelota y embarrarnos", rememora.

"Quería contar una aventura con pibes de ese barrio, porque sino parece que de ahí sólo pueden salir historias hiper marginales, testimoniales, que son muy válidas e importantes, pero también hay un derecho innegable de las infancias no solo al plato de comida, sino también al cuento de hadas. Decir que también puede haber aventuras y ciencia ficción en un barrio marginal. Que en algún momento podés jugar a las figuritas con el Diablo y ganar. Con lo que se tiene, con lo que queda."