Una palabra de la biología podría resumir la opinión casi unánime de su época sobre la banda de rock cañadense Punto G: epigénesis. La epigénesis es la novedad absoluta, la mutación que no proviene de ningún lado. No se explica ni por la herencia ni mucho menos por el ambiente. Un rayo que cae del cielo sereno, dijera Marx en una de sus decimonónicas metáforas. Así irrumpió Punto G en la escena rockera rosarina con su primer disco a fines de la década del ochenta, ese final anunciado en el subtítulo del libro que el periodista, editor y músico Diego Giordano (Rosario, 1974) acaba de publicar en Buenos Aires por la editorial Vademécum. Los trenes ya no vuelven más. El primer disco de Punto G y el final de los 80 en Rosario es un film documental en papel, una entrevista coral donde el arte del montaje del autor une voces potentes en un relato colectivo sobre una época fugaz, en la que el deseo de crear pareció imponerse sobre la precariedad nacional. La foto de tapa por Luis Vignoli registra, con un sentido tan afilado de la composición como urgente del instante decisivo, un momento "The Doors" de la presentación del disco debut de la banda en el Patio de la Madera, el 7 de diciembre de 1989. En un mismo encuadre coexisten el frontman y cantante, Coki Debernardi, de pie con su guitarra en medio de lo que luego se sabrá fue una noche violenta, y el agente de las fuerzas de seguridad que desde el escenario mira para abajo de soslayo. Allí abajo es el caos, pero ese caos está fuera de cuadro y lo repone la memoria de los testigos. La escena es tensa, cargada de presagios ominosos, como si algo estuviera por estallar.

El libro es el resultado de un proceso que implicó investigación y meses de entrevistas a más de cuarenta entrevistados, entre ellos: Fito Páez, Liliana Herrero, Gonzalo Aloras y por supuesto los integrantes vivos de Punto G: Coki (voz y guitarra), Juan Albertengo (batería), Carlos Verdichio (bajo) y Rubén Carrera (teclados). La historia, o parte de la historia, de José Tato Fernández (saxo y coros, fallecido en 2015) es contada por su hermano Marcelo. Y sobre los comienzos atestigua Silvina Castellan, hermana de Andrés Pato Castellan, uno de los integrantes fundadores, a cargo de los teclados, fallecido de una crisis asmática en 1986. "El Pato Castellan fue un color divino que entró en nuestras vidas", recuerda Albertengo, evocando su formación musical de conservatorio. A su memoria fue dedicado el primer disco de Punto G, paradójicamente titulado Todo lo que acaba se vuelve insoportable. Lo editó CBS en 1989, en vinilo y cassette, como parte de un acuerdo por haber ganado el concurso Pre Chateau Rock en 1988, donde se definía qué banda representaría a Rosario en el festival Chateau Rock de Córdoba. 

El primer disco de Punto G sufrió varias adversidades.

El disco fue una de las primeras grabaciones del estudio La mar, de Fito Páez. Lo editó CBS con un error de graves implicancias legales (la placa incluía por accidente un tema de Fito), se lo retiró de circulación, y se demoró la reimpresión porque entonces la crisis económica encareció el vinilo. Cuando al fin se lo editó correctamente, el país había estallado, el exilio económico desmembraba a toda esa generación y, lo que no es poco, los discos empezaban a salir en formato CD. Con todo, hubo un segundo disco, de edición independiente (Punto G, 1991) y un tercero (El último salva a todos, 1993). Se separaron en 1994. 

A semejante rosario de adversidades hay que sumar las agresiones sufridas en el Pre Chateau, desde agua y piedras hasta rumores falsos. Punto G ganó en buena ley, ya que esos pibes desconocidos de Cañada de Gómez traían consigo una autenticidad, una energía y una originalidad que brillaban por su ausencia en sus competidores. Todas las voces coinciden en destacar algo que quien haya presenciado en vivo a Punto G, o a Coki solista, puede atestiguar: eran estrellas, y esa intensidad parecía venir de otra parte. Fueron mucho más que la one hit wonder de "Cae lenta". Escucharlos y verlos daba la sensación de estar en el mundo, ese al que pertenecían sus ídolos: Lou Reed, U2. Y no caídos al costado en la ruina que terminó por devorarlo todo.