Célebre narrador, periodista y conferenciante, fundamentalmente padre de toda una literatura: Mark Twain (1835-1910), nacido como Samuel Langhorne Clemens en Florida (Misouri), fue además de tipógrafo e imprentero, trotamundos, buscador de metales, marinero, corresponsal, e inversor –con poca fortuna– en empresas y proyectos técnicos y culturales. De su vivaz y potente imaginario literario que fluye durante la segunda mitad del siglo diecinueve y comienzos del veinte surgen autores como Faulkner y Hemingway, y luego, muy especialmente, desde la vertiente de la ironía y el humor corrosivo, inteligente y sensible pero crudo y sin concesiones, Kurt Vonnegut; este homenajea a Twain –recordando un chiste– en uno de sus grandes libros: Payasadas (1976). Y cabe también mencionar que Roberto Bolaño, ante la premiación del “Rómulo Gallegos” por Los detectives salvajes (1999), escribió un pequeño texto para el programa de mano que se repartió en la ceremonia, donde sindicaba a su novela como “una más de las tantas que se han hecho en la estela de Huckleberry Finn, de Mark Twain”.

Un yanqui en la Corte del rey Arturo, Las aventuras de Tom Sawyer, El príncipe y el mendigo, Narraciones humorísticas, Diarios de Adán y Eva son apenas un puñado de conocidísimas obras que tuvieron además toda clase de “versiones” gráficas (ilustradas), radiales, teatrales y cinematográficas. Autor de más de quinientos títulos, las obras completas de Twain constan de unos cuarenta tomos. En la estela de una recuperación de su faceta más explícitamente social, política y polémica dadas las últimas décadas especialmente –porque tras la muerte del autor, sus editores pusieron en primer plano todo lo que fuera “literatura juvenil”, de “viajes y aventuras”, expurgando parte su obra–, donde aparecieron compilaciones tituladas Antiimperialismo, Reflexiones contra la religión y Cartas desde la Tierra (escritas por Satanás), ahora la editorial chilena Alquimia –que comenzó la impresión y distribución en Argentina– publica en su colección “Umbrales de Memoria” Oración de la guerra. Contra el Estado, el racismo y la religión, con traducción, prólogo y notas de Felipe Reyes Flores.

Estos discursos e intervenciones públicas, y artículos en revistas, problematizan temas, ofrecen puntos de vista, y dejan abierto el camino a una rebeldía perspicaz, inteligente, como en “Patriotismo monárquico y patriotismo republicano” (1908), donde critica dos evangelios: “El rey no puede equivocarse”, y su versión laica: “¡Nuestra patria, con razón o sin ella!”. Respecto a esto último, sostiene Twain, “nos hemos desprendido de nuestro bien más valioso: el derecho del individuos a oponerse tanto a su bandera como a su país cuando este (solo este, por sí mismo) considere que están equivocados”. Una posible solución a la cuestión la había propuesto siete años antes, en “Un entrenamiento que valga la pena”: “Yo enseñaría patriotismo en las escuelas del siguiente modo: Eliminaría ese antiguo lema, ‘Mi país, con razón o sin ella’, y lo reemplazaría por ‘Mi país, cuando tiene razón’”.

En “Votos para las mujeres”, de 1901, expresa su anhelo: “Me gustaría ver el momento cuando las mujeres participen en la creación de las leyes. Me gustaría ver ese latigazo, la papeleta electoral en sus manos”; “si voy a vivir veinticinco años más –y no hay una razón por qué no debería– creo que voy a llegar a ver a las mujeres sosteniendo una papeleta. Si las mujeres tuvieran el voto hoy en día, no existiría el deterioro que impera”. Asegura: “Si hoy todas las mujeres en esta ciudad pudieran votar, elegirían el alcalde en la próxima elección, y se levantarán en su poder y cambiarían el deplorable estado de las cosas que ahora tenemos”.

Hay una carta a su amigo el reverendo Joseph H. Twichell: “Progreso material y afán de dinero” (1905). Tras el “Querido Joe”, Twain comienza trayéndole un –así lo denomina– “refrán estúpido”: “Cuando un hombre es pesimista antes de los cuarenta y ocho, sabe demasiado; si es optimista después de esas edad, es que sabe muy poco”. Desdeñando las nociones de “constante progreso” y “la llegada del reino de Dios” (“yo y las Montañas Rocosas no viviremos para presenciar su llegada”) le señala una problemática urgente: “Toda Europa y toda América están trepando febrilmente detrás del dinero. El dinero es el ideal supremo, todo lo demás queda relegado al décimo puesto en gran parte de las naciones conocidas. La fiebre del dinero siempre ha existido, pero nunca antes en la historia había alcanzado el nivel de locura al que ha llegado en tu época y la mía. Tanta locura ha corrompido a esas naciones; las ha hecho duras, sórdidas, crueles, deshonestas, opresivas”.

“Oración de la guerra” (1905) pone en la picota la inhumanidad del acto guerrero, bajo la forma paródica al culto: “¡Oh, Señor, Padre Nuestro, nuestros jóvenes patriotas, ídolos de nuestros corazones, se dirigen a la batalla. ¡Permanece cerca de ellos! Con ellos, en espíritu, vamos nosotros, dejando atrás la dulce paz de nuestros hogares para aniquilar al enemigo. Oh, Señor, ayúdanos a hacer pedazos a sus soldados, convertirlos en despojos con nuestros disparos. Ayúdanos a cubrir sus campos con la palidez de sus patriotas muertos. Ayúdanos a ahogar el trueno de sus cañones con los chillidos de sus heridos, que se retuercen de dolor. Ayúdanos”.

“Vergonzosa persecución a un muchacho” (1870), “Los Estados Unidos del linchamiento” (1901), “Las islas Sándwich” (1873), cuando fue corresponsal para el Sacramento Union, y “Saludo al siglo XX”, aparecido en el New York Herald el 31 de diciembre de 1900, dan una idea desde los títulos de las urgencias y preocupaciones de Twain, defensor de las libertades individuales, opositor a la desigualdad y la discriminación, crítico denunciador de las manifestaciones y acciones del imperialismo y sus guerras. Sobre estas, hay varios textos analizando la Biblia –en letra y espíritu–, respecto a la crueldad de Dios y su arbitrariedad, las amenazas, represiones y todo el punitivismo de la sagrada escritura; su “simbolismo” en el Nuevo Testamento (“No hay nada en la historia –ni en toda su historia junta– que remotamente se acerque a la atrocidad de la invención del infierno”), y su complicidad fáctica, institucional, con los poderes de turno: “Nuestra religión es terrible. Las flotas del mundo podrían navegar con espaciosa comodidad en la sangre inocente que ha derramado”. Ayer como hoy, crisis, injusticias y matanzas ocurren, y movimientos “indignados” de toda especie surgen en numerosos países. Los escritos de Twain, a más de un siglo de escritos, todavía pueden ser muy inspiradores.