Un anciano va y viene por su hogar, un departamento amplio. Está solo y no sale nunca. Va de ambiente en ambiente, juega con su gato, se sirve una bebida (y otra, y otras más), busca discos que nunca pone, cocina, se asoma a las ventanas, revuelve los armarios y las bibliotecas, acomoda o desacomoda distintos objetos, se mira al espejo. La tele siempre está prendida, aunque nadie la mira. ¿Qué busca, qué quiere, qué ve? Únicamente camina, camina, camina y, sobre todo, habla: solo, por teléfono, por el portero eléctrico. ¿Con quién? Lee en voz alta cartas, libros, cuadernos de notas viejos, como si necesitara oírse. Sin embargo, como el árbol que cae en el bosque cuando nadie lo ve, si un hombre habla en su casa estando solo, ¿habló en realidad? Será que tal vez hablar equivale a burlar la soledad y entonces el sonido de la propia voz resonando en la casa vacía se convierte para ese hombre en una prueba de vida necesaria y urgente. Hablo, luego existo.
En No va más, su última película, codirigida por Mariana Califano y Hernán Hevia, Rafael Filippelli construye el retrato de un viejo atrapado en un encierro que es muchos encierros. Un hombre que al mismo tiempo se encuentra sometido a la soledad, a la propia vejez, al olvido, pero también a la memoria. Y si bien lo último podría representar una paradoja, la cosa se parece más a un círculo vicioso. “No me acuerdo de nada. Me olvidé de todo. Hace un minuto sabía lo que tenía que hacer, pero ya me olvidé. Hay veces que quisiera darme la cabeza contra la pared, pero no. No me voy a dar la cabeza contra la pared”, es lo primero que dice el hombre. Durante la escena (un plano secuencia de cinco minutos y medio) hace varias de las cosas enumeradas en el párrafo previo. Al final recita, íntegro, el texto del comienzo. Pero ¿es el personaje el que lo repite, víctima de esa memoria débil, o será que la película necesita que la cosa quede clara? No va más plantea interrogantes a los que no siempre se les encontrará respuesta.
Filippelli propone un juego especular: al ser él mismo quien interpreta al personaje, es posible caer en la tentación de confundir al drama con la realidad y documental con ficción. Pero incluso cuando algunos de sus textos pudieran haberse inspirado en hechos surgidos de la memoria del director, el relato que se articula a partir de ellos pertenece al orden de lo ficticio. Ese juego de espejos –que un par de planos secuencia trasladan de forma brillante a la puesta en escena, valiéndose de los reflejos en cuadros y ventanas— intenta ser usado por Filippelli para abrir el sentido de dichos textos. A pesar de la intención, muchos permanecen opacos y hasta se vuelve arduo hallar la conexión que los une, como si en lugar de hilar un sentido se tratara de los miembros dispersos de un cadáver exquisito. ¿Es uno el que falla en esa búsqueda o el guión se excede al confiar en que el sentido emergerá a pesar de todo? No importa: de todas formas fallar no es deshonroso, Filippelli lo sabe y su personaje lo dice. En voz alta.
Porque la película no solo está atravesada por el tema de la memoria y el olvido. También están presentes la espera, el tiempo (su abundancia o su escasez) y el fracaso como horizonte inevitable. “Existen dos clases de hombres: los fallidos y los desconocidos. En realidad debería decir los fallidos y los que no lo intentaron”, afirma el viejo. Está claro que el director no se coloca en el grupo de los cobardes ni en el de los indecisos: él es de los que “lo intentaron”. No una, muchas veces, y No va más tal vez sea, como su nombre lo indica, el último de sus esfuerzos. Un legado, un ajuste de cuentas, una despedida, un examen de conciencia, todo eso junto. A lo que no se parece es a un mea culpa. Y no está mal: Filippelli defiende su derecho a intentarlo (y con él, su derecho a fallar en ese intento) sin pedir permiso ni perdón. Morir en la suya, en su ley. Entonces no importa si alguna crítica termina diciendo que en el balance final No va más es una película fallida. Lo importante es que acá están: la película y la crítica.
No va más 6 puntos
Argentina, 2021
Dirección: Rafael Filipelli, Mariana Califano y Hernán Hevia
Guión: Beatriz Sarlo, Hernán Hevia y David Oubiña.
Duración: 63 minutos
Intérpretes: Rafael Filippelli.
Estreno: Disponible en la Sala Lugones del Teatro San Martín.