Antes de comenzar la recorrida exploratoria por el cementerio de Chacarita para pensar en qué lugar exacto de ese espacio monumental tenía que suceder cada una de las escenas de Nada de carne sobre nosotras, Analía Couceyro fue a visitar a su mamá, que está enterrada ahí. Lo mismo hicieron Susana Pampín y Rocío Domínguez, parte del elenco del site specific sobre cuentos de Mariana Enriquez dirigido por Couceyro. Para ninguna se trataba solamente de cumplir con un ritual personal o familiar. Había algo más: una suerte de pedido de permiso para hacer teatro ahí, rodeadas de tantas personas que ya no están.
Ese gesto inaugural resume de cierta forma la energía que sobrevuela Nada de carne sobre nosotras, que durante la inquietante hora y media de recorrido por el cementerio conecta con hilos muy sutiles la vida y la muerte o, mejor dicho, traza algunas hipótesis sobre cómo los vivos nos vinculamos con los muertos. Esa premisa puede rastrearse en la elección de los textos de Enriquez –un cuento diferente para cada uno de los actores del proyecto, que además de las tres actrices mencionadas incluye a Ariel Farace y a Lisandro Outeda–, tomados de las antologías Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego.
El público es guiado como en una procesión por diferentes puntos del cementerio. En cada estación, un personaje cuenta un suceso que cambió su historia para siempre, y todos estos sucesos están marcados por el recuerdo de alguien que murió, por alguien que desapareció o, al contrario, por alguna aparición. No queda del todo claro si los personajes que están ofreciendo sus relatos al público están vivos o son, ellos mismos, apariciones: esa decisión queda del lado de cada espectador. Lo que está claro es que estos personajes necesitan hablar, una y otra vez, sobre eso que les pasó, volver a narrar eso que aún los tiene en carne viva. “Cuando hice la primera selección de textos, me interesó que todos estuvieran escritos en primera persona. No es algo que siempre me parezca imprescindible cuando elijo textos literarios para trabajar escénicamente, pero en este caso era necesario que sus voces fuesen las que hablen de sí mismas, de sus historias”, cuenta Analía, que hace muchos años viene explorando los cruces posibles entre literatura y teatro, sobre todo en espacios no convencionales. A la adaptación de El rastro, sobre la novela homónima de Margo Glantz, y el recorrido performático a través del Museo Nacional de Bellas Artes basado en diversos textos de El nervio óptico (María Gainza), podríamos sumar Tanta mansedumbre, pensado para ser representado en distintos jardines e inspirado en la escritura de Clarice Lispector. Desde aquella obra pasaron veinte años, y ese interés por abrevar de la literatura permaneció inmutable en la actriz y directora. “Yo leo todo el tiempo, es una de mis actividades cotidianas y favoritas. Y cuando leo, lo hago pensando que esos textos podrían ser representados, me imagino los universos posibles que se pueden abrir, dónde podrían transcurrir”.
Así también –sucesos más, sucesos menos– fue el procedimiento de creación de Nada de carne sobre nosotras. Rocío y Lisandro le propusieron a Analía trabajar con textos de Enriquez y casi enseguida el cementerio de Chacarita surgió como un espacio que podía dialogar muy bien con el universo de la autora. La idea de basarse en textos de Alguien camina sobre tu tumba, donde la escritora se pasea y pasea a sus lectores por cementerios de todo el mundo, fue descartada más bien rápido. Mucho más interesante para Analía y el grupo resultaba abrir un diálogo menos directo y más ficcional con el lugar. Cuando finalmente fue a ver dónde podían transcurrir esos cuentos transformados en monólogos, quedó estupefacta: no recordaba tan nítidamente la construcción brutalista erigida detrás del sector de lápidas y mausoleos. Esa construcción –a cargo de una de las primeras arquitectas mujeres de la Argentina, Ítala Fulvia Villa– resultó ser un escenario perfecto para la pieza, con sus escaleras imponentes, sus larguísimos pasillos subterráneos y los múltiples niveles visuales que ofrece, que también se convierten en una metáfora de la vida y la muerte, de la realidad y la ficción. Para adentrarse en el mundo que propone la obra, entonces, los visitantes también deben bajar a ese lugar que está literalmente bajo tierra. “El espacio hace que sucedan cosas muy particulares y distintas cada vez, hace que la experiencia sea muy mutante. La zona a la que vamos está elegida entre otras cosas porque ahí hay muchos nichos antiguos, porque no hay tanto movimiento. Nos era fundamental no interceder con el movimiento del lugar, invadir lo menos posible. Pero en uno de los últimos ensayos nos cruzamos con un féretro que estaba bajando hacia el lugar donde íbamos a hacer la función: estaba llegando una persona nueva. Y esa posibilidad está siempre flotando en el trabajo”.
Ese diálogo con el espacio y con su uso cotidiano también exigía, dice Analía, cierta modestia. Por empezar, para la directora era importante elegir cuentos que no fuesen “truculentos para el público”. En la edición de los textos, una de sus instancias favoritas cuando adapta literatura, se enfocó en dos cuestiones que le resultaban fundamentales. Por un lado, jerarquizó los diálogos que aparecen en los cuentos, para que todos los monólogos estuviesen nutridos también de otras voces, no solo las de los protagonistas del relato. También reforzó su intención de eliminar las escenas que pudieran resultar especialmente tenebrosas. “Desde la actuación, finalmente, también intentamos ir en la misma línea: todas las escenas donde hay menciones a huesos, sangre, ese tipo de talles, son enunciadas de forma muy sutil. Lo importante para mí era que en la experiencia pasara más a primer plano algo emocional, algo de lo inquietante. Eso más que el terror explícito. El tono tenía que eludir a toda costa la cosa gritada o salpicada. Algo del miedo de los cuentos se manifiesta igual. Está ahí, como latente”.
Nada de carne sobre nosotras hará funciones en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) el 25 de febrero y el 2, 3 y 4 de marzo. Las entradas son gratuitas y se adquieren dos días antes de cada función, desde las 14, a través de la Web de Vivamos Cultura: vivamoscultura.buenosaires.gob.ar