Tengo un amigo coleccionista que tiene más de diez estantes repletos de juguetes de los años 70 y 80, incluso algunos mucho más antiguos, como un Pato Donald de plástico todo despintado. Compra todo tipo de chiches viejos, podés encontrar desde un Anteojito y un tío Antifaz de goma, un Pinocho articulado de madera, un mono marioneta de los que vendían en la puerta del zoológico, un vasito de plástico que se abre y se cierra, un tiki taka, y hasta tiene de esos juguetes caros que nunca pude tener. Como el Cine Graf, un pequeño proyector de lata con el que podías proyectar diapositivas en una pared. Estando un rato en ese lugar, te remontabas a tu niñez y notabas perfectamente la diferencia de quiénes de tus amigos eran “los niños ricos que tenían tristeza” como decían en la campaña de Menem y por supuesto, quiénes éramos los otros. En mi cuadra, solo uno de los que conocí pudo tener el Cine Graf y un Scalextric.

Me acuerdo que le pregunté a mi amigo dueño de tantas reliquias: ¿Cuál es la gracia de tener una colección de algo?, su respuesta fue precisa y contundente: “que yo lo tenga y vos no”. Sonó un poco pedante y de mala leche, pero realmente es lo que sentía y lo que deben sentir muchas personas que coleccionan cosas, desde estampillas hasta monedas antiguas. Y ahí nomás, me vino un recuerdo de mi infancia, porque yo alguna vez coleccioné marquillas de cigarrillos. Horas y horas caminando por la General Paz, cuando sus costados tenían más verde y muchos más árboles, junto a dos amigos agarrando las marquillas de fasos que había en el piso. Había veces que nos íbamos desde Villa Real hasta Mataderos caminando. Por supuesto estamos hablando de un tiempo en que la gente fumaba mucho más. En la tele brotaban las publicidades de puchos, y todavía lejos de las fotos de un hombre con tubos de oxígeno diciendo que FUMAR ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD en el dorso del paquete. Otra época.

Pero para los chicos que no pudimos tener el Cine Graf ni otro juguete caro, era algo divertido; juntábamos marquillas de muchas marcas y las metíamos en alguna caja de zapatos. La misma caja que encontré una vez en la casa donde vivía con mi vieja y en medio de la nostalgia, empecé a ver la cantidad de marcas que ya no existen más, o si existe alguna, no es común verlas en los kioscos. Por ejemplo, los cigarrillos Kent, Colorado, Lark, Gold Leaf, John Player Special, Hilton, Jockey Club mentolados, Via Apia, Dunhill, Belmont, Conway (esos alguna vez los fumé), Colt, realmente tenía muchas. En ese momento me acordé de lo que decía mi amigo el coleccionista, de poseer algo uno y otro no, porque entre las marquillas encontré una caja de LM Primavera; en la foto del paquete se podía ver un paisaje repleto de árboles floreados, y era mi tesoro más preciado. De todos los que juntábamos yo era el único que la tenía.

Cuando volvíamos al barrio con nuestros tesoros, Don León, un vecino que siempre estaba sentado y tosiendo en la vereda nos decía: “dejen de juntar esa basura, pibes…van a terminar fumando como yo y con los pulmones hechos polvo”. Por supuesto que nosotros con diez años, y no siendo fumadores, mucha bola no le dábamos. Para nosotros la felicidad era llegar a casa, empezar a sacarlas, y si había alguna repetida se la cambiábamos a alguno de los otros chicos. Siempre me acuerdo el día que encontré los LM Primavera, fue en una Plaza de Versailles y ese día fui la envidia del grupo, incluso uno me quiso dar las veinte marquillas que él había juntado y por supuesto que la respuesta fue que NO.

Pero me acuerdo bien de ese día, porque mi felicidad se tiñó de tristeza cuando llegué a casa y mi mamá estaba llorando a mares, era porque le habían afanado el monedero y con la poca guita que teníamos para llegar a fin de mes, la feliz primavera estaba solo en la foto del atado.

Aunque también hubo otro día bastante triste. Salí en busca de mis compinches para ir a la aventura de nuestro hobby, y al doblar la esquina, me lo encuentro a Eduardo, uno de mis amigos también coleccionista, muy bajoneado, casi llorando, sentado en el cordón de la vereda de su casa.

--¿Qué te pasa Edu? --le dije sentándome a su lado

--Mi papá --me dice con los ojos llenos de lágrimas

--¿Qué pasó con tu viejo?

--Traje notas muy bajas en el cole, Y me quemó todas las marquillas de cigarrillos --me dice haciendo pucheros

--¿¿¿¡¡¡Nooooo…Todas!!!??? --le pregunté sorprendido

--Si…no me quedó ni una --me respondió muy triste.

Nos quedamos los dos pensativos y haciendo un silencio de duelo. Me partía el alma y me imaginaba a su padre, un tipo bastante jodido de por sí, como si fuera uno de los bomberos de Fahrenheit 451 quemándoselas.

--Escuchá - -le dije con la mano en su hombro-- ¡En casa tengo muchas repetidas…si querés te las doy! ¡En serio…debo tener unas treinta!

--No, no…dejá…te agradezco, pero no…tengo miedo que me las vuelva a prender fuego – me dijo y se metió derrotado en su casa.

Hoy, después de tantos años, en mi vida ya no están ni este pibe Eduardo, ni mi vieja y ni las marquillas, por supuesto. Anda a saber adónde fueron a parar después de tantas mudanzas. De vez en cuando, paso por algún kiosco grande y me fijo si hay alguna marca de esa época; una vez en un Kiosco de Almagro tenían varios de la marca Saratoga. Era cómico pero el tipo que lo atendía tenía un aire al rubio de Camel, aquella publicidad de los '70. Vaya a saber de cuándo le habían quedado esos paquetes; invadido por los recuerdos casi compro un atado, pero mejor seguí caminando y al final no lo hice, me acordé de las palabras de Don León y de su tos, que todavía suena en mi cabeza. Y hace tiempo que quiero dejar el cigarrillo.