Me pasé el verano yendo cada noche a una plaza cercana a escuchar bandas de pibes muy jóvenes. Eran espectáculos gratis, a veces amateurs, así que no se podía exigir demasiado en lo artístico, pero aun así, la variopinta oferta contenía alguna que otra perla y sobre todo material para pensar.
La pibada cantaba canciones de amor, de vida, de dudas pero también de protesta. Porque no hubo una sola banda que no cantara su canción en contra de la política o del sistema o como se llame. Era la misma política que les estaba pagando por tocar y les daba la oportunidad de actuar masivamente, pero ese es otro tema.
Lo que importa ahora es que esas canciones de protesta iban dirigidas a los que hablan de más, a los que prometen sin saber si podrán cumplir, a los que mienten, claro, y a los que se pelean, a los que mandan y a los que construyeron esta “mierda”. Es decir: dirigida a nosotros. En todo caso a nuestra generación como constructores de este mundo, de esta realidad.
No les niego algo de razón. Es verdad también que mientras estos chicos cantan su canción contra los “charlatanes”, contra nosotros, hay otros que militan, pintan escuelas, y creen que si hay que cambiar algo hay que hacerlo desde la política o desde lo social, etc.
Pero esta parte (no menor) de esta generación está en otra, galvanizada a todas nuestras “batallas culturales”. Les importa un carajo la consigna peronismo-antiperonismo. O entender que hay una grieta entre lo nacional y popular versus el entreguismo.
Para esta pibada, la política, sus constructores, sus defensores, sus diagnósticos y sus libros, son parte del problema. Es lo que nos trajo acá, a esta “probeta”, como rapeó muy bien una piba. Incluso me animaría a decir que votar es parte del problema, porque en algún rincón anida la idea de que “todos son lo mismo”. Todos somos charlatanes o parte de la cohorte de los charlatanes.
¿Contra qué nos rebelábamos nosotros a esa edad? Más o menos contra lo mismo, pero creo que nosotros teníamos la certeza de no había que romper nada, sino más bien reconstruir. Reconstruir el país (aunque no lo dijéramos así) de los desastres causados por la dictadura. El enemigo estaba bien visible, y en la vereda de enfrente.
Y, además teníamos el sueño de la revolución, que en ocasiones se volvió pesadilla. Pero, como diría un poeta cuyo nombre ahora no importa, era una utopía que al menos servía para caminar. Estas luchas tenían además un enorme marco teórico que crecía día a día, y que nos llevaba a leer mucho, a ver mucho cine, a polemizar mucho y a participar mucho.
Estábamos intentando (re) construir el mundo que habitaríamos en el futuro. Hicimos lo que pudimos. Pero aparentemente no fue suficiente, porque ese mundo que construimos, este mundo que habitamos, no contiene a esta pibada.
Pero el nuestro era un sueño colectivo. Un mundo mejor para todos. Esta pibada tiene un sueño más bien individual, o en todo caso generacional. La queja apunta al yo. Al ombligo de cada uno y de los que son como ellos. No a los pobres, a los desposeídos.
Nosotros queríamos entrar a pelear. Ellos buscan huir (a veces simbólicamente, a veces realmente, y así lo cantan), a las sierras, a la playa, lejos de las marcas de esta modernidad aplastante, a hacer la quinta agroecológica, vivir de la caza y de la pesca, y no escucharnos más hablar.
No importa si esa queja o rebelión en ciernes está sostenida por un romanticismo inocente que lleva a creer que hacer una huerta orgánica en el patio es combatir el consumismo. Existe, y es lo que importa. El enemigo somos imprecisamente nosotros, los que hicimos esta “mierda”.
Pero esta “mierda”, o sea nosotros, tenía en claro quién era el enemigo. Nunca los pudimos derrotar, es verdad, pero al menos no les regalamos nada. Esta pibada perdió de vista al enemigo. Son productos del vaciamiento paulatino de las ideologías y cantan imitando los códigos lingüísticos de Miami sin ver ahí una marca colonial. Porque no ven al capitalismo como generador de desigualdades. La culpa no es solamente de ellos, claro, porque ese enemigo se ha escondido detrás de eslóganes y agendas de minorías que complica cualquier lectura.
Ahora, el enemigo son los conservantes, las actividades que supuestamente van a destruir el planeta y el siempre omnipresente y resbaloso patriarcado al que se le puede colgar todos los sayos sin que se queje ni le chingue mucho.
¿Qué se puede hacer desde la política para resolver esto? Creo que alguien ha visto esto, como lo vi yo, y es por eso que en estos eventos se sacrifican muchas pretensiones artísticas (a veces todas) y se programan grupos pertenecientes a “la pibada”. Alguien ha entendido que una forma de contenerlos, de hacerlos “entrar” a esta realidad, de no dejarlos afuera de este mundo de mierda, que por ahora es lo que hay.
¿Sirve? No lo sé. Se verá en el futuro. Pero algo es algo.
Si se quiere, es simpático. Nada más común que pibes incómodos con la realidad. El problema es que estos chicos son carne de cañón de los discursos antisistema, que solo tienen que copiar las palabras de decepción, agregarle énfasis y replicarlo por televisión y las redes. Acá no se sabe cuál es el huevo y cuál la gallina. Si primero fue el discurso antisistema o los antisistema vieron campo orégano con esta rebelión y lo aprovecharon.
Ahora la mesa está servida. Hay un cambio en construcción (qué novedad, Chiabrando), que no tiene freno. Y que apunta al desmoronamiento de las bases sociales: la familia, las instituciones, los libros y mucho más.
¿Qué quedará en pie? Las redes sociales. Los súper ricos. Una derecha fascistoide que volvió sin vergüenza ni haciéndose cargo de nada. Nosotros, tratando de arreglar las cosas a los manotazos y atándolas con alambre. Y la desigualdad aplastante que impera en el mundo. Desigualdad que ya nadie combatirá porque de a poco está saliendo de agenda.
Es cuestión de tiempo. ¿Está mal? ¿No es bueno un mundo nuevo? Sí, claro. Pero quién se va a beneficiar. ¿Los pobres, los desterrados? ¿O los mismos de siempre?
En lo generacional, de esta rebelión seremos un poco espectadores, como yo lo era de los espectáculos que daban en esa plaza, aunque voy a confesar que me bailé un rap, lo filmé y se lo mandé a mis hijos para que vean el padre cool que tienen. ¡Empardame ésta!