A Martín Oliver no le gusta mucho hablar sobre lo que paga sus facturas. Alguna vez intentó que ese rol lo ocupara la música, pero necesitó encontrar otra cosa que le sacara todo ese peso a su pasión: entonces montó una empresa de realidad aumentada. "Una cosa descomprime a la otra", asegura el músico que este sábado a las 21 presentará en La Tangente su último disco, Cómo crear monstruos. "Hoy ambos emprendimientos conviven muy bien, lo que me generó tranquilidad porque se me estaba haciendo tóxica mi relación con la música."
--¿Cuál de las dos es tu vocación?
--Mi vocación es la música, sin duda. Es loco cómo se fue dando todo. Quise separar las dos cosas para seguir haciendo música, pero a principios de la pandemia se me terminaron mezclando. Por más que trabaje para que eso suceda, circunscribir la búsqueda artística a un fin comercial no tenía que ver con lo que para mí es la música. Me salvó la vida, pero pretender monetizarla me llevó a un lugar oscuro.
--¿Por qué decís que te salvó la vida?
--Surgió como una necesidad de expresar algo que evidentemente no podía manifestar en mi vida. Por eso digo que me salvó la vida. Por cómo soy, nunca voy a hacer las cosas fáciles para descomprimirme. Me gusta buscarle mi vuelta a las cosas.
--¿Cuándo perdiste la brújula?
--Con el segundo disco busqué una entrada más comercial. Eso me llevó a algo más borroso. Pero con este tercero volví a conectar con lo que me pasa cuando hago música. Volví a hacerla para mí, y ahora cada canción es una experiencia diferente. Investigo, experimento, le doy bola a la letra y termina siendo un microuniverso. Mi camino en la música es decir lo que para mí es sincero y me representa. El resto es palabrerío.
► La canción reencontrada
Afín a la consigna del pop rock, cada disco de Martín es una experiencia sonora única. Perdido día gris (2015), su álbum debut, apuntaba al folk y al jazz. Psicosis radio (2018) es un ejercicio de pop pomposo, quizá demasiado ambicioso para una secuela. En tanto que esta tercera producción, lanzada en octubre, reincide en el pop pero desde una perspectiva más urbana y hasta terrenal. "Es un poco más clásico, aunque con mi impronta", reconoce. "Con menos intento hacer más."
--¿Qué es algo "clásico" para vos?
--Me refiero a la canción clásica. En el segundo disco, las armonías y los puentes son más raros. Mientras que Cómo crear monstruos tiene una búsqueda más tradicional, desde lo popular. A veces no hay lógica en lo musical: como artista, te quedás pensando y dando vueltas en cosas que son giladas. Lo importante es seguir haciendo música, y que pase lo que tenga que pasar. Desde hace dos años, ése es mi objetivo con la música: hacer sin pensar. Y la forma en que lo puede interpretar el resto, es algo que no controlo.
--Es tu disco más monstruoso. El título alude a eso, ¿no?
--Lo es y a la vez no. Yo lo interpreto como un disco bastante íntimo. Me animé a hablar de cosas que me costaba decir. Fue un proceso de maduración poder hacerlo, porque trata sobre mi historia, por más que no esté reflejado literalmente en las letras. Para mí fue un paso adelante poner al frente el mensaje y lo que quería decir. A diferencia del segundo disco, que es más poético-freak, y tiene una poesía menos accesible y más escondida.
Martín tomó el nombre del disco de la canción homónima, que es una de las siete del repertorio. A propósito de su proceso creativo, el músico, al mejor estilo de Mary Shelley (autora de Frankenstein), explica cómo crearía un monstruo. "Es como un juego de significados", versa. "Esos monstruos a los que me refiero son los internos, los de la personalidad. La idea la tomé de otro libro, El año del verano que nunca llegó, de William Ospina. Ahí explica cómo la humanidad inventa monstruos para enfrentar sus miedos, y cómo esa noción cambia."
--Y tus miedos, ¿a qué suenan?
--Suenan a nostalgia, con el color que sea.
Si bien forma parte de la avanzada de solistas que surgió en la década pasada, Martín es un caso de la escena local que irrumpió sin tener un proyecto que lo precediera. "Fui solista porque empecé de grande", justifica. "Mis amigos que estaban en la música ya eran bastante capos, y nadie quería tocar conmigo."
En esa construcción aparece la referencia de Fito Páez. "Es un artista al que admiro mucho, cuatro o cinco discos suyos son fundamentales", dice. Y de hecho el tema que titula el disco de Oliver está atravesado por Giros, de Páez. "Recontra cierto. Si bien la mayoría de los grandes de acá me encantan, creo que Cerati y Fito son los que me conmueven. Pienso que Al lado del camino es mi canción preferida del mundo. No es muy compleja, pero cada vez que la escucho me dan ganas de llorar.
--Como solista, ¿cómo se encaja hoy en una escena?
--Hace algunos años que no estoy solo. Tengo a mi banda, y a veces va rotando la gente que está conmigo, según el proyecto. Intenté dejar de encajar en cualquier escena, solo por el hecho de encajar. Yo quiero hacer música, y hacerlo de la forma más sensible posible. Sin buscar agradarle a alguien. Esas cosas naturalmente se dan o no.