Entre 1939 y 1944, Julio Florencio Cortázar (1914-1984) vivió en Chivilcoy donde dictó clases de Historia, Geografía e Instrucción Cívica en la Escuela Normal Nacional Mixta “Domingo Faustino Sarmiento” de esa ciudad. Recibido en Buenos Aires de Maestro Normal Nacional y luego de Profesor Normal en Letras, antes de llegar a Chivilcoy ejerció la docencia en escuelas de Azul y Bolívar. Era muy joven y durante esos años escribió poemas y narraciones donde se leen los temas y los rasgos de una escritura particular e insuperable. Y en esa ciudad del oeste de la provincia de Buenos Aires conoció a un amigo entrañable, profesor de literatura como él, el poeta jujeño Domingo Zerpa, como lo consigna el periodista y escritor Gaspar Astarita en su libro Cortázar en Chivilcoy de 1997.

Domingo Zerpa había nacido en Runtuyoc, Abra Pampa, Jujuy en 1909, nombrada primeramente como La Siberia Argentina por su alejamiento de las ciudades y su paisaje desértico. Zerpa era cinco años mayor que Cortázar y ejercía la docencia en la misma Escuela Normal Nacional “Domingo Faustino Sarmiento” y el Colegio Nacional “Juan José Hernández” de Chivilcoy. Allí, una amistad fraterna surgió entre ellos.

Caminaron por las calles de la ciudad. Pellegrini al 100, en la cual se situaba la pensión Varzilio de doña Micaela Diez de Varzilio, donde vivieron, por Güemes, Yrigoyen, Rivadavia, por Plaza España, frente al edificio de la Escuela Normal, lugar que inspirara a Cortázar algunos poemas. Alternaron con el cineasta Ignacio Tankel (Cortázar escribió con él el guión para la película “La sombra del pasado”, uno de los films de Tankel, estrenado en el cine Metropol de Chivilcoy), participaron de la vida cultural de la ciudad con conferencias, artículos y notas en diarios y periódicos. Cortázar también acompañó a Zerpa cuando éste recitó sus poemas collas y comprometidos en el Café Tortoni de Buenos Aires.

En 1944 Julio se trasladó a Mendoza ya que había sido nombrado profesor de Literatura Francesa en la Universidad Nacional de Cuyo. Domingo Zerpa permaneció en Chivilcoy durante 30 años (desde 1935 a 1965), se casó y siguió en esa ciudad siempre como profesor de literatura, al tiempo que escribiendo notables poemas que evocan la puna jujeña, ese espacio que lo viera nacer y en el cual vivió su infancia y juventud. Recordemos sus célebres poemarios como Puya-Puyas y Erques y cajas. Versos de un indio, este último prologado por Julio Cortázar, con el pseudónimo de Julio Denis, el mismo con el que firmara su primer libro de poemas: Presencia en 1938.

 Domingo Zerpa es muy recordado en Chivilcoy por sus ex alumnos, escritores y amigos. La ciudad bautizó en 2006 a una de sus calles con su nombre y la Escuela Normal canta el himno que él escribiera con música de Pascual Antonio Grisolía. Zerpa retornó a Jujuy y siguió enriqueciendo el ámbito pedagógico y literario. Sobrevivió a su amigo Julio, falleciendo en esa ciudad hacia 1999 con 90 años.

La Plaza España, con sus mayólicas que representan escenas de Don Quijote de la Mancha es el ámbito de algunos de los poemas juveniles de Julio Cortázar. Algunos de ellos, como “Plaza España, contigo” o “Distraída”, están dedicados, según los historiadores y cronistas de Chivilcoy a una novia de la juventud, alumna de la Escuela Normal, Nelly Mabel Martín.

Plaza España, contigo.

El sol de octubre besa/los mosaicos dormidos, /en matinales nidos/la mañana está presa.

Canta la primavera/con cada flor que asoma/prometiendo el aroma/de su amor y su espera.

(¿Sabes por qué la rosa/perfuma su contorno?/Porque aguarda el retorno/de alguna mariposa.

La vida es esperar/y esperar es la muerte: /santa, la flor que vierte/su pena en perfumar.)

Asombro del poeta ante la serena belleza de la flor que perfuma el aire y el retorno de alguna mariposa, símbolo de lo frágil y efímero… Un tema cercano al Carpe Diem de los poetas españoles del Siglo de Oro, dicho desde la cadencia de una cuidadosa rima.

En el poema “Distraída”, leemos:

Tú, en misteriosas hiedras adentrada/con el atardecer por compañía/y una gacela de agua en la mirada,/ ya más próxima al árbol y a la ría/ por sola, por herida, por pausada/amapola tronchada a mi alegría,/sumida en las de fuentes, olvidada/del que sí olvidado te quería/junto al ya ausente día constelada./Felicidad de tu melancolía/por sola, por herida y agotada/sin tañer de ti misma más que el día/en el olvido de saberse amada.

Otra hora del día en la referencia poética: ahora es el atardecer y junto a él la melancolía en una instancia casi idílica, el poeta se acerca a la herida del amor y el olvido.

Domingo Zerpa cantará a su Runtuyoc natal, en Abra Pampa, desde la mixtura quechua y castellana. Nunca abandonará a Runtuyoc y lo recuperará siempre en sus versos. Por otra parte, hay en Zerpa una marcada denuncia social. El crítico y estudioso Carlos Rafael Giordano lo considera como a uno de los nombres más importantes de la poesía social argentina, junto a Luis Franco, Raúl González Tuñón, José Pedroni, Álvaro Yunque, César Tiempo, Manuel J. Castilla y Raúl Galán. Recordemos poemas como “Los arriendos”, “Qué será Tatita”, “¡Juira juira!”, “Malhaya”, dichos desde el habla andina. Evoca a los pastores del cerro con sus cabras y vicuñas, a la tierra y al mito y, a la vez, reprocha la intromisión de una cultura explotadora y depredadora. Como un Virgilio andino, Zerpa poetiza a los rebaños, a la montaña, a los pastores…

Juira juira! Sopla el viento en las quebradas/…y las llamas…/ las llamitas enfloradas,/ siguen, siguen al compás de los cencerros./

-Pachamama, santa tierra, Pachamama/ de la Puna: yo te juro ser tu esclavo, /si es que suben mis burritos y mis llamas/sin cansarse ni gotita /el cerro bravo. /

-Pachamama es todo el grito de la raza/ que se extingue poco a poco en la colina /mientras queda sólo el eco del que pasa/ con la eterna voz del Inca:- ¡Juira juira!, ¡Juira juira!

Retorna el poeta a su origen y a través de los endecasílabos de un soneto que demuestra la mixtura y la hibridez cultural, abraza su identidad campesina y latinoamericana:

Aquí vivió mi madre campesina/aquí, mi padre labrador y arriero. /Sencillamente, todo lo que quiero/ aquí dejó su gota cristalina.

Volver a la madre tierra, al ámbito del padre labrador y arriero, identidad definitiva, la identidad que su hermano Julio, encontró en París, en Cuba, en toda América, en el mundo, en suma, en la literatura, esa patria universal sin tiempo y sin espacio.

Polémica

En una carta dirigida al presidente de Casa de las Américas de Cuba, Roberto Fernández Retamar, en 1967, y publicada en el número 45 de la Revista Casa de las Américas, Cortázar se asume como latinoamericano y argentino pero con una perspectiva cosmopolita: afirma que él podía escribir sobre América Latina mucho mejor desde París o Roma que desde la misma Argentina. Esta posición produjo la reacción de los defensores de la identidad latinoamericana y de las corrientes de la literatura indigenista, encabezados por el peruano José María Arguedas. Se entabló entonces una disputa que duró un par de años (1967-1969) entre los dos escritores. Desgraciadamente, la aguda depresión y melancolía del autor de Los ríos profundos y Todas las sangres culminó con su suicidio en diciembre de 1969, lo que causó gran pesadumbre en Julio Cortázar. Si bien es cierto que la dialéctica de la historia de la literatura y la realidad social han superado (no totalmente) la problemática que enfrentó a ambos creadores, creemos que las raíces latinoamericanas de Julio Cortázar (su abuela paterna era Carmen Arias Rengel y Tejada, salteña, y su padre Julio José Cortázar había nacido en Salta) tan profundas como las de Arguedas que pertenecía a viejas familias criollas del Perú, explicarían en gran medida el acercamiento del autor de Rayuela a la Revolución Cubana, a su compromiso con América Latina y con los movimientos de liberación del continente.

Por otra parte, la fraterna amistad con Domingo Zerpa, el hijo de esa laguna quechua, Runtoyoc, en esa Chivilcoy con nombre mapuche y recuerdo de malones y fortines, como el de Junín, donde había militado el coronel Francisco Borges, abuelo de Jorge Luis Borges y relacionado con la abuela y la madre de Eva Duarte, no podían alejarlo demasiado de lo latinoamericano, eso que encuentra y reencuentra en el cuento “El sueño boca arriba”.

Tejidos y bombones, el deseo femenino 

Julio Cortázar escribió en Chivilcoy (y ambientados allí), cuentos donde se describen mundos femeninos encerrados en misteriosas moradas. Las protagonistas son mujeres enigmáticas. Sí, enigma, ésa es la palabra que surge de esos sombríos escenarios. Sus títulos: “Llama el teléfono, Delia”, “Bruja”, “Distante espejo” y el más famoso: “Casa tomada”, que se publicara en 1946 en la revista “Anales de Buenos Aires”, dirigida por Jorge Luis Borges, y luego en el libro Bestiario de 1951.

En esos primeros cuentos está el mundo narrativo de Cortázar: las fobias, el doble, la casa, el hogar protector y los animalitos domésticos que se tornan siniestros, las mujeres y sus papeles de damas y, a menudo, de hechiceras; el género fantástico en suma. Después su escritura lo llevó hacia lo social; pero lo extraño y lo maravilloso siempre se mantuvieron en ella.

Se llama también Delia, como la protagonista de “Circe”, el personaje principal del cuento “Llama el teléfono, Delia”, escrito en Chivilcoy y que narra el llamado desesperado de un hombre que ha abandonado el hogar y pide perdón (¿reminiscencia de la historia personal de Cortázar?). Desde ese fantasmal y tenso diálogo surge la pregunta incontestable de la vida humana y su sentido. Es un diálogo con “eso” indecible, con ese territorio situado en un más allá (¿la muerte?), desde donde la comunicación llega con otra cronología o sin cronología. Los poetas lo saben. Por eso este cuento navega entre lo poético y lo dramático por lo contundente del diálogo. “Llama el teléfono, Delia” es un verdadero poema que alude a la vida paralela de un hombre, vida incomprensible para la esposa y madre que es Delia.

La señora Emilia, en el cuento “Distante espejo”, es una amable profesora de idiomas, colega del profesor Julio en la Escuela Normal de Chivilcoy y lo recibe con la cortesía digna de la encumbrada dama que es, en su elegante casa, con salones con obras de arte, fina vajilla y cuidada tapicería. La señora Emilia evoca la figura materna. Lo mismo que la dueña de la pensión, doña Micaela Diez de Varzilio, que el narrador-Cortázar nombra en el cuento. Estrategia narrativa (como en Borges): esos complejos hombres son y no son Julio Cortázar como el narrador-protagonista es y no es el mismo pues ha atravesado lo fantasmal y boga en la indefinición del instante, del no ser, ¿del delirio? Cuento digno de Edgar Allan Poe y de Oscar Wilde.

Como Irene en “Casa tomada” o Paula en “Bruja”, varios de los personajes femeninos de las ficciones cortazarianas son hábiles tejedoras de infinitos vestidos, suéteres, guantes, bufandas, medias, chales, sueños, manteles, carpetas, visillos, almohadones y también fábulas, engaños y mentiras. Tejen las Moiras, Penélope, Ariadna, Aracne, dispuestas a dar cuenta del cosmos con sus agujas y sus puntos. Tejer, tejer, para toda la eternidad, entramar, entrelazar, como lo hace el poeta con las palabras.

El personaje de Paula, protagonista de “Bruja”, conmueve por su mezcla de inocencia y poder. Es poderosa a pesar de ella. Apenas lo descubre cuando puede crear una mosca en el plato, desde los deseos de su mente para evitar tomar la sopa. Y luego prosigue en la creación de sus sueños: una muñeca a la que otorga vida y que ella matará (la culpa intrusa). Bombones (como la Delia de “Circe”), siempre los bombones en el deseo femenino y luego la casa: con jardín y bohardilla y cristalerías y alfombrados, con muebles victorianos o franceses, con cuadros bellamente enmarcados y espejos dorados y por último (¿lo último?) un marido o un amante distinguido que la acompañe durante toda la vida. Paula logra esos deseos, deseos femeninos que Cortázar creyó descubrir en un tipo de mujer: la mujer burguesa de esos años 40 y 50, modelo de madre, esposa, hija y hermana. Vendrán luego las mujeres emancipadas, las jóvenes rebeldes de los 60 y 70 a las que él admirará y retratará en ese otro personaje extraordinario que es la Maga, en su Rayuela, la chica emancipada que acompaña a Horacio Oliveira mientras él sueña con el jazz y la literatura, siempre en París o en Buenos Aires. ¿La Maga no es acaso Paula, la hechicera deseante y tristemente poderosa? Porque aquí Cortázar llega al punto crucial de lo femenino ¿Qué quiere una mujer?, ¿Qué desea una mujer? Y ¿Qué cubre con su cuerpo una mujer?, ¿Lo real?, ¿Qué escribe con su cuerpo una mujer?, ¿Maternidad?, ¿Placer?, ¿Goce? Empuje a la mujer. La literatura lo demuestra. Basta de fórmulas y cánones, de reglas y medidas y previsible orden sintáctico y semántico, de géneros preclaros, relato sin relato, poesía, luces y oscuridades al mismo tiempo como un tejido mal o muy bien hecho, que se pondera o se desecha. Julio Cortázar lo encontró.

La noche boca arriba 

En este famoso cuento de Final del juego de 1955, Julio Cortázar elige a un otro que le devuelve desde el espejo posible algo que permanecía oculto: un origen, un fraterno origen, un fantasma que es él mismo en la noche de la historia de las culturas pre-hispánicas, un otro del mundo moteca y azteca, un predecesor de la guerra florida, de la guerra de tribus, que retorna como pesadilla en un instante fronterizo y crítico, momento en que se atraviesa un umbral. En “La noche boca arriba”, Julio Cortázar enuncia las raíces primeras de un árbol genealógico que lo emparienta con la lejana América precolombina, la de los hombres de bronce y las aldeas de piedra, de las selvas y los jaguares, la América Profunda, la que vuelve a su escritura en forma de pesadilla y relato, raíces que denuncian las conversaciones, encuentros y desencuentros entre indígenas y españoles, allá, en los siglos que conformaron el mestizaje.

Son sus ríos profundos, como los de José María Arguedas, los que quiso olvidar pero que tornaron torrentosos en la escritura de “La noche boca arriba”, cuando el personaje presiente y siente la muerte, o cruza la barrera para ser el que es, cuando atraviesa el fantasma de lo que cree ser. “La noche boca arriba” son los pasos perdidos de Julio Cortázar, quien, al fin, puede entrever en el sueño (o la pesadilla) de la creación su identidad latinoamericana, la que José María Arguedas alguna vez le señalara. Y que, en su lejana juventud, en Chivilcoy, había hallado en el fraterno abrazo de Domingo Zerpa.

*Liliana Bellone: Escritora y crítica literaria. Premio Casa de las Américas de Cuba 1993.