Martín Buscaglia está recién llegado de la rambla de Atlántida, en la costa uruguaya. Acaba de pasar música en un parador de la playa, “un nuevo kiosco que se armó a pedido del público en pandemia”, bromea el cantante, compositor y productor uruguayo. “Es escuchar música, básicamente. Y yo disfruto horrores, es como un concierto pero no tengo ni que hablar y puedo elegir un repertorio muchísimo más amplio que el mío propio”, dice este melómano y autor clave de la canción rioplatense de los últimos años.

Después de un par de cancelaciones por la emergencia sanitaria y asuntos personales –su madre, la reconocida actriz y compositora Nancy Guguich, falleció a fines del año pasado-, Buscaglia presentará finalmente en la Argentina su notable último disco, Basta de música (2020, Los Años Luz). Lo hará en Buenos Aires (jueves 3 y viernes 4 de marzo a las 20 en La Tangente, Honduras 5317), La Plata (sábado 5 a las 20 en Casa Cultural C’est La Vie) y Rosario (domingo 6 a las 20 en Distrito 7), con Toto Yulele y Paul Higgs como teloneros.

“Puedo ir desde un lugar a otro sin paradas intermedias, desde rarezas de Surinam hasta Julio Iglesias”, dice Buscaglia sobre su faceta de DJ, pero también en relación a la experiencia como conductor y creador del programa radial La casa del transformador, que realiza hace tres años de puro gusto. “Y el universo es el mío, es el diario íntimo musical que va variando con los años y en el que cabe de todo. Pero siempre hay un caminito que te lleva de un lugar a otro, un río que va para los dos lados al mismo tiempo. Y también tiene algo que me gusta a mí que es la restricción, porque en general lo hago con vinilos”, cuenta sobre el programa, que fue una de las principales influencias para la creación de su disco nuevo. “Me di cuenta que esto de hacer el programa era como era una manera no planificada de que me quedara un registro de por dónde iba mi inquietud, mi apasionamiento y mi curiosidad vinculado con lo musical”, explica. “Al final todo lo que hacés son tentáculos del mismo ojo que tiene el pulpo en el medio. Tocar, hacer un disco, pasar música o a veces charlar”.

-Para la creación de este disco trabajaste mucho con el piano. ¿Era un instrumento que no usabas mucho para componer, no?

-Sí, totalmente. Y que no es algo que necesariamente piense que vaya a repetir. Fue esta vez que tenía el piano afinado, divino, y me copé. Tengo una fluidez ahí también producto de la ingenuidad, aunque es una ingenuidad engañosa, de un músico, no es que voy virgen hacia el piano. Entonces, encontré eso para componer, hay muchas canciones compuestas y tocadas a ahí. Y fue un disco en el que fracasé en una premisa primera que tenía: que todos los temas tuvieran ocho pistas nada más, como si fuera una portaestudio antigua. En algunos sí lo logré, como en "La comedia", "Para vencer" y "Los instrumentos". Pero ese impulso se mantuvo, me encantan los discos de dub viejos, esa sensación, ese espacio. Como ir caminando en un museo fantasmagórico y no estar navegando en una maleza. Es mi momento ahora. Hace poco escuché El evangelio según mi jardinero (2006) y Temporada de conejos (2010), que son todo lo contrario, y no sabría cómo hacer eso ahora. No tengo ni el interés ni la energía ni la sapiencia para volver a hacer un disco así.

En el disco hay cierta austeridad en la instrumentación, pero a la vez es profundo en su elaboración, en su poética y variado en temáticas. Y es el resultado del eclecticismo, la osadía y el costado lúdico que caracterizan a Buscaglia. Después de diez años sin editar un disco solista -aunque hizo varios a dúo, con artistas como Antolín y Kiko Veneno-, el uruguayo se propuso publicar canciones escritas en el último tiempo, nada de rejuntes. “Son todos temas frescos y me parece lo mejor. Porque es divino hacer una canción, como también hacer otras cosas”, resalta. “Para grabar el disco y para bajar a tierra el repertorio paré de hacer el programa de radio. Y me propuse hacer mi banda sonora. Y también descubrí una cosa en aquellos tiempos: una influencia nueva fue la prueba de sonido como momento propicio para la composición, un momento medio zen”.

-¿Cómo es eso?

-Ya había descubierto hace años que parte de lo que más disfrutaba de viajar y tocar era el hecho de estar en tránsito. Y lo había charlado con Fernando Cabrera, que también le pasaba algo similar. Obvio que viajás para tocar y encontrarte con gente, pero ese otro fragmento, que es el estar en la nada yendo o volviendo, también es querido y necesitado. Y lo conseguís si hay un lugar en el que te están esperando. Entonces, ese trayecto tiene sentido, no es viajar para mirar por la ventanilla. Y me pasó con el disco con las pruebas de sonido, que es un lugar donde se aúna por un lado una cosa de no quemar muchas energías, pero al mismo tiempo estar muy atento porque querés que todo esté lo más propicio posible. Y esa combinación tiene algo parecido a estar en un sofá en tu casa tocando la guitarra y mirando el techo, porque estás cómodo con la ecualización vital, física, de tu entorno, y al mismo tiempo estás muy relajado y sin darte pelota. Entonces, muchas de las canciones de este disco, sobre todo cuando giraba con Martín Ibarburu, las fui terminando o fueron floreciendo en ese espacio nuevo que descubrí, que es el de las pruebas de sonido.

-¿Las pruebas de sonido como espacio creativo?

-Siempre creí que había dos tipos de músicos: el que quiere pasar rápido por eso y después el súper ladilla que pasa cinco horas probando sonido porque quiere algo que no lo va a conseguir jamás. Yo pensé que estaba en el primer bando, pero me di cuenta de que encontré una compuerta a un tercer lugar. Entonces, parte de lo que me entusiasma ahora también es eso: el trayecto, la llegada y ese espacio intermedio al que no le di bola por tanto tiempo pero que ahora sé que es fértil. Uno tiende a pensar que primero no sabés tocar o sos medio torpe en relación con la música, y después aprendés. Pero en realidad ahí recién arranca la cosa, cuando ya aprendiste: esa mirada más microscópica que te lleva a lugares mayúsculos. Ahora no solo prevalece pensar solo en cómo estoy tocando o cantando sino que hay un montón de sutilezas intransferibles: vos con tu cuerpo, vos con tu instrumento, vos con el público, vos con el clima o con los músicos que tenés al lado. Son infinitas posibilidades de aprendizaje.

-¿Qué tan irónico es el Basta de música?

-Te puedo dar un ramillete de respuestas. Por un lado, sí, me gustaría dedicarme a otra cosa. Sería divino, pero ya creo que es imposible. Es el lenguaje que hablo y a quien conozco íntimamente, pero en realidad es un vehículo que me lleva a descubrir cosas, a aprender y a ser mejor. También con el sentido que tiene el disco: la idea de la sustracción por el sobreentendido de muchos sonidos. No es que usando menos elementos quiera lograr menos cosas que antes. Creo que con menos cosas puedo lograr lo mismo. El otro día yo hablaba del foie gras, el paté que le meten a los patos por el buche, esa falsa libertad que te ofrecen ahora: te dan de todo pero no sabés qué hacer con eso y no podés sentir nada. Pero no lo digo como un quejica sobre el tipo de música que hay alrededor o que suena ahora. No, ni ahí, porque es un momento fértil y divino el que hay en la vuelta en los sub 20. Una cosa nueva que ya no es tan evidente porque no están haciendo algo como sus padres pero un poquito aggiornado; ahora me parece que hay una cosa nueva, que me parece apasionante.

-¿Te gusta lo que está sucediendo a nivel musical en las nuevas generaciones?

-Es muy amplio, pero me gusta lo que veo. La juventud sí escucha a Spinetta y a Charly, pero no solo eso, sería triste que solo escucharan eso. También escuchan a CA7RIEL y está increíble. Y todo lo que algún quejica puede ver criticable en el trap o en las movidas de ahora en realidad si te parás al costado lo podés ver loable: es no entender lo que se canta, el uso y abuso de determinados efectos, la deformidad reinante y campante de la apariencia surrealista. Todo eso es lo que te fascinaba de Frank Zappa. Si proviene de alguien vinculado al mundo del arte es un mal síntoma la queja constante. En los shows de Buenos Aires van a tocar Toto Yulele y Paul Higgs, compatriotas, diferentes los dos y con mucho para dar y prestarles atención.