Producción: Natalí Risso
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Valores y estándares chinos
Por Gustavo A. Girado (*)
La Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda (BRI por su sigla en inglés), a la cual Argentina acaba de adherir, es la estrategia central de la política exterior china y consiste, esencialmente, en una inversión masiva en infraestructura física y digital en Asia, África y Europa. Es el mascarón de proa del proyecto político de la gestión del presidente Xi Jinping. Va cambiando, es muy flexible, y constituye un eje central del camino chino hacia su independencia política y económica.
China
En la historia hubo países que tuvieron los medios para desarrollarse, es decir que tenían el estatus de poder suficiente para usar sus capacidades y así difundir su cosmovisión y su forma de entender y hacer las cosas de acuerdo a esa perspectiva: la suya. China no es la excepción. Pero no era así hasta hace pocos años.
La Segunda Guerra Mundial dio lugar a una institucionalidad que fue definida en sus reglas, normas y estándares por los ganadores, entre los cuales si bien estaba China, sus valores e intereses no estaban contemplados. Ese mundo “post-Bretton Woods” diseñado por aquellos ganadores del hemisferio Norte Occidental es el que hoy cruje, pues China demanda su lugar, su dinámica es tremendamente impactante y en aquellas instituciones no tiene una representación equivalente: se considera subrepresentada.
Mao, Deng y Xi Jinping
De allí que trabaje tanto por cambiar aquel orden mientras genera su propia institucionalidad (BRICS, AIIB, OCS, la misma BRI, etc.) y, claro, desde allí va con sus intereses, valores, planteando sus patrones, normas y estándares pretendiendo que sean considerados a la hora de diseñarse el mundo por venir. Con Mao se crea la República Popular, con Deng se crece (porque “enriquecerse es glorioso”) y ya con Xi Jinping el país se despliega sobre el resto del mundo para consolidar no solo su crecimiento (y convertirlo en desarrollo) sino también el proyecto colectivo -con el Politburó a la cabeza-.
Ruta de la Seda
Con Xi establece una forma distinta de conectarse con su entorno aprovechando sus capacidades (tecnología, infraestructura y financiamiento), ampliando los esquemas de cooperación vigentes e influyendo en las instituciones de investigación, finanzas y formulación de políticas y, claro, para difundir estándares técnicos y regulatorios. Esa BRI es el camino que China se inventa para ir con sus intereses y valores por sobre Occidente, en la búsqueda de socios confiables, de largo plazo, proveedores en cantidad y calidad de lo que China requiere y tiene, pero que no le alcanza (centralmente, agroalimentos e insumos energéticos).
China se parametriza con el resto del mundo desde principios de siglo, se integra, aprende las reglas. Ahora todo lo que sucede en China impacta en el resto del mundo de alguna manera, y al ascender en la escala de responsabilidad global, mucho de lo que suceda depende de la gestión de sus propias decisiones.
La naturaleza centralizada y altamente coordinada del gobierno chino conduce y favorece formatos y métodos sistemáticos de cooperación en muchos países, en particular a los involucrados en la BRI. De hecho, China los alienta a crear y presentar plataformas para coordinar las necesarias decisiones políticas, lo que también permite alinear las prioridades, homogeneizar el discurso (propio y ajeno) e identificar conjuntamente los proyectos.
Precisamente, la diplomacia china manifiesta que la BRI no consiste en un plan diseñado e impuesto por China unilateralmente, sino que constituye una iniciativa común, pues permite revelar las diversas necesidades y prioridades (nacionales y extranjeras), tanto que suele presentarse como proyecto “complementario" de las estrategias de otras economías en las cuales China deposita cierta expectativa política para que se vinculen más estrechamente con la BRI. Esa diplomacia institucional presenta alcances novedosos, dando lugar a una Ruta de la Seda Polar, se añade el capítulo latinoamericano y, más recientemente, una Ruta de la Seda de la Salud y otra Digital.
Argentina
Argentina, que ya tiene una Asociación Estratégica Integral con China, decidió en 2021 incorporarse al Banco que financia los proyectos y ahora busca interesar al gigante asiático para que participe -con aquellas capacidades- en el desarrollo de numerosos proyectos de inversión. La adhesión ya es un hecho y la complementariedad entre las economías, ampliamente demostrada. A sabiendas que hay cuestiones geopolíticas de peso, que no se trata de donaciones y que hay muchos intereses de por medio, la BRI constituye una buena oportunidad para sostener la demanda agregada y el crecimiento alcanzado en 2021, capitalizando al país con infraestructura que mejore en un todo nuestras capacidades productivas.
(*) Director del posgrado sobre China Contemporánea (UNLa), y autor del recientemente aparecido “Un Mundo Made in China” (Capital Intelectual).
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Argentina puede aprender
Por María José Haro Sly (**)
El capitalismo de Estados Unidos y el de China
Si bien el mundo no vive en la Guerra Fría ideológico militar de la segunda mitad del siglo pasado, presencia hoy una guerra tecno-comercial y una disputa entre dos potencias capitalistas. Por un lado, el capitalismo fundamentalmente privado de los Estados Unidos de América y, por otro, un “capitalismo del Partido” en China.
El Estado chino y el Partido Comunista
La República Popular China ha generado un sistema mixto, en donde el Partido Comunista se confunde con el Estado y las empresas. Es un modelo complejo orientado a la acumulación y al mercado, pero donde el Estado detenta la propiedad de la tierra, los bancos y los sectores estratégicos.
El planeamiento le permitió promover la innovación autónoma y comenzar a disputa sectores de tecnologías claves: trenes de alta velocidad, tecnologías verdes, robótica, inteligencia artificial, etc. China es el segundo país que más invierte en ciencia y tecnología, aunque solo el 5 por ciento de esa inversión se destina a ciencia básica, el 15 por ciento a aplicada y 85 por ciento a desarrollo experimental.
Por otro lado, como China se encuentra sub-representada en la arquitectura financiera internacional, comenzó a crear nuevos bancos multilaterales como el Nuevo Banco de Desarrollo y el Banco de Infraestructura Asiático, que hoy superan a las instituciones del Bretton Woods y les permite internacionalizar el yuan. Como resultado de estas políticas productivas y financieras, en pocos años el gigante asiático logró sacar a más de 850 millones de personas de la pobreza, aunque todavía el oeste chino está menos desarrollado.
Ruta de la Seda y Marco Polo
La Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) retoma las míticas rutas que conectaron alguna vez a Marco Polo con China. Es un programa de financiamiento para construir una red extensa de infraestructura logística (con cláusulas de participación obligatoria china) que promoverá sus exportaciones de productos y tecnologías y, al mismo tiempo, ofrecerá una salida de desarrollo económico al oeste del país. China tiene claro que para crecer, tienen que crecer sus provincias.
La IFR es todavía un libro con final abierto. Los chinos hablan de una “comunidad de futuro compartido” que traerá bienestar general a escala internacional – pero también puede que termine reproduciendo la lógica centro-periferia que sufrimos en LA-. En este sentido, el financiamiento chino es mucho mejor que el préstamo ilegal del FMI a Macri por 45 mil millones destinado a la “timba financiera”.
Habrá trenes, represas y centrales nucleares. Lo ideal sería que Argentina logre hacer competir a las empresas chinas y no que adjudique directamente a contratistas. Otro aspecto central es mejorar la capacidad de gestión. No nos puede pasar otra vez que los proyectos se dilaten y no estén en funcionamiento para recaudar beneficios a la hora del repago.
Lo más interesante hasta ahora en el marco de la IFR – y una oportunidad quizás perdida – son los parques tecnológicos binacionales, como los que China emplazó en Kazajistán, Bielorusia y varios países. Estos complejos pueden aportar conocimientos soft e infraestructura para promover innovaciones que permitan transformar la lógica del sistema productivo y escapar de la reprimarización.
Otra oportunidad desaprovechada, en este sentido, fue hacer cumplir el acuerdo que Cristina de Kirchner negoció como presidenta: dos centrales nucleares, una con tecnología china y otra con la nacional. Este acuerdo fue bajado por Macri durante la visita a Argentina de Trump en el G20 y no se revirtió. Ningún acreedor financia proyectos para implementar la tecnología del país receptor, y este caso hubiera generado un precedente a nivel internacional. Hoy, no está claro que la idea de financiar una central nuclear con tecnología argentina con fondos chinos siga en la lista de prioridades y se debiera afirmar esa voluntad.
Ahora se habla de la multipolaridad, bajo la luz de ese faro, China leyó muy bien el contexto geopolítico de los 70s y consiguió motorizar un proyecto de desarrollo económico autónomo sin precedente. Argentina podría aprender mucho más de la experiencia oriental sobre planeamiento, crecimiento, desarrollo tecnológico e inclusión.
(**) Escuela de la Ruta de la Seda, Universidad de Renmin – Candidata al Doctorado en la Universidad de Johns Hopkins.