Una atractiva e inusual postal costera se distingue entre el verde orillero y las aguas del Río de la Plata. En el corazón del conurbano bonaerense dos hermosas piscinas de agua color verde esmeralda anticipan el ingreso a un sólido espigón, de maderos gruesos sobre pilotes de acero. El muelle se interna por cuatrocientos metros sobre las aguas del río. Y en los días claros, desde allí se pueden ver las sierras de Colonia, al otro lado del río. En este lado, está la costa quilmeña.
El complejo que hoy componen ocho edificios, dos piletas y dos muelles –uno destinado a la extracción de arena, ya inactivo--, fue inaugurado en julio de 1938 con toda la pompa que correspondía al suceso: era el primer balneario del país y nacía bajo el nombre de Pejerrey Club de Quilmes. Su aura lo transformaría en un clásico del esparcimiento para las familias adineradas de entonces. Su majestuosidad edilicia y las variadas actividades sociales que proponía, esparcía su atracción entre los jóvenes.
Hoy el Pejerrey Club representa una tradición localista habitada por un profundo sentido de pertenencia. Su valor patrimonial excede lo mucho que aporta su aspecto recreativo. Y allí, en el cruce de las avenidas Cervantes e Isidoro Iriarte, linderas al río, este antiguo y distinguido recreo que cobija tanto a pescadores como bañistas, se resiste a fenecer debido al paso del tiempo y se presenta, estoico, enmarcado por la verde ensoñación de la ribera. Su luz, esforzada pero sostenida, aún ilumina la pesca de río y el chapuzón de los bañistas.
Una gran construcción flotante
“Excepto el parque, todo está construido sobre pilotes, es un complejo flotante sobre aguas pasantes, y ha resistido incluso las sudestadas más bravas, como la de 1940. Las olas eran de cuatro metros y acá ¡no se movió nada, ni un centímetro!”. Así lo describe Héctor Magnano, uno de los pescadores que desde joven frecuenta las instalaciones y utiliza el muelle, uno de los más largos entre los espigones montados sobre aguas pasantes de toda América del sur, el que comenzó a diseñarse en 1909 cuando la familia Fiorito llegó de Italia para radicarse en la zona, y dio origen a lo que luego fuera el famoso Balneario de Quilmes.
“Antes que se inaugure el balneario en Mar del Plata ya existía el Club Pejerrey”, detalla Magnano, secretario general de la comisión directiva del club que sobrevive en franca lucha contra el deterioro impuesto por el tiempo transcurrido y los vaivenes socioeconómicos que en más de una oportunidad definieron un final para la asociación. "Resistimos contra viento y mareas”, dice Magnano. “Y a pesar de la pandemia que nos dejó sin socios y sin los recursos que eso genera”, explica Víctor Arregoni, presidente de esa comisión en la recorrida por el predio que ofrecen a Página/12.
En la intensiva campaña de inscripción que llevan adelante y en los acuerdos firmados con la municipalidad local y con el Gobierno de la provincia se apoyan las esperanzas de reflotar lo que supo ser una joya arquitectónica a disposición de pescadores y bañistas. Y aun mantiene lo mejor de aquellos días: las piletas de agua salada y el gran muelle. "Llegaban desde muchos lugares de la provincia a pescar o a disfrutar de las piletas" recuerdan sus socios. Eso forjó su proyección en el tiempo. Y lo convirtió en leyenda.
El paseo público, en la actualidad, mantiene su idiosincrasia: recreación en un ámbito familiar. Además de los socios, lo utilizan las colonias de vacaciones de los colegios de la zona y grupos de tercera edad. Pero gran parte de sus instalaciones, las ubicadas en el sector norte del predio no pueden usarse. El deterioro ganó los techos, las paredes, los pisos. De ahí que “el cañero y el vestuario” de los viejos pescadores “estén primeros en la lista” de los lugares que esperan recuperar su valor patrimonial y edilicio. Después, la línea de edificios destinados a la gastronomía: bares, restoranes, cervecerías.
Las piscinas de agua salada
Cuando Fiorito comenzó la construcción del complejo no imaginó a ciencia cierta la potencialidad que alcanzaría. Pero proyectó el balneario y, para eso, adquirió en 1910 los edificios y la pérgola que componían el stand del Reino de Italia, al celebrarse en La Rural, la exposición del Centenario de la República.
Fiorito pidió la concesión de la costa y en 1911 instaló el stand --comprado en la feria-- y comenzó la construcción de lo que sería luego el corazón del popular balneario quilmeño: dos inmensas piscinas de "agua salada", desde las cuales nacía una rambla, robusta y sólida. Para completar el cuadro recreativo en 1917 se inauguró sobre esa rambla, el primer cine sonoro al aire libre, que hubo en el país.
En 1927 se inaugura la construcción de cemento "sobre las aguas pasantes" del río, que incluye las dos piletas con agua salada, rodeadas por hileras de vestuarios individuales y otra piscina para niños que con el tiempo se reemplazaría por un solarium. Ya entonces, bajo la pérgola comenzó sonar una orquesta dos veces por semana.
“Concurría muchísima gente de un nivel social muy alto, gente que vivía en las quintas de los alrededores” cuenta Héctor. "Y también venía gente de toda la provincia y de la capital", agrega Víctor. “Fiorito había logrado un permiso por el cual el tranvía llegaba hasta aquí, desde la estación de Quilmes” repasa Héctor, profesor de artes plásticas quien llegó al club a los 18 años, con su hermano. Venían de La Boca “con el 8 que hoy es el 98”, dice por la línea de colectivo en que viajaban. “Empecé a venir como pescador y me apasionó el lugar” recuerda. Ya las piletas “eran un suceso, no había otras. Si todavía está el tendido de alambre que usaban para colgar las toallas, y las mallas que... ¡se alquilaban! ¡Fijáte vos!”, se admira.
Los postes de cemento entre los que se extienden esos alambres están en las terrazas sobre los vestidores que rodean a las piscinas –una rectangular y otra cuadrada--, a modo de las construcciones arábigas. Había 400 vestuarios individuales cuando el club estaba activo “100 por ciento”.
El agua salada de las piletas hizo del club una atracción inédita. Fiorito encontró que bajo el predio, concesionado, corría una napa de agua dulce. Debajo, otra de agua salada: “Se excavó, y el agua salada abasteció a las piscinas. Debajo, hay otra napa de agua dulce, desde ahí se abastece la cervecería” puntualiza Héctor Magnano. Se refiere a la fábrica que hizo del sello Quilmes su estandarte, obviamente.
Las piletas de paredes blancas se colman de apacible agua color verdes esmeralda. “Porque es agua salada”, explican. Y rigurosamente deben vaciarse cada semana, y volver a pintarse con cal, para que no se agrieten ni se salinicen las paredes en su superficie. “Lo cual hace muy costoso y engorroso el manejo” señala el presidente del club, Arregoni. “Siempre hay una llena mientras la otra se vacía” añade.
El espigón de aguas pasantes
La concesión al operador privado --Fiorito en su momento, luego el mismo club--, se ejecuta sobre el predio que es fiscal. “La municipalidad nos ayuda mucho, vienen dos escuelas por día y estamos tramitando la recuperación de todos los edificios y la puesta en valor del muelle” detalla Arregoni.
El detalle de este club es que funciona “las 24 horas”, agrega Magnano. “La entrada y salida del muelles es continua y va de acuerdo a la calidad del pique”. Hay pejerrey en temporada de invierno y pesca variada, todo el año. "Se conoce cuando hay pique porque se llena el muelle", explican. “Se corre la voz y llegan de todos lados, y muchas veces pasan la noche, depende si el pique es bueno” confirman.
Cuando Fiorito diseñó este muelle, no imaginó que sería único en su tipo en América del sur, y el más largo de la Argentina. Pero ya con el balneario en actividad construyó el primer tramo del espigón, de 105 metros y lo inauguró en 1957. Diez años después, en 1967, se inauguró otro tramo de 105 metros. Al año siguiente, el grupo de pescadores que se conforma como Club Pejerrey al inaugurarse el complejo, le compra las instalaciones a la empresa Fiorito.
Funcionaban “en un cuarto sobre el muelle, solo para atender a los que se hacían socios” afirma Héctor. Esto permitió terminar de construir el muelle solventado por los propios socios. "¡Una osadía!" refiere al recordar el momento en que Fiorito se retira y el club compra las instalaciones, ya que están apostadas en un predio fiscal. Pero conscientes del valor institucional del club y del lazo social creado en tantos años de actividad se animaron a lo que Héctor llama “una total aventura”. Al tomar el timón del emprendimiento, en 1989 avanzan con el último tramo del muelle de pesca que logra su actual longitud actual.
El club de pesca
La antigüedad y el esfuerzo son los valores que rescatan los socios ante la incertidumbre de lo que sería la gestión del club, en ese predio fiscal, concesionado cada 10 años en ese momento. “Y una vez que el club toma el mando, ya no se integra solo por pescadores sino que se abre a la comunidad, se amplía su rol social, incrementa sus actividades y sus posibilidades” reflexiona Héctor.
Hoy, alejado de aquel esplendor, la asociación se debate entre la continuidad de esa línea de gestión comunitaria –a la que apuesta su comisión directiva—, y la férrea pelea contra el paso del tiempo, el vandalismo, la falta de recursos para reponer y reparar todo lo que se avería: “la bomba de agua es una constante, y hay que tenerla activa todo el tiempo” repasa Víctor Arregoni, el responsable de la comisión directiva.
Víctor vino hace 38 años “a pescar pejerrey, que era la vedette del muelle y, como les pasa a todos, me enamoré del lugar”. Los socios eran rígidos: “cada uno tenía su lugar”, recuerda. Venían al terminar el día “muchos profesionales, abogados, médicos, venían a pescar, se sacaban su traje y se ponían el atuendo de pesca, camisas y remeras térmicas y muchos pasaban la noche”. Para Víctor el encuentro con esos pescadores fue un aprendizaje: “Tuve grandes maestros”. Parte de ese legado hoy lo lleva "a pelear porque el club salga a flote, se recupere, se fortalezca”, afirma.
Hay unos 1200 socios. A las piletas y la actividad de pesca se suma como valor: el parque. Tres hectáreas de costa verde con árboles añejos, parrillas en la sombra y el arrullo del agua costera. Se busca dotarlo de actividades de invierno: talleres y cursos, o entrenamiento para competencias.
Son populares los desafíos
entre los pescadores, y en los recuerdos, el momento de un buen pique compite con
esos días en que el agua bajaba “y podíamos ver las canaletas donde pasaban los
cardúmenes”, describe Héctor. Se refiere a los canales profundos que se forman,
paralelos al cauce del río, por donde transitan veloces los peces y que en las bajantes,
los pescadores aprovechan para identificar y marcar. Al subir el agua, allí
habrá pesca de la buena, pique
abundante, y siempre nuevas oportunidades porque eso define a la actividad, según comparten: "cada vez que uno tira la caña, nace una oportunidad", definen.