Cada vez que la escritora y traductora mexicana Aura García-Junco dice “tengo una relación abierta”, las reacciones negativas se podrían condensar en una sentencia: “Tú nunca te has enamorado”. Lo cuenta al comienzo de El día que aprendí que no sé amar (Seix Barral), un ensayo indispensable que combina literatura, sociología y feminismo y en el que reflexiona sobre lo que se dice acerca del amor, desde la literatura clásica romana, con el poema de Ovidio Ars amatoria (El arte de amar), hasta la actual industria del entretenimiento. En el libro cuestiona la monogamia, pero también despliega una lectura crítica del amor libre, que “no se salva de las potentes cuerdas del machismo”.

 

García-Junco (ciudad de México, 1988), seleccionada por la revista Granta como una de las 25 mejores narradoras jóvenes en español, aclara que ella no tiene la intención de imponer a nadie la forma en que desea o elige relacionarse. “Nunca he ido por la calle con una pancarta en letras rojas que diga ‘Muerte a la monogamia’, tampoco he creado una petición de Change.org para que se prohíba la fantasía más ‘clásica’ del Amor, esa en la que uno envejece feliz con una sola persona y nada más (aunque bien nos haría dejar de pensar que ese es el único objetivo). No les he recomendado a mis amigxs que abran sus relaciones, cual testigo de Jehová posmoderna, a menos que me hayan preguntado al respecto de manera explícita”.

La autora de la novela Anticitera, artefacto dentado (2019), que estudió Letras Clásicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), recuerda en el libro un femicidio que tuvo alto impacto cuando ella estudiaba. “En 2009, Alí Dessiré, estudiante de Letras Clásicas feminista, fue apuñalada 26 veces por su exnovio en una fiesta de muy educados universitarios, precisamente porque le dijo que quería una relación abierta. Y no nos olvidemos de los # MeToo que han involucrado a escritores, periodistas, investigadores, etc., y que han revelado el fétido olor que sale de debajo de nuestras camas por mucho que intentemos ignorarlo”, advierte en El día que aprendí que no sé amar.

El machismo es un problema que recorre todos los estratos de la sociedad, pero es más fácil asumir que está en otro lado, bajo la presunción clasista y colonialista de que lxs otrxs son ‘menos civilizadxs’ que yo. Recorre todos los géneros. Nadie se escapa por completo de sus redes, aunque algunas personas sean más conscientes que otras, y actúen en consecuencia”, afirma García-Junco. Cada capítulo del libro tiene como epígrafe fragmentos intervenidos de El arte de amar. La escritora mexicana tacha aquellos aspectos que ella considera objetables. Por ejemplo: “Voy a cantar al amor apacible y a los arrebatos permitidos, y no habrá delito alguno en mi poema”.

-¿Qué núcleos duro toca el sintagma “relación abierta” que desacomoda, descoloca o molesta?

-La no monogamia atraviesa algunos de los supuestos más férreos de la educación por género y del amor romántico. Muchas fibras sensibles se tocan: la sexualidad libre sigue siendo un tabú. El sexo fuera de una relación sexoafectiva huele a pecado y peor aún si se trata de una mujer quien quiere ejercer su sexualidad. La idea de que el placer (no solo sexual) en general es malo, inútil, hedonista, y otras cosas, como si las relaciones sexoafectivas fueran sólo funcionales. Luego está la otra parte de la moneda: el hombre que “deja” que su mujer tenga relaciones con otro, cuando el discurso es que tendría que tenerla controlada. Además, los hombres tienen mucho más fácil la infidelidad como modo de vida, entonces resulta complejo para algunxs escuchar que también las mujeres quieren abrir sus horizontes más allá de la pareja monógama. En el libro hablo también de la economía de la escasez, de la que hablaron Dossie Easton y Janet Hardy, en la que se asume que hay una cantidad finita de amor y que, si se reparte entre más de una persona, es mermada. Si yo le doy amor a dos personas, estoy dándoles media y media manzana. Es cierto que también están las heridas propias: a veces la idea de relación abierta resuena a traiciones en la propia historia amorosa, como si de alguna manera le dijeras a tu interlocutorx “estoy legalizando la infidelidad”. Pega duro en las inseguridades. ¡Es un combo!

-“El discurso y la práctica están desfasados”, afirmás al comienzo de “El día que aprendí que no sé amar”. ¿Qué consecuencias tiene este desfasaje en las relaciones de pareja?

-Puede haber muchas buenas intenciones y muchas pésimas ejecuciones. En el mejor de los casos, partimos de que queremos una relación justa y tratar bien al otrx, pero muchas veces hay cosas que se nos escapan, ya sea por nuestra propia historia personal, o por la educación que recibimos. Podemos creer férreamente en que nuestra pareja tiene derecho a tener su vida íntima como mejor le plazca, pero ciertas inseguridades instaladas pueden impulsarnos al control. Lo mismo con el machismo interiorizado, que va desde competir con las otras mujeres en la vida de nuestra pareja hasta los hombres que no levantan un plato a menos que se lo pidas. Twitter es la muestra de esto. Me pregunto si todo ese pregón moral se traduce en individuxs impecables. No dudo de que muchas veces haya intenciones honestas, pero creo que a veces estamos prestxs a juzgar al otrx como si fuera pura voluntad lo que se requiere para cambiar y no procesos lentos y dolorosos, con errores y aciertos.

El miedo a la violación

-¿Por qué “ser mujer es sentir terror permanente”, como afirmás en el libro? ¿De qué modo ese terror impacta en nuestros cuerpos y en la manera de relacionarnos?

-El miedo a la violación es una forma de disciplinamiento. Un discurso constante relaciona comportamiento “no apropiado” con violación: desde salir por las noches, beber, hasta usar faldas muy cortas, una falsa causa consecuencia se instala en el inconsciente de las mujeres. La situación empeora cuando la realidad te pone de frente que sí existen muchos abusos cotidianos, unos menores y otros mayores, que impactan constantemente la existencia y obligan a configurar la vida alrededor de una especie de cálculo de riesgo: camino por esa calle aunque me vayan a acosar, me puedo alejar un momento de mi bebida, puedo confiar en este hombre, etc. Los abusos se instalan en el cuerpo porque es ahí donde ocurren: somos al fin y al cabo cuerpo. Pienso en cuando era adolescente y el solo toque de un hombre desconocido en el transporte público me era impensable, lo sentía como lava. Prefería contorsionarme y estar incómoda antes de tener que tocar a uno, de tantas veces que me habían toqueteado en la vía pública. A veces el cuerpo va mil veces más rápido que la racionalidad. Es nuestro modo reptiliano.

Menos cosificador

García-Junco vive en ciudad de México con tres felinos: Niní, Catrina y Francisco Parsifal. “Los gatos tienen tantas necesidades afectivas como nadie sin gatos se imagina”, aclara la escritora que recibió como algo “muy inesperado” haber sido elegida por la revista Granta entre las 25 mejores narradoras jóvenes en español en 2021. “Mandé mi primera novela, Anticitera, artefacto dentado, a esa convocatoria como quien tira una botella al mar, y no esperé que fuera más lejos. Es una obra experimental y, como tal, con lectorxs más acotadxs, así que para mí este reconocimiento fue y es un aliciente para seguir escribiendo como sienta mejor cada texto”. Cuando quedó en el listado de Granta ya había terminado El día que aprendí que no sé amar, un ensayo que le demandó tres años y medio de escritura, y la novela Mar de piedra, que se publicará este año.

-En el libro planteás que es urgente un cambio en las narrativas (especialmente audiovisuales y el mundo de la publicidad) para no terminar participando y reproduciendo el colonialismo y el machismo en que hemos sido educadas. ¿Cómo imaginás esas narrativas y quiénes están intentando llevar a cabo ese cambio?

-Creo que es complejo. Me sumo a las exigencias de castings variados, pero también de escritorxs con historias diversas en los cuartos de guion, no sólo de clase alta, como ocurre con frecuencia. También me encantaría ver que la publicidad, esa enorme máquina de sueños, corriera poco a poco por otro lado, menos delgado y menos cosificador, pero no tengo muchas esperanzas por ahí a menos que creemos consumidores más exigentes, porque por la buena voluntad del capital dudo mucho que pase. Imagino también narrativas con historias que no sólo reproduzcan la eterna dinámica de la víctima y el victimario sino que se atrevan a complejizarlas. Obviamente existen algunas, muy buenas, pero creo que en general se tiende a un maniqueísmo que no permite ver de manera amplia el problema. También es complejo porque se requiere que haya un público amplio que las consuma, porque detrás de la creación de audiovisuales hay mucho dinero y para que alguien lo ponga, necesita tener consumidores. La violencia del mercado y el capitalismo en todo su esplendor.

-La palabra consentimiento está cambiando y ha dejado de ser “binaria”, en el sentido del “no” o “sí”, como compartimentos estancos e inmodificables. Me parece que deconstruís minuciosamente la cuestión del consentimiento cuando proponés que “decir no es mucho más complicado de lo que muchos hombres parecen notar”. ¿Podés ampliar esta idea?

-Sí, eso es muy importante porque un sí o un no nace siempre en un contexto. La intención al decir sí, por ejemplo, puede ser una de autopreservación, ya sea porque se siente un peligro físico que no deja otra opción o porque hay una presión tal que es más fácil ir por ese camino que pasar horas argumentando por qué no. El problema es que el deseo masculino está culturalmente hasta arriba y hasta que esto no cambie y los hombres se hagan conscientes de esto, es muy difícil que entiendan que muchas veces ejercen el poder sin siquiera notarlo ni intentarlo. Por otro lado, necesitamos mujeres más educadas en el no, en todos los ámbitos de la vida, menos dispuestas a conceder a cosas que no quieren hacer. El cambio debe venir de ambos lados, pero los hombres tienen que ser especialmente cuidadosos aunque duela. Aprender a aceptar el rechazo y a calibrar el poder es la única manera de llegar al consentimiento que no sólo depende de un monosílabo voluble.

-¿Por qué la idea del matrimonio está cada vez más lejos del imaginario de los millenials? ¿Cómo explicás el hecho de que el matrimonio pasó de ser la “normalidad” a ser antinatural, indeseable?

-Hay un desencanto con la idea del matrimonio. Por un lado, sigue siendo una institución que pesa mucho. Siempre será más “formal” decir, he aquí mi esposa, que esta es mi novia, pero al mismo tiempo, con el desvanecimiento del discurso del “para siempre” una se la piensa más. Ya hay otras formas de garantizar derechos que no pasan por el matrimonio.

Feminismo como brújula

-Aunque advertís que es difícil desligar la monogamia de su historia de opresión a las mujeres, observás que el amor libre “no se salva de las potentes cuerdas del machismo”. En este sentido, ¿cuál te parece que es el rol de los feminismos? ¿iluminar las paradojas o contradicciones de la violencia, la opresión y la coerción, aun en situaciones en que se buscaría escapar de ella (como podría ser una relación abierta)?

-Para mí el feminismo es una herramienta de análisis que puede ser tan simple o tan compleja como la hagamos. Nos ayuda a tener una brújula de a dónde ir, y a detectar muchas cosas que pueden ir escalando en violencia, pero también hay mucho que no puede evitarse. Como dicen unos amigos, tu deconstrucción no te va a abrazar por la noche y las relaciones no son ni serán prístinas. El feminismo sirve para calibrar, para medir hasta dónde, pero tampoco creo que sea posible extirpar toda la violencia o el dolor de las relaciones humanas. De hecho, me pregunto si es deseable.

-A propósito del final del libro con tu carta de Amor a Ovidio, un amor que no excluye proclamar la “larga muerte a reproducir los mismos patrones opresivos que hace dos mil años”, ¿qué opinás de la cultura de la cancelación?

 

-Primero que nada, hay que acercarse a cualquier producto cultural, el que sea, feminista, machista, quimera, desde una lectura crítica. Para mí no tiene sentido leer si no es desde las propias herramientas que te brinda la existencia, que no excluyen el goce. Estudié una carrera (Letras Clásicas) en la que, si nos ponemos estrictxs y anacrónicxs, ni un texto se salvaría. Desde violaciones hasta un nivel de racismo brutal, no habría manera, y sin embargo yo creo que ahí, como en muchos otros lugares, hay espacios para el disfrute, incluso para aprender. Ahora, conforme te acercas más al ahora, se complejiza el tema, porque si un violentador sigue vivo, seguir poniéndolo en un pedestal es complejo. Es un tema que seguimos pensando en conjunto. Por el momento, me sigo inclinando por un acercamiento crítico y por limitar (que no eliminar) el consumo de autorxs vivxs con decisiones éticas dudosas, porque mi consumo impacta directamente en su bienestar. Además, muchas veces simplemente no me interesa leerles porque como viven escriben. Sin embargo, me sigue interesando escuchar otras posturas.