Si se mira material de archivo de las audiencias del cruzado anticomunista Joseph McCarthy durante la caza de brujas se aprecia que, junto al senador por Wisconsin, suele aparecer un joven de pelo negro, corto, y gesto adusto.
Está sentado al lado de McCarthy mientras el legislador viola la Quinta Enmienda, que en Estados Unidos garantiza el debido proceso, promoviendo la autoincriminación y la delación.
El asistente de McCarthy era un abogado llamado Roy Cohn. Fue el responsable de enviar a la silla eléctrica a un matrimonio por espionaje, en plena Guerra Fría, y cuya presencia en la vida pública se extendió por más de tres décadas y se proyectó hasta este siglo con la irrupción en política de uno de sus clientes: Donald Trump.
El hijo del juez
Roy Marcus Cohn había nacido en Nueva York el 20 de enero de 1927. Fue el hijo único de un juez con estrechos contactos con el Partido Demócrata y de una madre sobreprotectora, capaz de instalarse en una casa de verano a metros del campamento al que enviaba a su hijo.
El destino del hijo de un juez no podía estar sino en el mundo de las leyes. A los 20 años, Cohn se graduó en la Universidad de Columbia. Un año después, ingresó a la Liga Judeoamericana contra el Comunismo, el paso previo a su compromiso con el macartismo.
A fines de 1950, Cohn cobró notoriedad con el juicio a William Remington, un antiguo empleado del Departamento de Comercio, señalado como espía por una desertora de la KGB. Cohn lo llevó a los estrados: no pudo probar que fuera espía, pero consiguió que Remington, que había negado su pertenencia al Partido Comunista, fuera condenado por perjurio.
Al año siguiente estalló el caso que convirtió al joven abogado en una celebridad nacional y le abrió las puertas de la alta política.
Los Rosenberg
Casi al mismo tiempo que Cohn concentraba sus esfuerzos en Reminngton, las autoridades descubrieron que Klaus Fuchs, un físico alemán refugiado en los Estados Unidos, quien formó parte del Proyecto Manhattan, había entregado documentos a los soviéticos durante la guerra.
El Proyecto Manhattan era el nombre del programa de desarrollo de la bomba atómica. Arrestado, Fuchs apuntó a un contacto, el hombre que intermediaba entre él y Moscú: Harry Gould. Cuando lo detuvieron, Gould señaló a un soldado que había trabajado como operario en Los Álamos, donde se desarrolló la bomba atómica. El soldado se llamaba David Greenglass, e implicó a su hermana y a su cuñado, los protagonistas del drama: Ethel y Julius Rosenberg.
Ethel hubiera querido ser actriz y cantante, pero se tuvo que conformar con un trabajo de secretaria en una empresa postal. Julius era ingeniero eléctrico y trabajó para el Ejército durante la guerra.
Ambos habían militado en las juventudes del Partido Comunista de los Estados Unidos en los años '30. Cuando Greenglass fue arrestado, afirmó que, a través de su esposa Ruth, Julius lo había convertido al comunismo y que le había dado información a su cuñado.
Los Rosenberg fueron arrestados. En marzo de 1951 comenzó el juicio, para el cual un joven instructor había tomado declaración a Greenglass. El hermano de Ethel Rosenberg, condenado a nueve años de cárcel, diría más tarde que ese funcionario del ministerio público lo orientó hacia ella (a quien no había implicado en un primer momento) y hacia Julius, a cambio de no incriminarlo ni a él nia a su mujer. El instructor era Cohn.
El proceso por espionaje paralizó al país. Desde el juicio a Sacco y Vanzetti no había habido una polarización tan grande y un cuestionamiento tan contundente al sistema judicial: mientras la mitad de la sociedad estadounidense clamaba por las vidas del matrimonio, la otra mitad pedía que se los escarmentara por comunistas.
La fiebre anticomunista llegó al clímax cuando el juez Irving Kaufman condenó a los Rosemberg a la silla eléctrica.
Cohn publicó Solamente un milagro puede salvar a América de la conspiración roja en 1954. En ese libro, de título tremebundo, se ufanó de haber movido influencias para que Kaufman fuera el juez del caso e Irving Saypol estuviera a cargo de la acusación. Aseguró que fue él quien impulsó la pena capital, que el juez consideró justa no solamente por el espionaje en sí (que aún es materia de controversia) sino también por las muertes de soldados en la guerra de Corea.
El 19 de junio de 1953, Ethel y Julius Rosenberg (37 y 35 años, respectivamente) fueron electrocutados en la cárcel de Sing Sing. Fue la primera y única vez que se ejecutó a civiles por espionaje en tiempos de paz en el país.
En las décadas posteriores, hasta su muerte, Cohn sostuvo la culpabilidad del matrimonio y que la silla eléctrica había sido un castigo ejemplar: se enorgullecía de haber dejado huérfanos a los hijos de seis y 10 años de la pareja.
Mano derecha de McCarthy
El FBI puso sus ojos en Cohn a raíz de la exposición que le dio el caso Rosenberg. Edgar Hoover, todopoderoso jefe del boureau de investigaciones, convenció a Joseph McCarthy de que el joven abogado podía ser un buen ladero en su lucha contra la infiltración soviética.
La caza de brujas era una buena plataforma política en aquel entonces en los Estados Unidos. La falsa acusación contra el diplomático Alger Hiss, condenado por perjurio, había catapultado al primer plano a un congresista de California, que a partir de allí escaló y se convirtió en senador, y en 1952 en vicepresidente, con apenas 39 años: Richard Nixon.
En 1953, McCarthy había monopolizado el accionar del Comité de Actividades Antiamericanas, que hurgaba en la presunta militancia comunista de los citados y obligaba a dar nombres a cambio de no ser procesados por perjurio y de que no se les retuviera los pasaportes.
Acogerse a la Quinta Enmienda, que garantiza el debido proceso y el derecho a no autoincriminarse (el equivalente al artículo 18 de la Constitución de la Argentina) no regía dentro de los marcos del Comité.
Los encausados perdían sus empleos y se convertían en parias sociales, como los integrantes de la lista negra en Hollywood.
Cohn se sentó junto a McCarthy en las audiencias y se destacó por su agresividad en las audiencias, que solían ser televisadas.
El senador y su asistente alimentaron una leyenda urbana de alcance nacional: los soviéticos habían confirmado la homosexualidad reprimida de funcionarios del gobierno estadounidense y amenazado con hacer pública su condición si no se convertían en espías.
Fue tan impactante la patraña, que el mismísimo presidente Dwight Eisenhower firmó uno de los documentos más infames de la historia de su país: la orden ejecutiva que prohibía al Gobierno emplear a homosexuales.
Lo paradójico era que en algunos círculos se sabía lo que al final de la vida de Cohn era un secreto a voces, aunque él nunca lo reconoció de manera pública: la mano derecha de McCarthy era gay.
Contra el Ejército
1954 fue el año de quiebre del macartismo y Cohn tuvo mucho que ver en la caída en desgracia del senador republicano.
Ocurrió que George Sokolsky, un conductor de radio y columnista en los diarios del magnate William Randolph Hearst, que a su vez había ayudado a convencer a McCarthy de que contratara los servicios de Cohn, le presentó al abogado a un propagandista del anticomunismo llamado David Schine. Cohn lo sumó como colaborador al equipo del senador. A fines de 1953, Schine, que tenía la edad de Cohn, fue convocado al Ejército.
A partir de ese momento, Cohn se dedicó a operar en el Ejército para que Schine no fuera enviado al exterior ni tuviera demasiadas obligaciones.
El asesor militar John Adams diría más tarde que Cohn amenazó con “destrozar” al Ejército si no se cumplían sus pedidos. Casi al mismo tiempo, McCarthy dio el paso en falso que acabó con su carrera: denunció la infiltración comunista en las Fuerzas Armadas.
Lo hizo durante la presidencia de un general que venía de comandar a los militares de su país en la Segunda Guerra y que lidiaba con los estertores finales de la guerra en Corea, el primer conflicto armado contra el comunismo.
Las audiencias en el Subcomité de Investigaciones comenzaron en abril de 1954. Los representantes del Departamento de Defensa acusaron públicamente a McCarthy y a Cohn de ejercer una presión indebida por Schine.
Sin sonrojarse, el senador aseguró que el colaborador era un “rehén” con el que los militares buscaban evitar que avanzara con su investigación.
El abogado del Ejército, Joseph Welch, confrontó a McCarthy después de que testimoniara el secretario del Ejército, Robert Stevens. El senador no había dudado en mostrar una foto de Stevens con Schine. Welch adujo, pese a las protestas de Cohn, que la foto era trucada, y que Stevens y Schine no eran los únicos en esa imagen.
Al menos dos personas habían sido eliminadas de una foto que buscaba desprestigiar a una autoridad civil del Ejército.
Las audiencias derivaron, sin embargo, en la cuestión de la presencia o no de elementos comunistas dentro del Ejército, y si los militares usaban el caso Shine para desviar la atención o presionar a dos abnegados defensores de los valores de Occidente, como McCarthy y Cohn.
Cicerón actualizado
El 9 de junio de 1954 se produjo el hecho que, para muchos historiadores, certificó el fin de McCarthy como actor central en la política estadounidense. En una reunión previa a las audiencias, Welch le comentó a Cohn que sabía muy bien que había evitado ser convocado al Ejército, con 27 años, por haber movido influencias.
El representante del Ejército propuso un pacto de caballeros: no mencionaría esa cuestión en público y ellos no llevarían al estrado el nombre de Fred Fisher, un abogado de su bufete que había tenido simpatías comunistas cuando estudió en Harvard y al que, para evitar suspicacias, Welch había removido de sus tareas habituales.
La audiencia del 9 de junio es pasible de varias interpretaciones. O Cohn se calló la boca respecto de aquel acuerdo o le aportó a McCarthy información acerca de Fisher, ocultando el acuerdo con Welch; o el senador se fue solito de boca.
Cuando en plena audiencia, en el fragor de la discusión, Welch desafió a que se publicara una lista de comunistas infiltrados en los organismos de Defensa, el cazador de brujas no tuvo mejor idea que responderle que si tanto le preocupaba el comunismo, bien haría en preguntarle a Fred Fisher, abogado de su bufete y portavoz de la hoz y el martillo en Harvard.
Welch comprendió muy bien la oportunidad que se le presentaba en una audiencia televisada en vivo a millones de espectadores. “Hasta este momento, senador, creo que nunca he medido realmente su crueldad o su imprudencia” dijo, y defendió a Fisher, “un joven que asistió a la Facultad de Derecho de Harvard y entró en mi bufete y está comenzando lo que parece ser una carrera brillante con nosotros”.
Acto seguido, aseguró que “apenas pude soñar que pudiera ser usted tan imprudente y tan cruel como para lastimar a ese muchacho, que me temo que siempre llevará una cicatriz innecesariamente infligida por usted”.
Welch agregó: “Si pudiera perdonarlo por su imprudente crueldad, lo haría. Me gusta pensar que soy un caballero, pero el perdón tendrá que venir de alguien que no sea yo”.
McCarthy trató de interrumpirlo, pero Welch no lo dejó y actualizó en pleno siglo XX la primera catilinaria de Cicerón (“¿Hasta cuándo, Catilina, seguirás abusando de nuestra paciencia?”), al proclamar: “Ya ha hecho suficiente, ¿no tiene usted sentido de la decencia?”.
Las cámaras de TV captaron el rostro de un Cohn sorprendido, que sabía que su jefe se había hundido y que Welch sería impiadoso en la réplica.
McCarthy, consciente de lo que había pasado, quiso retomar la palabra, pero Welch fue inmisericorde: “No hablaré más de esto con usted. Si hay un Dios en el cielo, no le hará ningún bien ni a usted ni a su causa. No lo discutiré más. No le pediré más testigos al señor Cohn”. McCarthy había quedado humillado.
Tres meses después, el propio Partido Republicano censuró las prácticas de McCarthy quien, consumido por el alcohol y envuelto en el desprestigio, murió en 1957.
Tres años después murió Welch, que en 1959 hizo de juez en Anatomía de un asesinato, acaso la mejor película sobre un juicio que ha dado Hollywood.
Roy Cohn & Donald Trump
Cohn hizo carrera en el sector privado, con muy buenos vínculos en Washington por su actividad en el Congreso, pese al desprecio de muchos círculos por su rol en el macartismo y, en particular, por lo que ostentaba como un blasón: la ejecución de los Rosenberg.
Tuvo unos cuantos clientes. Entre otros, un joven empresario de bienes raíces de Nueva York, a quien representó en varios litigios contra el Estado.
El primero fue en 1975 por violar la Ley de Equidad, a través de la cual se debía garantizar el libre acceso a la vivienda a las minorías. Los negros de Nueva York no podían acceder a departamentos del empresario, que alegaba que no tenía vacantes, cosa que era falsa.
Cohn encontró el hueco para una contrademanda por 100 millones de dólares, que no prosperó. Llegaron a un acuerdo extrajudicial: el empresario, llamado Donald Trump, debía enviar listas de departamentos reservados para afroamericanos a un grupo de derechos civiles. No cumplió y lo volvieron a denunciar en 1978. Cohn dijo que los que se quejaban eran “un par de descontentos”.
También se afirma que Cohn destrabó el conflicto sindical que impedía avanzar con la construcción de la Trump Tower, gracias a sus aceitados contactos con la mafia neoyorquina. Y fue quien presentó a Trump a otro de sus clientes: Rupert Murdoch, el magnate de los medios.
Cohn patrocinó a Trump en una curiosa aventura del empresario en 1985: el litigio contra la NFL, la liga de fútbol americano.
Trump había comprado un equipo de la USFL, una liga menor. A cargo de los New Jersey Generals, buscó que la USFL compitiera contra la NFL. En realidad era una estrategia para que los Generals se sumaran a la NFL, que no tenía un equipo en New Jersey.
La Justicia le dio la razón en el juicio por monopolio contra la NFL, pero fue una victoria simbólica, ya que la indemnización a los dueños de los equipos de la USFL no alcanzó a cubrir los costos de la inversión y la liga dejó de existir.
Hay unas cuantas fotos de Cohn con Trump, que lo reconoció como un mentor político.
En sus charlas, Cohn quizá se haya ufanado de haber tenido la sangre fría necesaria para pedir la silla eléctrica para los Rosenberg cuando no había pruebas concluyentes. Tal vez le haya planteado, a mediados de los '80, que con Ronald Reagan se venía una revolución conservadora que iba a tener al ala derecha del Partido Republicano en la Casa Blanca hasta el año 2000.
Es la hipótesis que plantea un personaje de Angels in America, la obra de Tony Kuschner estrenada en 1992, que le valió el Pulitzer y recrea el drama de los enfermos de HIV. El abogado de Trump es uno de los personajes de la obra.
Un fantasma despide a su verdugo
Cohn contrajo HIV en 1984. La enfermedad acabó con su vida el 2 de agosto de 1986, tres días después de su pírrica victoria en el juicio a la NFL.
En la obra de Kuschner es presentado como un gay que no se reconoce como tal públicamente por la sencilla razón de que no era pasivo en sus relaciones sexuales. En escena se muestra al agonizante abogado haciendo de las suyas para conseguir un cóctel de AZT. El Cohn del teatro es acosado por un fantasma, el de Ethel Rosenberg.
Antes de su muerte, a los 59 años, es probable que Cohn le dijera a Trump que podría encarnar un nuevo capítulo de ese fanatismo que él protagonizó con McCarthy y que había tomado nuevos bríos a fines de los '70 con el ocaso del Estado de bienestar, la crisis del petróleo, la estanflación, los rehenes en Irán, la incapacidad de Jimmy Carter y la pérdida de terreno frente al comunismo, al tiempo que se formaba la Mayoría Moral, la alianza de iglesias evangélicas que le dio basamento al nuevo conservadurismo.
El fallecimiento de Cohn quizás haya privado a Trump de una voz a la cual prestar atención en la vida política. De manera caricaturesca quedó el actor James Woods, quien hizo de Cohn en un telefilme de los '90 y se volvió un militante trumpista en Twitter.
La escena de la muerte de Cohn en Angels in America es, tal vez, el momento más potente de la obra.
El antiguo asistente de McCarthy acaba de morir en el hospital. Louis, un gay cuya pareja tiene SIDA, ingresa a la habitación con la ayuda de un enfermero amigo para llevarse el cóctel de AZT de Cohn. Louis siente la necesidad de despedir el cuerpo de Cohn de acuerdo al rito del judaísmo, en agradecimiento por las drogas, a pesar de que fuera un personaje detestable. Se coloca un pañuelo en la cabeza y comienza a recitar los versos en arameo del Kadish, la oración fúnebre de los judíos. Detrás de él, en escena, dándole letra, aparece el fantasma de Ethel Rosenberg, quien recita las líneas que Louis repite en arameo.
La oración no termina en esa lengua, sino con un agregado en inglés, que el fantasma de Ethel dice mirando el cuerpo de Cohn, y que Louis también repite como despedida: “Hijo de puta”.