Como ya es tradición, siempre que empieza un torneo de Primera División, en “Peligro de Wolf” presentamos a los jugadores. Sería un Goltz de media cancha nombrarlos a todos Pérez estaríamos hasta pasado Mammana o incluso hasta el Domínguez que viene.
Como estamos en vísperas de Carnaval les cuento lo que me pasó hace unos años en una fiesta de disfraces que se hizo una noche De Sábato en una Quintana del Barrios de Escobar. Quienes me invitaron fueron mi amigo el Russo Simón y su Soñora, la Negri.
Yo me había disfrazado de baño público pero no me fue bien: ya a los Díaz minutos me llenaron las Paredes de grafitis.
Resulta que yo estaba como un Barco a la deriva, como Bolaño sin manija hasta que sucedió: Como por arte de Maggi apareció un Tesuri hecha mujer, una Mena llamada Meli. Ayala vi. Estaba Parada junto una mesa de Villar. Conocía a su primo, Rubén, a quien le pedí que me hiciera la Gamba con ella. Y me la presentó. Me le acerqué como para hacerle Compagnucci. Y lo raro es que me dio Bologna. Cuando la Garré le pregunté si podía invitarla a tomar unas Coppetti de cerveza Becker y aceptó. Ella tenía un Pratto de Cordero con Polenta y tomaba un jugo de Naranjo que se sirvió de una Jara. Me dijo que ella era de Martínez y se había venido en una moto Angileri Amarilla, de ahí que tenía en su otra mano un Casco Rojo. Yo con mucha Cauteruccio la invité a caminar por la Quintero. Ella me subió a su moto y recorrimos Campos, Lagos, un Prado y un Campuzano lleno de Flores. Luego tomamos sidra Villarreal y pedimos unas Pizzini Napolitano. Ahí me dijo que estaba Mazzola que un hongo. Era el Comba perfecto: linda, buena onda y sin novio. Mientras sonaba Fito Báez de fondo, ella me comentó que el Chicco que conquistara su corazón no importaba si fuera Gordillo o Delgadillo. Debía ser un hombre de Leys, muy Franco y Cortez, no un Pillud y mucho menos un Guasone que sólo apreciara de ella Zuculini y sus Bustos. Le dije que yo era así, que ese era mi Lema, que iba a ser un Coronel en la Aguerre e iba a Luchetti por su amor, que como toda reina merecía ir a vivir a un Palacio y yo lucharía hacerle vivir la vida color de Rossi. Y como lo Cortez no quita lo caliente, para no parecer un Blandi, fui Toranzo en rodeo ajeno y me acerqué a ella como para darle un Pico. Meli fue más allá, me llevó detrás de la Arboleda, me dijo “Estoy que Arce” y ahí nomás me encajó un beso que me pareció que duró un Monzón de tiempo.
Todo fluía, yo estaba Di Plácido disfrutando de nuestro idilio, hasta que me preguntó si al Domingo siguiente la acompañaba hasta la Casazza de sus padres en una Villa de Zárate. Fue un Valdés de agua Frías para mí. Le dije que los Domínguez para mí son sagrados, que siempre los uso para ver fútbol y que ese Domingo jugábamos en Córdoba.
En menos de lo que cantó un Gallo, el clima se cortó como con una Tissera. Le pedí que no se Marchi. Pero no tuve éxito. Me mandó a la Miers. Y cortamos por Lozano. Otra Batalla perdida. La quise con el Almada. Yo estaba enamorado hasta el Cuello. Pero Bou sabés, el fútbol es el fútbol, che. No se negocia.