Ochenta años lleva vividos Osvaldo Piro; buena parte de ellos, haciendo tango. Por eso, aunque el cumpleaños pasó ya el 1º de enero, tiene sentido que la celebración llegue ahora ligada a otros ochenta años: los que se cumplen del debut de Aníbal Troilo al frente de su orquesta, según recuerda el bandoneonista, compositor, director y arreglador. El círculo se cierra con otro detalle: Piro estará tocando con el bandoneón que Pichuco, su padrino artístico, le legara. Así, los 80 años de Piro serán celebrados con esta carga emblemática, y por supuesto, con tango. Hoy a las 20, el músico se presentará al frente de una orquesta típica especialmente creada para la ocasión, integrada por quince músicos que representan a tres generaciones de artistas. Será en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner, con transmisión en vivo por Internet.
Piro no sólo es una de las figuras más importantes del género, por lo que ha hecho a lo largo de su historia; es también un tanguero en plena actividad y estado de creación, como lo muestra, sin ir más lejos, este concierto: pensar y armar la orquesta, el repertorio, hacer los arreglos y ponerse al frente de los ensayos, además de dirigir, forma parte de la tarea que en estos escasos días de visita en Buenos Aires lo tiene en vilo. Tras haberse mudado a Córdoba para dirigir la Orquesta de Música Ciudadana de esa provincia, el bandoneonista se radicó en La Falda. “Es finalmente mi lugar en el mundo, que comparto con mi compañera Lidia. Allí hoy puedo decir que soy feliz. Claro que aterrizar cada tanto en Buenos Aires es algo que disfruto. Veo a mis nietos (tiene siete), a mis hijos (Ligia y Osvaldo Piro), a amigos, cargo las pilas y vuelvo a trabajar con todo”, asegura. Otros “aterrizajes porteños” de Piro serán en agosto, para el Festival de Tango, y en septiembre, cuando volverá a dirigir la Filiberto. Y, tal vez, en algún proyecto que está dando vueltas junto a Susana Rinaldi, su exesposa.
“Estamos ensayando a todo trapo. Esto está quedando muy bien”, dice sin ocultar su orgullo al repasar una orquesta que integran, entre otros, Oscar De Elía en piano, César Rago en violín, Pablo Motta en contrabajo, Julián Hermida en guitarra, Daniel Lifschitz en flauta y Anselmo Pereiro como primer bandoneón. “Esto es lo mío. Es lo que he hecho toda mi vida, lo que hago desde niño. Y además, no sé hacer otra cosa. ¿Qué más puedo pedirle a la vida, que me permitió vivir de lo que me gusta? Soy un privilegiado”, concluye, y entre las alegrías recientes que enumera menciona la postulación de Misteriosa Buenos Aires, el disco que sacó este año, como mejor disco de tango en los Premios Gardel.
–¿Recuerda algún momento especial en esta trayectoria?
–¡Tantos! El día que me distinguieron en el Festival de la Falda, cuando me eligieron como director principal de la Orquesta Nacional de Música, cuando me dieron el Martín Fierro... Son reconocimientos a mucho trabajo. Claro que hay otros premios, más cotidianos. El de un compositor es un trabajo en soledad. Hay una orquesta que te suena primero en la cabeza. Bueno, cuando vos repartís la parte y suena en la realidad, con todos los músicos presentes sumando lo suyo a esa idea original, ese es un gran momento de felicidad. Y el último y el más grande, la emoción máxima, es cuando se lo presentás a la gente. Ese es el mejor regalo.
–¿Y el padrinazgo artístico de Troilo?
–Bueno, ese es otro plano: ese ha sido el hecho más trascendental de mi carrera artística. Y la muestra de que el Gordo era el tipo más generoso que ha existido, porque siendo yo el pibe nuevo, él salió a bancarme, sin ningún interés ni obligación de nada. Después, con los años, terminé recibiendo su bandoneón. En estos 80 años va a sonar conmigo y con un tango de él. Así tiene que ser.