Por Juan Manuel Mannarino

¿Qué corno es el corno? Antes que molestarse, Julián Marcipar se ríe. Dice que casi nació con la pregunta y ya lo toma como parte de un juego pedagógico, porque nadie sabe bien de qué se trata ese instrumento ancestral, de la familia del oboe. Primero, recurre a lo más conocido: a las óperas de Richard Wagner y a sagas épicas con el corno en el repertorio, de Harry Potter a Game of Thrones.

“Es un instrumento que está entre el trombón y la trompeta, con una boquilla más chica que la trompeta, de sonido dulce, aterciopelado. Ese timbre heroico y poderoso era el sonido de los reyes, que tocaban quintas y cuartas en el corno cuando salían de caza”, explica el músico santafesino, de 26 años, que acaba de acometer su proeza: llevar el corno al folklore y sacar un disco propio, con invitados como Lito Vitale, Chango Spasiuk y apariciones de Vitillo Ábalos y Jorge Cumbo antes de sus fallecimientos.

Se llama Folcorno y son once tracks de un “folklore épico”, definido por su creador, donde hay rarezas como “Chacarera de Mozart” –homenaje explícito a “El gatito de Tchaikovsky” de los hermanos Ábalos–, cuyo arreglo contiene fragmentos de Mozart como una divertida estrofa del “Concierto para trompa Nº 4 en mi bemol mayor”. Al corno lo conoció a sus siete años, cuando sus padres se mudaron a Francia por un tiempo. Su padre trabajaba en una escuela de música. “Me enamoré de ese calefón enrollado, nunca había visto nada parecido. Y eso que ya había tenido el privilegio de jugar con muchísimos instrumentos que mi viejo coleccionaba en casa. En Francia tomé clases hasta los diez con un profesor que además de cornista es compositor, director y músico popular llamado Lionel Riviere”.

Julián Marcipar proviene de una familia de artistas algo extravagantes. El bisabuelo era un escultor de monumentos en Santa Fe, con calles y un jardín con su nombre. Su abuela estudió con Pierre Schaeffer, uno de los padres de la música electroacústica y fundó cátedras en la universidad, entre ellas el centro electroacústico donde Julián se está por recibir de compositor. Y su padre toca fugas de Bach con el sikus y chacareras con el clarinete. “En Francia entré en una gran depresión, no tenía amigos. Mi mayor pasión era improvisar en el piano. Mi mamá me regaló un grabador de cassettes y me grababa tocando. Con ese grabador también mi mamá nos mandaba con mi hermana a hacer entrevistas. Le preguntábamos a los adultos que pensaban del después de la muerte o sobre la felicidad”.

Además del corno, de regreso en el país estudió acordeón, aerófonos andinos, cuatro venezolano y charango. Se metió en orquestas de niños. En 2011 tocó el corno en el escenario mayor de Cosquín. Para el diletante Julián Marcipar, todo parece posible: de la música klezmer a la cumbia santafesina, del reggae a la música atonal; también estudió con Marcelo Moguilevsky y Oscar Edelstein. Su título de cornista lo logró con el profesor norteamericano Scott Bohanonn –a quien dedica su disco–, con la medalla de alumno destacado. Uno de sus trabajos actuales es como parte de la orquesta de la Universidad Nacional del Litoral.

A la par, nunca dejó de componer. Folcorno fue como una road movie: varios años viajando por el país para encontrarse con músicos. “Es un disco muy complejo ya que hubo una etapa de investigación, tanto compositiva como interpretativa. A la par fui redactando un libro que pienso publicar pronto del corno popular donde entrevisté a los pocos cornistas populares del mundo, el francés Romain Thorel y el ruso Arkady Shilkloper. Busqué maneras alternativas de ejecutar el instrumento, como agregar vibrato rítmico y otras más extremas como desarmar el corno y jugar con sus válvulas, agregarle cosas para que sonará más ‘andino’ o de otro género folklórico”.

A la mayoría de los músicos, con su corta edad, los contactó por las redes. “Para mi sorpresa se coparon y militaron el proyecto. A pura voluntad se sumó Micaela Chauque, viajé a Tilcara en tren para encontrarme con ella. Luego Andrés Pilar y el histórico Vitillo Abalos”. Con algunos, como Jorge Cumbo, inició una amistad de largas charlas por teléfono: “Me rompió el alma cuando falleció semanas antes de lanzar el disco”. En Bariloche grabó con músicos locales tocando el waqrapuku, un corno étnico.

Dice que los técnicos le cobraron menos plata, que comió arroz blanco por mucho tiempo y que cuando se encontró con Vitillo Ábalos había ido en ayunas y sin dormir, con la plata justa para la grabación. Al soplar el corno casi se desmaya, como luego sí le ocurrió cuando grabó con el Chango Spasiuk. “Y encima se me cayó el café en la camisa blanca, imposible de arreglar. De golpe encontré un local, ‘Ponchos por mil pesos’, así que salí en el vídeo con ese poncho que me tapó la ropa sucia”.

En el disco aparecen otros temas con letras de su hermana Camila –“Kopprasch de la orilla”, con guitarras y canto de Martín Sosa–; “Huayno-t”, la legendaria composición de Cumbo, con Tiki Cantero en la percusión; y “Romance de noche y luna”, una zamba con el guitarrista tucumano Martín Páez de la Torre. Por si fuera poco, apasionado del cine, Julián Marcipar dirigió cortometrajes –trabajó con Pedro Saborido en un corto de animación– y en Folcorno filmó un falso documental, donde los diferentes músicos internacionales que participaron del disco presentan el tema en su idioma y cuentan la historia del corno en el folklore tradicional. “Por supuesto, es algo que no pasó, pero demuestra qué podría haber pasado. Hablaban como si el corno fuera un instrumento típico del género, como pasó con el violín, que en realidad es sinfónico. Con esto probamos que el folklore tradicional no es más que una construcción”.

Con una promisoria carrera, Marcipar tiene un proyecto de electro folk con la santafesina Rut Gómez y sacó varios discos como Concreto, junto al Ensamble de Improvisación Argentina, y Nativos Mutantes, con temas suyos y de su hermana. Además de presentar Folcorno en todo el país, este año sigue como acordeonista de su banda Rincón Macondo, donde toca cumbia colombiana. Hoy vive en San José del Rincón, el lugar donde nació, en Santa Fe. Un pueblo de calles de arena, carpinchos y pájaros, ríos e islas vírgenes. Su madre vive en una de ellas.

“Todos los problemas en mis viajes siempre se resolvieron mágicamente. Eso tiene que ver con mi vieja. Ella es consteladora familiar y hace otras terapias alternativas, vive en una isla sin luz ni agua y es una mujer muy bruja. Cuando viajo siento que se me activa esa parte materna tan espiritual y mística”.