Febrero trajo cambios en el Ballet Estable del Teatro Colón que dejaron abiertos unos cuantos interrogantes. El 31 de enero, Paloma Herrera, directora de ese cuerpo de baile, presentó su renuncia en una carta enviada a la directora general del Teatro, María Victoria Alcaraz, tras recibir una serie de condiciones para el funcionamiento del elenco y para el desarrollo de la temporada, que la ex primera bailarina del American Ballet Theatre (ABT) de Nueva York, no estaba dispuesta a aceptar. La carta, en donde expone los motivos de su decisión, se puede leer en su perfil de IG (@palomaherrera_oficial).
En su lugar asumió el prestigioso maestro Mario Galizzi, quien ya condujo la compañía en 1989, en el 2000 y es una figura muy conocida en el Teatro, donde se formó, bailó, enseñó, coreografió y repuso títulos. Asume con la programación ya diseñada por Herrera, quien a lo largo de su gestión de cinco años logró aumentar la cantidad de funciones anuales con obras de un altísimo nivel, en las que se lucieron intérpretes del ballet estable y artistas invitados.
“Fueron cinco años en los que puse todo. Yo viví dentro del Teatro tratando de que todo saliera perfecto y siento que no se valoró. Estoy contenta con la decisión tomada. Lo que me llenó de satisfacción fue la respuesta maravillosa del público, la calidad de los espectáculos con un montón de funciones con entradas totalmente vendidas”, señala Herrera a Página/12. La artista se detiene en puntos esenciales: el Ballet Estable está formado por casi cien personas pero la mitad está en condiciones de bailar. ¿Por qué? Porque la jubilación es a los 65 años (cuando en la mayoría de los teatros del mundo promedia los 40-45 años, como también en el Argentino de La Plata, en el Ballet de Bahía Blanca y en el de Córdoba, dado el desgaste físico que produce la actividad), y la asistencia a clases no es obligatoria, más allá de que son más acotadas. Duran la mitad de tiempo que en el resto del mundo, que llegan a ocho horas diarias. “No todos tienen las mismas ganas. Hay bailarines que nunca vinieron a clases, a quienes ni conocí en estos cinco años. Hay muchos de 40 años para arriba, y muchos están impecables porque toman las clases, trabajan, se cuidan. Pero hay también gente de 30, que si desde el momento que entró nunca tomó clases, se van achanchando y saben que van a estar ahí hasta los 65 porque no los pueden sacar. Así no podés mantener un buen nivel en una compañía grande”, explica.
Herrera comenta que en el ABT y en muchas otras primeras compañías del mundo, las clases tampoco son obligatorias pero el compromiso de los bailarines es otro. “Si querés participar de una obra y tener un rol importante, no se te pasa por la cabeza no asistir a las clases. Estás ahí porque te apasiona, querés aprender, dar lo mejor de vos, y que te elijan para tal rol. Si no asistís a ninguna clase, a fin de año volás, no te renuevan el contrato y tu lugar queda para otro”, compara. Desde su mirada, el sistema americano no es la panacea pero a la estabilidad laboral local hay que sumarle “herramientas para que la gente esté a tope, logre el mejor nivel posible de acuerdo a su edad. Si tenés la ventaja de integrar una compañía como la del Colón, es un privilegio que tenés que valorar. Hay tanta gente que quisiera estar y no puede entrar. Tenés que asistir a las clases, tiene que haber un control, porque justamente se les paga para que formen el mejor cuerpo de baile posible”, sostiene.
Más allá de estas características del elenco del primer teatro lírico del país, Herrera recibió una serie de nuevas medidas que precipitaron su decisión. “Desde la dirección ejecutiva me comunicaron que yo ya no podría elegir qué maestros darían las clases ni qué bailarines interpretarían ciertos roles, lo cual son decisiones que competen a la dirección del Ballet. No me parece correcto no poder elegir a la gente que está en condiciones para tales roles y, en cambio, tener que poner a alguien que como hizo ese papel hace veinte o diez años, si no lo ponemos se puede enojar. Antes he tenido alguna que otra presión, pero siempre las decisiones artísticas las tomé yo”.
Otro punto era que ya no podría realizar audiciones para sumar a jóvenes talentos del Instituto Superior de Arte (ISA) del Colón como refuerzos para el cuerpo de baile, sino que tenía que usar a todo el cuerpo estable más allá de su edad y su condición. “Y si sabemos que del elenco solo cincuenta están en condiciones de bailar, hacer ballets completos de gran nivel con muchas funciones programadas va a ser imposible. Ni hablar en los casos en que haya que armar dos repartos por la cantidad de funciones”, advierte.
El propio Galizzi bailó en el Ballet Estable del Colón hasta los 44 años (hoy tiene 75). Corría 1996, y con Kive Staiff como director, se abrió la posibilidad para quien quisiera salir de la compañía pudiera ocupar otros lugares vinculados a lo artístico. Él decidió ocupar el rol de coordinador y maestro de baile en el ISA, consciente de que tenía muchísimo para enseñar después de haber bailado tanto. Y se jubiló a los 65 pero ya no como bailarín. “No es una sorpresa para mí asumir nuevamente el cargo. La mayor parte de mi vida la pasé en este teatro. Conozco a la compañía con todo lo bueno y lo malo, sobre todo por el tema de la jubilación de los bailarines”, asegura Galizzi a Página/12. En estos momentos, está preparando el estreno de Giselle, que subirá a escena en abril.
“Tengo 72 bailarines del cuerpo estable convocados para participar en la obra sobre un total de 93”, dice, satisfecho. El mexicano Isaac Fernández, primera figura del English National Ballet, que iba a ocupar el protagónico masculino, canceló su participación tras la partida de Herrera, que lo había convocado. “Son cosas que suceden en todos los teatros. Natalia Osipova, la estrella rusa que ahora baila en Londres, interpretará el personaje de Giselle y estamos hablando con ella para que elija a su partenaire. Seguramente será alguien de su compañía a quien conoce bien. Porque los artistas extranjeros, al tener una agenda tan completa, no pueden llegar con mucha anticipación para prepararse para bailar con alguien de acá”, expresa el nuevo director, quien está dando actualmente las clases a la compañía.
Lo que vendrá
A Galizzi le interesa tener un contacto personal con los integrantes del cuerpo estable y saber por qué algunos no están asistiendo a las clases: “Saber qué les pasa, si están con licencia sin goce de sueldo por algún motivo, si hay lesionados. Hace falta un mayor acercamiento. De todas formas hoy día están asistiendo unos sesenta”. En relación a la duración de las clases, el artista, que integró el Ballet de la Deutsche Oper am Rhein, en Alemania, y dirigió la Compañía Nacional de Danza de México (de 2016 a 2018) señala: “La clase en sí, la parte de entrenamiento, dura una hora quince minutos o una hora y media. El resto son horas de ensayo, y en total suman seis horas de trabajo diario, lo que me parece suficiente. De once de la mañana a cinco de la tarde, de martes a sábados. No me parece que hagan falta más horas”.
Galizzi considera que el tema de la jubilación debe modificarse: “Se puede bailar hasta los 45 un montón de roles, obviamente no un primerísimo rol de un ballet muy técnico. Hay excepciones, como Margot Fonteyn interpretando a Julieta junto a Nureyev. Tenía cincuenta y pico pero son casos únicos. Es importante que la gente se pueda jubilar cuando le corresponde, a su debido tiempo. Debería volver la jubilación conocida como 20/40, que permitía a un artista retirarse a partir de los 40 años con 20 cumplidos de actividad. Esto lo planteé desde el primer día y creo que a la larga se va a dar”. Y agrega: “Tal vez hay integrantes del elenco que quisieran retirarse pero el régimen actual no lo permite hasta los 65. O al abrirse el retiro voluntario, con la pandemia esa oportunidad quedó trunca. No lo sé. El ballet, como otras disciplinas de alta exigencia física, necesita un tratamiento especial para la jubilación”.
Consultado sobre si recibió condicionamientos de la dirección del Colón sobre el modo de gestionar, el nuevo director afirma que no. “De hecho para la corte de Giselle ya convocamos a estudiantes del ISA. Tienen que ocupar roles de refuerzo, de figurantes, que requieren una actitud propia del ballet e ir foguéandose junto a los más experimentados. Lo que no corresponde es traer a chicos de ISA y ponerlos en roles más importantes, en lugar de poner a los estables, porque ellos aún son estudiantes”. En cuanto a la elección de los roles principales, considera que es responsabilidad de los coreógrafos y de los maestros repositores elegir quiénes están mejor capacitados para cada rol. “Lógicamente, consultando al director del Ballet que es quien mejor conoce a los bailarines. Pero considero que les corresponde a ellos y no a mí ese tipo de decisiones”, advierte. En esta tercera vuelta como director, quiere potenciar el aspecto artístico de cada bailarín. “Técnicamente están muy bien, quiero hacer foco en la parte expresiva, que puedan expresar el contenido emocional de los personajes y de la obra. No son meros ejecutantes, son artistas de ballet”, concluye.