Abre las piernas en el aire y, sin cerrarlas, cae en el piso con un golpe infinito. Está desnudo, al igual que los otros cinco bailarines en una coreografía virtuosa donde la destreza acompaña a unos cuerpos en condiciones de vencer cualquier dolor.

Fuck me habla de los límites del cuerpo. En realidad se trata de ese momento en que una bailarina (en este caso Marina Otero) se convierte, por voluntad reflexiva o por simple impulso, en la encarnación de esa frase spinoziana donde el filósofo holandés señalaba que nadie sabe cuánto puede un cuerpo. Aquí esa idea se traduce en una estética de lo extremo. Marina que destrozó su cuerpo en cada salto, que se estrelló contra el piso todas las veces que fue necesario para hacer de la caída, de las maneras fatales de tirarse, la referencia suprema al momento de construir una poética, ahora hace de la danza una voz, un discurso que se dice desde una zona de inmovilidad.

Su relato remite a la filosofía de Spinoza en esa materialidad del cuerpo que define una potencia. Ella supo cuanto podía un cuerpo y ahora sabe que no puede entonces compone una dramaturgia del odio. Como una anciana resentida le da ordenes a sus bailarines chongos. Los obliga a cumplir con las destrezas que a ella la dejaron tullida. En Marina Otero el biodrama también devine en mentira feroz. Cuando se desplaza por el escenario arrastrando los pies, con una rigidez tétrica, habita en ella una impronta paródica. Es que Fuck me es una farsa donde la autora se toma como objeto de su saña. De mujer fatal que se cogió a todos en el Festival de Avignon a coreógrafa tirana y decadente, envejecida a los 36 años que despide su juventud sin melodrama y a la vez sabe que sigue siendo joven.

La decadencia se conjuga con cierta práctica del reviente en ese cigarrillo que no puede fumar porque Fuck me es una obra sobre la imposibilidad donde los cuerpos parecen poderlo todo. Otero construye una narración desde la convivencia de opuestos. Mientras se proyecta un video de la última vez que bailó, la cámara captura un primer plano de Marina entre encantada e ida. Un bailarín reproduce esa coreografía y asume el rol de Marina. La estructura no solo establece un diálogo de temporalidades en la figura del doble. Lo que allí surge, mientras suena una canción de Montaner y los bailarines hacen fila para garchársela y se la cogen de a dos, es una yuxtaposición macabra entre lo etéreo de un romanticismo tosco en esa letra berreta que habla de una amada “iluminada y eterna” y la fantasía ideada por una mujer que sueña con una hilera de hombres deseosos de copular con ella.

Tres hernias de disco y los aros de la columna estallados la llevaron a pasar días en hospitales y la dejaron en una condición postrada donde la danza y el sexo no tenían lugar más que en la imaginación. Desde la cama pensó una puesta en escena que se lee desde la voracidad. Un exceso que es también una noción de la danza entendida como rito, como algo que escapa a todo control, por encima de la técnica y del entrenamiento.

El conflicto está en el tiempo. En la distancia entre lo que ella fue y lo que no podrá ser nunca más. En un espectáculo donde cada coreografía deslumbra con esa oscuridad de una técnica salvaje, lo que está diciendo Marina es que no hace falta bailar, que la danza es un concepto pero, en una contradicción tan agobiante como descomunal, se da cuenta que no alcanza con hablar del baile, porque al decir que somos un cuerpo la premura por moverse se vuelve desesperante. Y al moverse la certeza de que ese cuerpo ya no es el mismo, que a cada minuto se desgasta y se pierde, hace real la tragedia.

Fuck me presenta el lunes 28 de febrero y el martes 1º de marzo a las 21:30 en el Centro Cultural 25 de Mayo en el marco del FIBA