En nuestra historia colectiva la escuela ha sido una forma de politizar nuestras existencias. Muchas de nuestras referentas han habitado la escuela o han reclamado por ella insistentemente. Este inicio del ciclo lectivo 2022 nos trae recuerdos y también funciona como la excusa perfecta para conocer historias de vida de mujeres trans que están retomando los estudios ahora, después de décadas de exclusión.
Desde Wendy Leguizamon, quien era maestra de grado y una de las fundadoras de ATTTA, hasta Lohana Berkins que se aventuró con su osadía a comenzar en un terciario la carrera docente y en 2002 se inscribió de prepo en la escuela normal N° 3 y demandó que le reconocieran su identidad.
Sandy González, fundadora de Travestis Unidas, sentada en el living de Susana Giménez contaba que se dedicaba a la docencia de inglés. Karina Urbina contó en el programa de Grondona en 1992 cómo le habían impedido terminar sus estudios secundarios cuando “descubrieron” que sus documentos tenían un nombre y sexo distinto al que ella utilizaba. Cada tantos pasos en el andar de los archivos trans, alguna referencia a lo educativo se hace presente, y eso es porque en ese encuentro con la institución saltan las chispas, pero también se encienden nuestros fuegos.
La otra vuelta a clases para la comunidad trans
Muchas veces se ha dicho, y se dirán mil veces más, que las personas trans sufrimos en los espacio educativos. Esto es brutalmente cierto. Sin embargo, hemos sabido construir entre las aulas un nido, como todes. A regañadientes, la escuela nos ofreció un espacio donde hacernos lugar. Porque sí en la inmensidad de las instituciones, nuestras memorias se enredan con las violencias, en la mirada más corta, la escuela nos ofrece una trama íntima en la que las travestis también somos capaces de recordarnos felices.
Y poder rememorarnos en esas sonrisas, es una forma de despatriarcalizar nuestra memoria. Aventurarnos a contrapelo en los discursos que nos representan dolientes y despotenciadas, debería ser un ítem en la agenda política de nuestro movimiento. Por eso no vamos a regodearnos en esta nota en las escenas donde la escuela nos expulsa y violenta, sino en las veces que pudimos guarecernos allí para fortalecernos como comunidad y sujetas. Un nuevo año lectivo comienza y con él las expectativas e ilusiones de quienes retoman el ciclo. Aquí presentamos las voces y anécdotas de Mary, Mika y Aldana, tres mujeres trans y travestis, aventurandose entre guardapolvos y pizarrones.
Aldana: cerrar el ciclo escolar
“Mi papá me decía ‘los putos no sirven para nada más que estar parados en la calle’. Yo crecí junto a ese ninguneo, con las palabras de quienes me decían que no valía la pena hacer nada porque de seguro no lo haría bien. Entonces para mí, terminar la escuela era una cuenta pendiente”. Aldana atiende a la entrevista en una pausa del trabajo. Se aleja de su puesto un minuto para tratar de buscar juntas una respuestas a esos no que la sociedad le devolvió por años.
“Antes yo era muy contrera y entonces hacía cosas sólo para desafiar a los demás. Ahora me arrepiento, fui muy tonta”. Con los años y la vida, Aldana aprendió a plantearse los desafíos a sí misma y no prestar atención a la opinión de los demás. Hace dos años comenzó sus estudios secundarios en una escuela nocturna y sólo le falta cursar este año para terminar. “La escuela te abre más la mente. Te relacionás con otras personas, otra clase de gente y de saberes”, dice.
No se toma su llegada al colegio como una vía para alcanzar otra cosa, sino que se regodea en el disfrute de ese momento mágico en que se encuentra con otros. “Poner el cuerpo y visibilizar” son los motivos que llevaron a Aldana a animarse al colegio, con la plena conciencia de que su andar le va abriendo camino a las que vendrán después de ella. “Y antes que yo vinieron otras chicas al colegio, entonces un poco ya tienen esa perspectiva, por eso el recibimiento fue agradable y los compañeros son copados. De todos modos yo soy bien caradura, así que nadie me molesta”. Los desparpajos travestis rompen con la monotonía de la escuela rionegrina y endulzan ese tránsito tantas veces negado.
Mary: volver a clase para liderar la política
“Me costó un montón. Todo el mundo se burlaba de mí porque decían que yo cortaba y pegaba, pero yo trabajaba muchísimo… vos me viste, ¿te acordás?”, recuerda Mary. A sus 50 y pico se animó en 2015 a terminar el secundario con el plan FinEs. La militante trans salteña y referente histórica de ATTTA fue una de los motores centrales del proyecto de terminalidad educativa para el colectivo LGBT. De hecho, tras la disolución del Área de Diversidad Municipal cuando el actual gobernador y por entonces intendente de la Ciudad de Salta, Gustavo Saenz asumió, el programa FinEs LGBT se desarrolló en la sede de la organización que Mary preside. “Yo tuve la suerte de aprovecharlo, terminé el secundario con un promedio de 8.15”.
La memoriosa lengua travesti de Mary recuerda lo difícil que fue en su infancia estudiar. Ella tenía 13 años cuando “empezó a ser travesti” y fue muy difícil que la recibieran en la escuela siendo así. “Yo trabaja de sirvienta. Quise estudiar en la escuela técnica. Me gustaba el arte. Pero no me dejaron ingresar porque el documento no coincidía con mi persona, entonces me cerraron las puertas”.
Cuarenta años después Mary empujó esas puertas para ella y sus compañeras. Terminó el año siendo abanderada. Su rostro luce orgulloso y temeroso, volver a la escuela es muy difícil para quienes tuvieron que ver tantas veces al sistema negándole sus derechos. Pero aún así Mary, incansable, venció la vergüenza y el hastío para volver al aula. “Fue lindo. Volver a agarrar una lapicera. A mi me costó lengua, yo, tú, él… la gramática. Cosas que me había olvidado. Una a los 55 años ya tiene la vida hecha y volver a la escuela es como sacarse el óxido”. Ahora, llena de brillo y nuevamente aceitada, Mary se siente (y es) una líder política renovada, referente de la comunidad, memoriosa archivista y empoderada.
Mikaela y la señorita Claudia
“Mi maestra de jardín de infantes ya lo sabía. Ella fue la primera en notar que no era un chico ‘normal’ y fue la primera en decirle a mis padres que para mí la vida iba a ser difícil si no me acompañaban. Todo ese año, la señorita Claudia me cuidó. Me dejaba quedarme en el salón jugando a la casita mientras los varones jugaban a la pelota. Me cuidaba en los recreos de uno de mis compañeritos que siempre me buscaba para pelear. A fin de año, cuando me eligieron mejor compañera, ella quería regalarme un set de pinturitas y un álbum para colorear, pero mi papá le dijo que no… que me regalen una pelota, y así me ves en la foto…”.
Mikaela encontró en su señorita Claudia un lugar felíz al que quisiera volver. La maestra pasó por las aulas de la Escuela 186 de Villa Regina, Río Negro hace 30 años y dejó una huella en la vida de Mika. “Se me notaba de chiquita. Mi mamá se la pasaba en la Dirección porque dos por tres me robaban los útiles y me pegaban” pero la seño Claudia la cuidaba. A Mika le encantaría encontrar a su maestra. Estuvo algunos años en esa escuela cuando apenas empezaba a enseñar.
Si hoy volvieran a encontrarse, Mika le contaría a su seño Claudia sobre el colegio. Está terminando el secundario en una nocturna. Tiene la ilusión de terminar el colegio y entrar a trabajar en alguna oficina, como tantas otras compañeras. Mientras tanto, trabaja en un gimnasio y va cada noche al colegio y se sorprende: “la escuela me cambió la perspectiva… creo que todas nosotras crecimos pensando que la sociedad nos odiaba, pero ahora voy y siento que mis compañeros son gente re buena onda. Está bueno salir un poco de ese lugar de víctimas y saber que hay un mundo afuera donde no somos tan odiadas como antes. Algo estamos cambiando, ojalá mi señorita Claudia lea esta nota y vea que ya casi termino la escuela”.