Angélica era, en el grupo, la bruja mayor. Así nos llamábamos por nuestra reivindicación del lugar de mujeres en búsqueda de pensar, saber y actuar. Curiosas, desobedientes y contestatarias. Y ella era la que desde el principio jerarquizaba esas búsquedas.
Las había conocido en el tiempo en que se inauguraba Casa de la Mujer, porque nos había presentado una integrante que las trataba desde antes. Y me contó de su grupo.
Me invitaron a esa mesa de los sábados que funcionaba en un bar sobre calle Córdoba, entre San Martín y Maipú. Era un grupo de encuentro, "de placer" que fue rotando por distintos lugares. También nos reuníamos los jueves, ese día en casa de Hebe, que generosamente nos recibía.
En las reuniones de los jueves en casa de Hebe, Angélica supo traer textos que preparaba para su publicación y que compartía para el grupo. Recuerdo uno enormemente erótico Querido amigo, que luego se podría leer en La sonrisa vertical y las onomatopeyas desbordadas por Hebe payaseando y complementando la lectura. Un texto paralelo en sonidos guturales y otros, que cabe imaginar.
Estuvimos también cerca cuando preparaba La virgen y el bombero, Prodigios, y luego en el tiempo de Historia de mi madre.
Teníamos una broma que era decir ¨Si la seguimos de cerca, esta chica puede puede llegar a escribir algo. La vamos a sacar buena¨.
Los sábados, Angélica llegaba con un gran ramo de flores cada vez, con el que seguro inauguraba el fin de semana en su casa de calle San Martín.
Organizamos fiestas memorables, y las más maravillosas incluyeron disfraces desopilantes, increíbles. Generalmente para despedir o recibir a alguna de las integrantes que viajaba. Así estuvieron los disfraces de aldeanas rusas, los de "señoritas de la noche" y los de fragmentos de la Biblia en una Navidad.
El grupo, autodenominado "Las Brujas" estaba compuesto por amigas que se conocían desde años atrás, otras que nos incorporamos luego, y lo que campeaba eras las ganas de compartir reflexiones, historias y cosas que íbamos viviendo.
Algunas cotidianas, otras profundas. Cada una de las 10 integrantes tenía hijas mujeres. Por ello Angélica propuso que viéramos El club de la buena estrella, un film que asoció a nuestra experiencia de mujeres madres de mujeres.
Y supo traer a otras escritoras que conocía en sus viajes y que eran novedad y enriquecían nuestros intercambios.
Las nombrábamos miembros itinerantes. Algunas en el extranjero. Otras de distintas ciudades. También becarios que trabajaban sobre su obra. Todos participaban del encuentro ampliado de los sábados.
Tuve el honor de compartir con ella un libro colectivo: Salirse de madre. Ver mi nombre junto al suyo en la tapa es uno de los acontecimientos de mi vida. Y el hecho de que fuera presentado en Rosario, nada menos que por Ada Donato, colmó con creces mis mayores sueños.
Angélica tenía lo que ella llamaba un "concepto mafioso de la amistad", en cuanto a fuerza y fidelidad, que compartí cabalmente.
Sabía acompañarla Goro, sobre todo en los últimos tiempos, en que llegaba al bar Victoria, el último donde nos reuníamos, y era la charla…
La última vez, hablando sobre la escalada de violencia y la angustia por el futuro ella dijo: "En todas las épocas de la historia hubo momentos en que no se veía la salida…y sin embargo…"
Me gusta recordarla en esa mirada que nos permitía ubicarnos desde una manera más amplia. Tal vez desde otra sabiduría.
Eso es lo que me lleva a recordarla con serenidad. Muchas brujas ya partieron, y las que quedamos sentimos muy valiosas la historia de tantas cosas vividas juntas.
Las celebraciones de los cumpleaños. Las reuniones en las fiestas.
Las exposiciones de Mele Bruniard, integrante cauta, que acompañábamos con alegría.
Las cenas en casas o en bares. Las salidas al campo en la casa de Soldini de Chita.
Las conferencias de Angélica a las que nos sumábamos como público infaltable.
Las reflexiones cuando enfermó y trabajó en Diario del Cáncer.
Sus comentarios sobre literatura como privilegio a atesorar de primera mano.
Y fue en el Encuentro de Escritoras del 98, en Rosario, que se desplegó la riqueza de la escritura de mujeres en plenitud.
Tomé uno de sus libros Mala noche y parir hembra y de él uno de sus cuentos: Los cuatro jinetes del Apocalipsis, como especial condensado de su lucidez. Lucidez en las últimas charlas, cuando escucharla seguía siendo vivificante.
Recordarla es recordar su luminosa risa. Luces que estuvieron desde siempre, cuando para contraponer a la oscuridad cercana de las Tres A empezó a circular una frase respecto de las letras, encarnadas en tres exponentes de la escritura de ese tiempo: las tres A de las letras de la ciudad, Alma Maritano, Ada Donato y Angélica Gorodischer.
¿Estamos más solas? Quién sabe, porque de algún modo siguen estando.